Desde los años vividos,
con menor o mayor empeño en observar la realidad, acompañado por más o menos
luces, incluyendo sorderas y miopías propias, pueden ser útiles al momento de
hacer un raconto personal sobre indicios que se fueron dando para llegar donde
estamos. Insisto, los sesgos y obsesiones son de total responsabilidad.
Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina
No hay que ser
entendido para advertir que en la estética de los ’70 había inspiración en
imágenes exageradas, inspiradas por el ácido lisérgico que comenzaba a circular
a raudales entre la juventud. Botamangas anchas, colores estridentes, dibujos
búlgaros, hasta el film Submarino amarillo de los Beatles, aparecía influido
por esa visión.
Tampoco podemos pecar
de ingenuos que “hacer el amor y no la guerra” no implicaba una rebelión contra
las invasiones del imperio que debía alimentar su perversa industria terminada
la Segunda Guerra. Eso bullendo en el seno de su propia sociedad, en el corazón
sensible de los grupos musicales que invadieron los sesenta, los que luego se
juntaron en Woodstock.
Pero que al sur del río
Bravo, vivíamos nuestras propias insurgencias. Luego del triunfo de la
revolución cubana y la contraofensiva imperial de la Alianza por el Progreso,
que tuvo respuesta en la Conferencia de Punta del Este, donde el Che asistió
personalmente, para esclarecer con su inconfundible verbo y marcar el paso de
lo que luego vendría. Sus ideales y temperamento lo sacarían de la función
pública y volvería a la lucha, en la creencia de que los pueblos campesinos que
encontraba a su paso le seguirían. No fue así, lo sabemos, encontró la muerte
en Bolivia el 9 octubre de 1967.
Fue el triunfo del
imperio, celebrado con sus sumisos cómplices latinoamericanos, oficiales y
suboficiales becados en la Escuela de las Américas de Panamá, dispuestos a
combatir sus respectivos pueblos, cuyas luctuosas consecuencias hemos vivido en
cada uno de nuestros países.
Los años setenta fueron
más intensos que la década anterior, la Trilateral Comission con Nelson
Rokefeler a la cabeza, pensaba que una sociedad católica como la nuestra debía
tener un talón de Aquiles religioso, cientos de mormones y Testigos de Jehová
invadieron las calles y ciudades, miles de biblias protestantes fueron
repartidas gratis entre la población.
Milton Friedman ya
había desarrollado su teoría económica monetarista y junto con el golpe de
Pinochet en Chile, se pusieron en práctica allí. El blanco fueron militantes de
la Unión Popular, comunistas, socialistas y cualquiera que se pusiera enfrente.
No fue extraño que en la convulsiva Argentina que abría sus puertas al viejo
caudillo proscripto y exiliado 18 años para asumir tras la “primavera
Camporista”, la oscura Triple A saliera de caza de brujas. Era de esperar
también que después del 24 de marzo de 1976, se desatara un vendaval de terror.
La permanencia del
estado sitio como prevención de insurgencia, fue replegando a las personas a
refugiarse en sus casas. El miedo imperante fue un estímulo al individualismo
que se profundizaría después. Luego de tantos desmanes de los hombres, buscar
la luz divina operó como una opción milagrosa. Los ateos, agnósticos o diversos
creyentes comenzaron a advertir la necesidad de encontrar otras alternativas
existenciales, el advenimiento de una nueva era, un cambio de paradigma ante la
cercanía del nuevo milenio.
Por esos años Marilyn
Ferguson publica La conspiración de Acuario y vende millones. La meditación
trascendental, el hinduismo, el yoga comienzan a extenderse. Previo a esto
aparecen científicos que vinculan campos de conocimientos poco explorados. Algo
que ya había ocurrido a fines del siglo XIX con el impacto de la teoría
evolucionista frente la religión tradicional y quienes vincularon la teología
con la filosofía dando nacimiento a la Teosofía. La física cuántica con el
misticismo oriental, el Tao de la Física de Fritjof Capra revolucionó y
perturbó a las mentes inquietas. Otros estudiosos se plegaron a esa vanguardia
desde la psicología, la economía, dando cada uno su aporte y conformando
escuelas que revolucionarán el desarrollo personal.
Así como en su momento
los Beatles fueron atraídos por los monjes tibetanos, muchos partieron a Big
Sur, en California al Esalen Institute. Un prestigioso centro formativo creado
en los cincuenta por donde pasaron muchas celebridades y que cobró bríos en los
ochenta, justamente cuando varios estudiosos como Capra coinciden allí.
En lo personal, la caída
de la dictadura, el advenimiento de la democracia y mis posgrados en Río de
Janeiro y San Pablo, donde me sorprendió la rápida convocatoria a elecciones,
el triunfo radical y el retorno masivo de exiliados.
El gobierno de Alfonsín
y de Sarney coinciden en sentar las bases del MERCOSUR y, con un grupo de
amigos nos animamos a fundar el Instituto Cultural Argentino Brasileño, con el
objeto de acercar la lengua y la cultura del gigante vecino, luego de las
dictaduras que sólo estimulaban las hipótesis de conflicto entre hermanos. En
1978, con las estridencias del Mundial de fútbol, habíamos soportado las
bravuconadas de los militares de ambos lados de la cordillera. El General
Menéndez hacía alardes que de invadir Chile a la tarde se mojaba los pies en el
Pacífico. Años negros, descarados y sangrientos que, mientras nos avergüenzan a
la mayoría, otros, los beneficiarios económicos, los evocan con nostalgia.
