Al lograr que la OEA haya dedicado una jornada a discutir sobre
Venezuela en el marco de la Carta Democrática y al hacer que esa organización
se involucre en el pulso que se libra, la administración Obama ha dado un paso
suave en función de su meta estratégica, que le será también útil a Clinton en
los debates de la campaña.
Leopoldo Puchi / El Tiempo
(Venezuela)
Luis Almagro, Secretario General de la OEA. |
En la situación venezolana confluyen simultáneamente dos tipos de
contradicciones: de un lado, la lucha interna por el poder de clases y de
factores políticos, que se libra en función de sus respectivos proyectos y
banderas; del otro, el pulso entre Venezuela y Estados Unidos, país que pugna
por el restablecimiento de su tradicional hegemonía hemisférica vulnerada por
la emergencia en los últimos años de gobiernos de izquierda partidarios, en una
mayor o menor medida, de la separación del dispositivo geopolítico heredado de
la Guerra Fría.
La reciente sesión del Consejo de la Organización de Estados Americanos
(OEA) se inscribe en este contexto. Como es natural en política internacional,
Washington se mueve por sus propios intereses y entre ellos está que el Estado
venezolano se reintegre y forme parte en condición de subordinación de su eje
económico, político, militar y de inteligencia. También es de su conveniencia
revigorizar la OEA, en la medida en que es una institución que al tener su
origen en la polarización Este-Oeste del pasado siglo internalizó en su
estructura y cultura organizacional el rol dominante de Estados Unidos, país
que goza de hecho en el seno de esa organización de prerrogativas y fueros
especiales.
Washington ha venido avanzado paulatinamente, desde la visión de
“paciencia estratégica” de Barack Obama, hacia el logro de sus objetivos. Al
mismo tiempo hay que considerar que estamos en pleno período electoral en
Estados Unidos y el próximo 4 de noviembre va a tener lugar la votación
presidencial en medio de una contienda de rasgos novedosos por la emergencia
del amplio cuestionamiento del establishment
que se expresa en la pujanza de las candidaturas de Donald Trump y Bernard
Sanders, lo que obliga a Obama y a su candidata Hillary Clinton a prever los
debates que se darán sobre política exterior.
Al lograr que la OEA haya dedicado una jornada a discutir sobre
Venezuela en el marco de la Carta Democrática y al hacer que esa organización
se involucre en el pulso que se libra, la administración Obama ha dado un paso
suave en función de su meta estratégica, que le será también útil a Clinton en
los debates de la campaña. De un modo diferente, el factor interno de oposición
al Gobierno ha salido derrotado, al haber colocado todas las expectativas en el plano de una acción internacional
inmediata que conduciría a una intervención y a una definición del conflicto a
su favor desde el extranjero.
Por su parte, Luis Almagro ha hecho bien el papel correspondiente de “policía
malo”, pero era obvio que una posición tan impulsiva y extrema como la suya no
podía se ser acogida. En cuanto a Argentina, jugó el rol de “policía bueno” en
su intento por persuadir a la delegación venezolana. Por su parte, Venezuela ha
logrado contener, con un manejo adecuado de la diplomacia, la ofensiva de un
eje que se ha fortalecido por los cambios en Brasil y Argentina. Pero este
capítulo no se ha cerrado. El pulso continúa.
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