El Che pensaba que el
pueblo revolucionario tenía que ser motorizado por la aspiración de convertirse
en mejor ser humano, más solidario, más estudioso y más útil a la sociedad, que
por el paradigma de la capacidad de consumo o de convertirse en millonario. La
discusión era más compleja porque intervenía en el sistema de producción, donde
el Che impulsaba la desaparición del dinero.
Luis Bruschtein / Página12
El Che aventurero, el
de las remeras, el galán heroico, el revolucionario, el guerrillero, el
funcionario y el Che escritor. El Che se multiplica cada año dejando una estela
de semidios surcando el cielo. El Che de las poesías, el de las batallas, el
fraile misterioso de los encuentros con Perón, el jefe riguroso con sus subordinados,
el médico blanco del Congo, el dentista desmelenado en Bolivia. El Che que
tiene en la mira de su fusil a un soldadito boliviano y prefiere no disparar.
El Che cadáver en La Higuera, la belleza de la muerte sobre la mesa de la
morgue campesina. El Che sombra que se encarna en las luchas de los pueblos en
todo el mundo. El Che del rugby y del asma, el del leprosario y el de la
resistencia en Guatemala a la invasión norteamericana. Ninguno es la mentira
del otro y entre todas esas caras se arma la del Che.
El Che era un
revolucionario en la acción. Y dejó muchos escritos, algunos teóricos muy
interesantes. En realidad, lo interesante es revisitar esos textos con la
consciencia de esa doble condición del autor como político y como teórico.
Ese cruce le otorga a
las ideas una intensidad de arma de demolición que no es tan fácil encontrar en
el intelectual puro. Y al mismo tiempo es notoria la urgencia, el requerimiento
apremiante de operar sobre la realidad en forma inmediata. Por eso casi no se
incorpora el factor tiempo en esos desarrollos teóricos.
Y esa urgencia, lleva
en sí la importancia que tiene que darle el protagonista a esas opciones que se
toman en el camino, los debates y sacrificios que insumieron esas decisiones
que influyen en la tentación de darles a cada una de ellas un carácter
ideológico. Los escritos de Lenin tienen también esa marca de cruces
permanentes de práctica política y teoría, de táctica y estrategia.
De la misma forma que
Lenin hizo con el partido de vanguardia y el centralismo democrático, el Che
convirtió en aspecto ideológico a la lucha armada, y sobre todo al foco
guerrillero, como divisoria de aguas entre revolución y reformismo. Fue la
faceta de su ideario que centró la atención durante los años '60 y '70 y que
ahora muchos toman para descalificarlo.
Pero hay otros trabajos
muy interesantes que por lo general son olvidados o dejados de lado. En toda la
producción del Che hay una preocupación por un andarivel que va paralelo al de
lo económico, que era excluyente en aquellos años en la producción de los
teóricos marxistas.
En realidad es
prácticamente el único de los autores de izquierda más leídos por la militancia
de esos años que planteaba su preocupación en lo subjetivo, en los procesos
culturales que transformaban esa subjetividad. No lo decía con esas palabras,
pero la idea persistente del Hombre Nuevo está desplegada a lo largo de toda su
vida como revolucionario.
Los clásicos marxistas
planteaban que el valor de lo comunitario surgía de la inserción del proletariado
en la producción. Pero esa relación no era tan mecánica ni inmediata y la
revolución soviética debió cambiar muchos de sus presupuestos iniciales para
organizar la economía e incorporar estímulos materiales individuales en la
producción.
En Cuba el Che planteó
un debate muy fuerte sobre los estímulos morales y materiales y fue un defensor
de los primeros. En todo momento está presente esa idea de que si la
subjetividad de las personas no cambiaba, no habría proceso revolucionario
sustentable.
Mientras Estados Unidos
armaba un gran shóping de lujo en Miami como propaganda y contracara de la
revolución, el Che veía que el proceso revolucionario no podía competir con ese
Walhala del súperconsumo.
Pensaba que el pueblo
revolucionario tenía que ser motorizado por la aspiración de convertirse en
mejor ser humano, más solidario, más estudioso y más útil a la sociedad, que
por el paradigma de la capacidad de consumo o de convertirse en millonario. La
discusión era más compleja porque intervenía en el sistema de producción, donde
el Che impulsaba la desaparición del dinero. O, al menos, que apareciera recién
en el último momento de la cadena de producción hasta que pudiera desaparecer
en forma definitiva.
Detrás de esa idea
impulsó masivamente el trabajo voluntario, por el cual cada trabajador ofrecía
parte de su tiempo de trabajo a la sociedad. El Che perdió esas discusiones
porque la revolución cubana necesitaba imperiosamente hacer eficiente su
economía y esas ideas hubieran provocado al principio ralentizaciones y grandes
pérdidas.
Pero Fidel, como el
sintetizador de todos esos debates que se producían al calor revolucionario,
nunca lo menospreció. Descartó algunos de los mecanismos que proponía, pero
entendió la finalidad que buscaba, quizás porque sintonizaba con su
pensamiento. Por eso, a pesar de que perdió ese debate, gran parte de la marca
de identidad de la revolución cubana está en ese andarivel, paralelo a los
tecnicismos económicos, que se centra en el corazón cultural de los pueblos.
Esa discusión que
desvelaba al Che se ha convertido ahora en el eje del gran debate sobre el
poder de los medios de comunicación, la disputa por el sentido común, la
transformación cultural y lo que se definió como la “batalla de ideas”, nombre
que le puso Fidel.
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