Como socialista,
marxista e internacionalista digo sí a avanzar en la construcción hacia una
humanidad reunida en una polis universal que sea capaz de enfrentar los grandes
desafios que plantea el capitalismo entrelazado con la persistencia regresiva
de los estados nación para la raza humana: la desigualdad creciente, el cambio
climático, el hambre, las guerras, los refugiados de diversa índole, etc. Por
eso digo sí a la Unión Europea.
Jon E. Illescas /
Especial para Con Nuestra América
Desde la Comunidad Valenciana, España
Juguetes con la bandera del Reino Unido. El nacionalismo se mama desde la cuna. |
El 23 de junio fue un
día histórico. Nadie pone en duda este punto. Por escaso porcentaje, la mayoría
de los británicos votaron por marcharse de la Unión Europea. Con el 100%
escrutado, un 51,9% votaron goodbye y un 48,1% to remain. No me
detendré en este breve artículo a analizar cómo la opción del Brexit ha
triunfado en las zonas rurales ni cómo en las zonas más avanzadas y
cosmopolitas lo ha hecho la voluntad de mantener la eurociudadanía. No hablaré
taampoco del divorcio entre los trabajadores cualificados y los no cualificados
(lo que algunos designan, erróneamente, como el enfrentamiento entre la clase
media y la obrera). Tampoco de cómo gran parte de las áreas periféricas e
industriales han abandonado el internacionalismo conservándolo para las
películas hollywoodienses de amenazas alienígenas y por el contrario han
abrazado el nacionalismo chauvinista de la parte más retrógrada, racista e
imperialista de la burguesía inglesa. Algo que ciertamente habla muy mal de la
capacidad de la “izquierda realmente existente” para conectar con los
trabajadores y hacer pedagogía y estupendamente de los grandes medios de
derecha que, como The Sun o The Daily Mail, llevaban décadas
reproduciendo su hegemonía machacando e infectando a los obreros con esos
contravalores. No es momento de hablar de esos asuntos que, aunque importantes,
ya están siendo señalados por algunos analistas.
En este espacio me gustaría
tratar una cuestión más de fondo que, como diría Fernand Braudel, tiene que ver
con la long durée (larga duración) para el conjunto de la población y
las generaciones venideras. Porque está claro que las consecuencias del Breixit
a corto-medio plazo serán tremendas y actualmente simple y llanamente
incalculables. No sólo para los británicos sino para todos los europeos y
aún más, para cualquier ciudadano del
globo. Dicho sin ambagues: las consecuencias del voto a favor del abandono del
espacio de construcción europea serán netamente negativas para las sectores
populares. En especial para la clase trabajadora, donde se encuentra la mayoría
de la humanidad. Una clase omitida mediáticamente y ninguneada desde la
política institucional que se halla fragmentada internacionalmente por diversas
fronteras, pero conectada globalmente de facto por el mercado mundial.
No sabemos a qué tipo
de acuerdos políticos llegarán las autoridades británicas y eurocomunitarias
para amortiguar todos los problemas que acarreará la salida de Reino Unido de
la UE (si es que al final se lleva a cabo), pero lo que es seguro es que los
grandes negocios, aunque a corto-medio plazo se resentirán, indefectiblemente
continuarán. Porque el marco de operaciones del capital es mundial y esto,
nadie, absolutamente nadie, desde dictadores de diverso signo hasta políticos
imperialistas, chovinistas o racistas, podrán evitar.
El capitalismo es un
modo de producción que sólo puede ser superado en un sentido positivo por el
socialismo que será (si llega a serlo) un sistema superior. Nunca podrá ser
sobrepasado por relaciones económicas reaccionarias, pretéritas, menos
productivas y de escala inferior de la que es capaz de desplegar el capital. No
conseguiremos un mundo mejor marchando a unidades políticas y económicas más
pequeñas, como en la Edad Media, cuando las ciudades amuralladas tenían su
propia moneda, sistema de medidas, fronteras, ejércitos y agentes soberanos de
decisión. De eso modo sólo conseguiremos una multitud de reinos de taifas que
no será en nada positiva para las mayorías. Y teniendo de base una economía
mundial, poner trabas políticas-nacionales sólo servirá para abaratar la fuerza
de trabajo gracias a los impedimentos que con las nuevas fronteras
administrativas enfrentarán los emigrantes para tener igualdad de derechos
respecto a los nativos. Es decir, una situación mejor para el empresariado y
peor para los trabajadores. Más ganancias y menos salarios. Un mundo más
egoísta y menos solidario.
Hace tiempo, un germano
que vivió y murió en la capital del Reino Unido, un tal Karl Marx, señaló que la misión histórica del capitalismo era
desarrollar las fuerzas productivas de la humanidad como ningún sistema
anterior lo hizo. Así se prepararía el terreno para el socialismo. Es decir,
era necesario crear la riqueza antes de repartirla. Sin desarrollo capitalista
no puede haber socialización de esas mejoras para el conjunto de la población
bajo la propiedad colectiva y el control democrático de ésta. Y efectivamente,
pese a su inmenso poder destructor, el capitalismo ha permitido avanzar la
ciencia, la tecnología y unificar la fragmentada comunidad humana a niveles
desconocidos hasta la fecha. Nadie puede negar este punto sin enfrentarse al
ridículo o la vergüenza ajena del buen sentido común de las mayorías.
