Ideológicamente, Trump
es un populista de derecha, que movilizará a los norteamericanos contra los
partidos políticos como una táctica para las elecciones, pero no creará un
movimiento político capaz de retar el establishment. En este sentido, Trump no
tiene una agenda política fascista, aunque su discurso lo aparenta.
Marco A. Gandásegui, h. / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
EEUU es un país con 300
millones de habitantes, con la economía más grande del mundo, moviliza las
fuerzas armadas más poderosas sobre la tierra y tiene la ‘máquina’
propagandística-cultural más rica en la historia de la humanidad. Para manejar
este enorme poderío ha tejido a lo largo de décadas, más de dos siglos, un
aparato político capaz de enfrentar retos y movilizar millones de personas. El
sofisticado engranaje es la llamada democracia.
El núcleo central de
este complejo sistema lo controla un conjunto de instituciones e individuos que
en EEUU es identificado como el “establishment”. Son los guardianes del orden
establecido y son los responsables de mantener la hegemonía sobre los
diferentes sectores del país de tal manera que los cambios no perjudiquen los
intereses creados. Cada cuatro años convocan elecciones para elegir líderes
políticos, incluyendo al presidente de EEUU.
El proceso es
supervisado por el establishment para garantizar que no se produzcan sorpresas
y no sean elegidos candidatos que se salgan de las normas aceptadas.
Entre las normas, la
más importante es garantizar la reproducción del sistema que protege los
resortes económicos de propiedad y represión (violencia). Para lograr este fin,
el establishment cuenta con dos partidos políticos: uno más conservador
(Republicano) y el otro más liberal (Demócrata).
En la campaña electoral
de 2016 salió a relucir dentro del Partido Republicano una masa electoral que
respaldó al candidato menos comprometido con el orden tradicional: Donald J.
Trump. Su mensaje se dirige a una población electoral de hombres ‘blancos’
frustrados sin empleo, sin vivienda propia y sin seguridad social. Esa masa
sorprendió a los ‘expertos’ y arrasó en
las primarias. Le dio a Trump los delegados que lo van a coronar candidato
Republicano.
Los ‘conservadores’ que
planteaban políticas de austeridad fiscal, así como servicios de salud y
educación privados fueron desplazados por Trump. El candidato multimillonario
de Nueva York no le hizo caso a los postulados del segmento conservador del
Partido Republicano. Incluso, durante las primarias, fue ambiguo en muchos
puntos sacrosantos para las iglesias evangélicas (aliadas estratégicas del
Partido Republicano). En cambio, Trump arremetió contra los migrantes mexicanos,
los afronorteamericanos, las mujeres y los musulmanes. Prometió acabar con los
tratados de libre comercio, destruir militarmente al ‘Estado Islámico’ y
“rescatar nuevamente la grandeza de EEUU”.
Trump parece entender
que las capas medias norteamericanas que constituían la base de los partidos
políticos de EEUU, durante la segunda mitad del siglo XX, en la práctica han
desparecido. Logró conectar con el votante medio norteamericano que quiere
rescatar un imaginario del pasado que pareciera mejor. Este sector del
electorado cree que los migrantes, las mujeres y los musulmanes son sus
enemigos.
El mensaje de Trump
logró despertar este sector de la derecha política que no tenía un abanderado.
Rechazan, igual que Trump, a los empresarios que exportaron sus empleos a otros
países. Durante las primarias Trump
desplazó el centro tradicional de la derecha norteamericana a posiciones
más radicales. La estrategia de Trump será, a partir de junio, atraer a los
jóvenes frustrados del Partido Demócrata que apoyan al senador Bernie Sanders.
Cree que éstos no apoyarán a la candidata demócrata Hilary Clinton, que
consideran demasiada comprometida con el status quo.
Si Trump gana las
elecciones, cuenta con el apoyo estratégico de un relativamente pequeño pero
poderoso sector del establishment que ha sido marginado del poder desde los
tiempos de Nixon. Se trata de los antiguos capitanes de la industria
norteamericana desplazados por el sector financiero ‘globalizado’. En política
exterior, Trump es ‘alumno’ de Henry Kissinger quien promueve un acercamiento a
Rusia, contrario a la posición prevaleciente en los círculos dominantes de
EEUU.
Trump quiere convertir
a Rusia en un aliado “subordinado” igual que las otras antiguas potencias
europeas. Incluso, visualiza a la OTAN moviendo sus tropas del centro de Europa
hasta las fronteras de China. Es la política de ‘contención’ tan acariciada por
Kissinger en sus buenos tiempos.
Ideológicamente, Trump
es un populista de derecha, que movilizará a los norteamericanos contra los
partidos políticos como una táctica para las elecciones, pero no creará un
movimiento político capaz de retar el establishment. En este sentido, Trump no
tiene una agenda política fascista, aunque su discurso lo aparenta.
Si llega a la Presidencia, Trump dice que sus proyectos serán pagados por trabajadores extranjeros. Sin embargo, serán los trabajadores norteamericanos que llevarán la mayor parte de la carga (incremento de impuestos y pérdida de más empleos) para financiar sus proyectos de expansión y ‘grandeza’ que promete en sus arengas.
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