Advertir las ventajas
de la construcción de relaciones culturales, más allá de las comerciales y complementarias
entre los países signatarios del Tratado, fue un aire renovado para quienes
habíamos vivido la experiencia de compartir estudios con latinoamericanos en
los dos cursos realizados.
Sin embargo, la
fragilidad gubernamental del líder radical fue arrasada por el aluvión
menemista que, ya había traicionado el mandato popular tras su alianza con lo
más conservador y retrógrado de la política argentina.
Su asunción coincide
con el Consenso de Washington, el fin de la historia, la caída del Muro de
Berlín. Prolegómenos de una segunda experiencia neoliberal, aunque en aquellos
tiempos no teníamos el término preciso para designar lo que vendría tras la
envestida de reformas estructurales.
Yo había conocido a
Menem como gobernador de La Rioja años antes, me había sorprendido su
magnetismo personal, me ofreció dos trabajos allí, uno en el gobierno y otro en
la Universidad y, por esas raras intuiciones, desistí el ofrecimiento que, de
haber estado a su lado, seguramente, estaría acompañándolo en el gobierno
nacional, como lo hicieron mis comprovincianos Eduardo Bauzá y José Roberto
Dromi, mi profesor de Derecho Administrativo, autor de las nefastas Ley de
Reforma del Estado y Emergencia Económica que privatizaron las empresas del
Estado y derrumbaron el modelo de país que caracterizó al peronismo fundador.
A partir de entonces,
era muy difícil explicar nuestra adhesión al movimiento nacional y popular.
Cuestión que trajo grandes disidencias como fue el Grupo de los Ocho, de donde
salió Carlos Chacho Álvarez, Juan Pablo Cafiero y otros que después desafiarían
en las elecciones en la reelección del riojano y, luego conformarían la
Alianza.
Desde la derrota, desde
el retiro voluntario de Ferrocarriles Argentinos, donde trabajé 25 años y la
reinvención profesional que dejó la intemperie, mirar desde abajo las esquirlas
del exitismo de unos pocos, fue empezar a husmear esos indicios extraños que
iban contagiando a los sectores progresistas de la sociedad.
Ahí entendimos que la
venta de las joyas de la abuela se celebraban con pizza con champán, que las
relaciones carnales con EEUU posibilitaban viajar sin visa a Miami y que, la
paridad del uno a uno con el dólar, nos igualaba a cualquier yanqui de a pie.
El engaño mejor logrado, tanto como el actual “Sí se puede” pleno de mentiras
de este renovado y viejo predador de ojos celestes.
El menemismo fue una
época súper cholula en que, para abstraernos hacíamos cursos de desarrollo
personal, programación neurolingüística PNL y psicología trascendental;
indagábamos en la carta astral para ver qué nos reservaban los planetas,
buscábamos el equilibrio interno, meditábamos y nos recluíamos en círculos
cerrados, creyendo que de esa forma crecíamos interiormente, mientras la
sociedad se iba al carajo en mil pedazos por todos los rincones.
El fantasma de un
individualismo extremo destrozaba los lazos familiares deteriorados por el
desempleo en el seno de cada hogar de obreros y empleados de las empresas
privatizadas; las organizaciones sindicales, barriales, los clubes, todas las
experiencias solidarias colectivas estaban siendo socavadas, boicoteadas por un
consumismo en donde la envidia al vecino era el motor que movía todas las
ambiciones en ese universo material. Eso nos llevó a este puerto inhóspito en
que estamos anclados. Pero entonces eran retortijones espirituales, fogonazos
esporádicos en pesadillas culposas que acosaban a quienes sospechábamos de
tanta estupidez farandulesca.
Caer de bruces de la
noche a la mañana en diciembre de 2001. Fue un antes y un después. Despertarse
gritando ¡Que se vayan todos! Cansados de la política y el descrédito de todos
los dirigentes, puso de un plumazo la cruda realidad oculta hasta el momento.
Los espejitos de
colores con forma de globos amarillos del 2015 y los candidatos nos puso en
guardia a sabiendas de lo que se venía, de cuya crónica semanal hemos dado
testimonio no sin antes sorprendernos de lo rápido y devastador que ha sido el
tsunami macrista.
Señales que ya no eran
sólo locales sino que abarcaban un amplio espectro de países de la región,
junto con el advenimiento de un personaje como Donald Trump en la primer
potencia bélica y otros tantos derechosos en Europa.
De modo que todos
aquellos ingredientes dispersos y hasta inconciliables luego de medio siglo,
nos recuerdan el aleteo de la mariposa amazónica originando el huracán caribeño
que vino después. Más sofisticadas, más groseras, íntimas o colectivas como la
Iglesia Universal, nos arrastraron nuevamente al pozo más profundo e injusto,
donde está en vilo la dignidad de ciudadanos, las instituciones democráticas
frente a los caprichos y apetencias de los poderosos y, sobre todo, los
derechos adquiridos luego de siglos de lucha por sociedades políticamente
soberanas, económicamente libres y socialmente justas.
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