Aunque a muchos en la
izquierda le cueste reconocerlo, el comercio mundial y las mestizas inversiones
de capital allende las fronteras han posibilitado que pese a la lamentable
persistencia de las guerras (y los imperialismos), vivamos en un mundo mucho
más pacífico que en el pasado. Un ejemplo claro de ello es que desde la
construcción de la UE, los habitantes de los principales países europeos han
disfrutado del periodo de paz más largo de su historia. Es justo reconocer estos
hechos y para comprobarlo sólo hace falta repasar los libros de historia o las
hemerotecas. Hay una gran confusión con Marx que muchos autoproclamados
“marxistas” no dejan de difundir y es que Marx no era un “anticapitalista” sino
un “socialista”, no era “nacionalista” sino “internacionalista”, no sería
“anti-UE” sino “pro-UE”. Marx y Engels hubieran criticado ferozmente muchos
elementos de la Unión Europea, por supuesto,
pero sin duda la hubieran apoyado por todo lo progresista que tiene como
promesa de un futuro mejor para la humanidad. Nosotros, deberíamos hacer lo
mismo.
Porque si la humanidad
tiene por delante un futuro digno, poco a poco y a largo término, desde una
perspectiva macro, observaremos su unificación mundial. Y todo ello pese a su
diversidad. Pues unión no significa eliminación de las diferencias
enriquecedoras u homogeneización empobrecedora. Unión debe ser empoderamiento,
seguridad y la existencia de un mañana que merezca la pena ser vivido. Sin
embargo, desde una perspectiva micro y a corto-medio plazo, el voto del 23 de
junio por el Brexit quedará consignado en los libros de historia como un paso
atrás para la humanidad. Que ese paso atrás sea para hacernos conscientes de
los peligros de vivir en el pasado y tomar impulso, dependerá de nosotros.
Como socialista,
marxista e internacionalista digo sí a avanzar en la construcción hacia una
humanidad reunida en una polis universal que sea capaz de enfrentar los grandes
desafios que plantea el capitalismo entrelazado con la persistencia regresiva
de los estados nación para la raza humana: la desigualdad creciente, el cambio
climático, el hambre, las guerras, los refugiados de diversa índole, etc. Por
eso digo sí a la Unión Europea. Por eso me declaro con más intensidad que
nunca como militante del proyecto europeo de integración política, porque
pese a todo lo malo que hay que solucionar, las otras opciones son mucho peores
y plantean un escenario fértil para las divisiones de la clase trabajadora y
por ende, de la mayoría de la humanidad. Por no hablar del reavivamiento de las
posibilidades de nuevas y temibles guerras fraticidas.
Por eso con fuerza digo
sí a la Unión Europea y sí a otra Unión Europea, por supuesto. A
una que aumente sus elementos progresivos (espacio Schengen que ahora muchos
gobiernos burgueses quieren eliminar) unificación legal fiscal, laboral,
judicial, sanitaria, medioambiental, etc.
Sí a la UE como paso intermedio para una unidad política mundial donde
todos seamos ciudadanos con plenos derechos políticos y laborales, donde no
haya más refugiados ni un “vosotros” y “nosotros” que nos divida y permita que
algunos puedan mirar de arriba a abajo a sus congéneres. Porque el socialismo
será mundial o no será.
A muchos les parecerá
utópica mi propuesta observando lo que nos rodea, pero lo ya no utópico, sino
quimérico, es pensar que alguno de los grandes problemas que enfrentamos como
especie y que nos afecta en nuestro día a día como individuos se vayan a
solucionar sin que estemos unidos. ¿Cómo si no combatiremos el fraude fiscal,
la especulación financiera o el cambio climático? ¿Cómo reduciremos la jornada
laboral para que el paro no siga aumentando ante la utilización capitalista de
las máquinas? Nada se solucionará presos en una pleyade de Estados donde la
clase dominante nos explotará a su merced como hacen los granjeros con los
animales divididos en los pastos y jaulas de su propiedad. Por eso es hora de
borrar las fronteras que nos amputan como seres humanos, por eso es momento de
redoblar fuerzas y construir una Unión Europea más fuerte y avanzada que sea
atractiva para los habitantes de todo el mundo. Que sea ejemplo de lo que
queremos construir en el futuro, que sea tan inspiradora que cualquiera, al ser
preguntado, en unos hipotéticos y
futuros referéndums, tenga que votar “Sí quiero ser parte de esta comunidad
superior”. No hay otro camino excepto el retorno a la barbarie. Y hemos estado
allí otras veces. Pero me refiero a una barbarie mucho mayor y más ageresiva de
la que lúcidamente usted ya reconoce estar viviendo.
Jon E. Illescas es
Doctor en Sociología y Comunicación y Licenciado en Bellas Artes. Es autor de
“La Dictadura del Videoclip. Industria musical y sueños prefabricados” (El
Viejo Topo, 2015). Blog: http://jonjuanma.blogspot.com.es/ Twitter: https://twitter.com/jonjuanma
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