Estamos lejos de alcanzar
la utopía guevarista del “hombre nuevo”. Cambiando las relaciones sociales no
se elimina siglos de avaricia, egoísmo e individualismo, que nos deja expuestos
al facilismo o a ‘caer en tentación’.
Aram Aharonian / ALAI
Varios casos de
corrupción que ocuparon primeras planas de los medios hegemónicos en los
últimos meses, viralizados a través de las redes sociales, dejaron dos
razonamientos: 1) si son gobiernos de izquierda es imposible que hayan cometido
ninguna irregularidad y cualquier denuncia es parte de una estrategia de
intervención imperialista, y 2) quienes dicen que si estos gobiernos de
izquierda han cometido actos de corrupción, entonces, toda la izquierda es
corrupta. Aclaremos: ambos razonamientos son por demás falaces y engañosos.
Lo cierto es que la
izquierda abanderó durante décadas la lucha contra la corrupción y la promesa
de que su llegada al poder cambiaría esa realidad, hace que su escrutinio hoy
sea aún más estricto. Que la derecha hoy aprovecha los escándalos, los exacerba
y utiliza políticamente… no es obviamente garantía de la honestidad de los
denunciantes (lo que queda muy en claro en Brasil).
Lo más peligroso en este
momento es que los ciudadanos lleguen a la conclusión de que la política es
igual a corrupción.
Se suponía que la
izquierda no caería en la corrupción, por principios y porque el costo sería
mucho más caro que para las derechas. Sin embargo, lo que no podía pasar
sucedió y no como algún hecho aislado o secundario.
Quizá la izquierda más
dura y pura supuso que el cambio político y económico generaría un hombre nuevo
casi de forma automática cosa que, obviamente, no sucedió, pues para ello es
necesaria una revolución cultural. Para muchos estar en el sistema implicó
jugar con las reglas anteriores, donde sin comprar voluntades o sin conseguir
financiamientos espurios no se puede hacer política.
Tampoco faltó el
nepotismo donde parientes, esposas, hijos, barraganas y amantes se beneficiaron
de las cercanías al poder
Parece demasiado naif
creer que se puede cambiar el sistema desde una opción ética, pero utilizando
las mismas reglas del sistema a transformar. Así, la corrupción se abre paso en
los gobiernos de izquierda, dañando presentes y, sobre todo, hipotecando
futuros.
La falta de transparencia
así como el hipercontrol burocrático facilitaron prácticas corruptas
desarrolladas ampliamente, tanto de forma horizontal como vertical, permitiendo
el desarrollo de favores y de clientelismo.
Muchos hablan de la
corrupción como un “valor” cultural en nuestros países, de la herencia
histórica. Jugar dentro del sistema capitalista significa operar con sus
reglas, pero es un craso error suponer que el uso de las reglas preexistentes
es algo inevitable: éstas pueden ser cambiadas, y reguladas por controles
políticos, democráticos y éticos.
Debemos reconocer la
existencia de sectores, grupos o individuos que ante la victoria de las izquierdas
se “travisten” asumiendo discursos, estilos, formas y maneras pero que buscan
obtener ventajas, privilegios o ganancias (ya Antonio Gramsci alertaba sobre
este travestismo político). Operan dentro de las estructuras de los Estados y
los gobiernos de izquierda medrando con sus posiciones para satisfacer su
interés personal.
Estamos lejos de alcanzar
la utopía guevarista del “hombre nuevo”. Cambiando las relaciones sociales no
se elimina siglos de avaricia, egoísmo e individualismo, que nos deja expuestos
al facilismo o a ‘caer en tentación’. Hay quienes prefieren pensar que un fin
superior y loable habilita conductas inmorales. Otros, menos filosóficos,
apenas otean oportunidades y se corrompen en beneficio personal.
Más democracia
Se denuncia que la
corrupción se abre paso en los gobiernos de izquierda y surge como única opción
la necesidad de mayor democracia: más controles democráticos, fundados en la
legalidad, la justicia y la transparencia’ para revertir el problema.
La Coordinación Socialista
Latinoamericana (www.cslatinoamericana.org) habla de mayores
controles y represión acompañados, además, por medidas políticas previas de
selección de cuadros en toda la estructura, que además de cumplir sus
funciones, reciban el reconocimiento moral y material por la tarea bien
realizada.
La satisfacción personal
por el trabajo bien hecho debe acompañarse de incentivos que, además de la
realización espiritual, permita el acceso a los bienes, lo que a su vez
garantiza la solidez moral, añade.
La gestión del poder y
los recursos son grandes tentaciones; es por eso que deben estar limitadas por
el tiempo, por las instituciones democráticas-republicanas, y una vigorosa
sociedad civil que cumpla también con un rol de vigilancia, límite y contrapeso
en un concepto de democracia participativa.
El costo de la política y
las millonarias campañas electorales, grandes márgenes de discrecionalidad para
los funcionarios, y la falta de sanción social de la corrupción, son
condicionantes mucho más poderosos que la ideología.
Lo que ha quedado en
evidencia es que la corrupción es hoy el principal cáncer de la política y que
puede dar al traste con el proyecto más altruista, más progresista, más
comprometido con la sociedad y con el cambio.
El principal reto de las
organizaciones partidarias, de los movimientos sociales y de los organismos de
control del Estado es imaginar, crear, construir nuevas formas de disuasión de
la corrupción y nuevos medios de vigilancia.
Quizás, lo más importante
sea recuperar la ética como presupuesto esencial de la política, y de eso no
hablan los medios hegemónicos, claro.
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