Desde la dictadura en
adelante, cada época de recorte y ajustes, dejó una tendalada de gente a la
intemperie, mal nutrida, condenada al eterno desempleo. No porque les guste,
disfruten vivir de changas y jamás tener trabajo en blanco, con los debidos
aportes provisionales.
Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina
Vivimos tiempos
absurdos, obscenos. Tiempos en que los jóvenes intentan salvar el mundo
mientras los mayores dan la espalda. Como cuando Greta Thunder denunció ante la
ONU la emergencia climática y Donald Trump miraba al costado o directamente la
tomaba en broma.
Episodio ampliamente
difundido en un mundo tan sorprendido, como podría hacerlo frente a lo que
ocurre en este país austral llamado Argentina. Tan absurdo y obsceno como el
ejemplo anterior: produce alimentos para 400 millones de personas y sólo tiene
unos 45 millones, 40% de los cuales, son pobres. De esos pobres, dos de cada
tres son niños. ¿Cómo es posible? Niños mal nutridos, sin las calorías
necesarias para crecer sanos y poder concurrir exitosamente a la escuela.
La responsabilidad es
colectiva, pero mucho mayor de los que conducen, porque tienen en sus manos los
recursos necesarios para mitigar el hambre. Saben que el futuro de ese adulto
desnutrido y deficientemente educado, será una carga al sistema de seguridad
social, para la sociedad en general.
Claro, esto no encaja
con el mensaje meritocrático del neoliberalismo. Neoliberalismo que, desde su
nacimiento ha sido una malvada fábrica de pobres.
Desde la dictadura en
adelante, cada época de recorte y ajustes, dejó una tendalada de gente a la
intemperie, mal nutrida, condenada al eterno desempleo. No porque les guste,
disfruten vivir de changas y jamás tener trabajo en blanco, con los debidos
aportes previsionales.
Los chicos ricos
actuales toman esas viejas nuevas medidas para bajar el costo laboral, algo que
desde Martínez de Hoz es regla. Mientras sus padres engordaban con la obra
pública, otros padecían un calvario.
Cuando con el Mundial
’78 como telón de fondo se secuestraba, torturaba y mataba gente y a otros
miles se los condenaba a ser pobres estructurales. Termino relativo, dirigido a
definir personas que carecen de toda estructura, desde su débil esqueleto hasta
el techo de chapas que los protege a modo de morada.
A partir de entonces la
fábrica de pobres estuvo a pleno, con algunas excepciones ya conocidas.
Aquellos jóvenes que nunca tuvieron trabajo estable, hoy son abuelos y
bisabuelos de otros jóvenes criados bajo ese horrendo ejemplo.
El mismo discurso repugnante,
repulsivo y odioso dice Miguel Ángel Pichetto en campaña: “hay que quemar las
villas y terminar con todo”. La ministra Bullrich que manda a las fuerzas
policiales a exigir documento en los trenes por portación de rostro; un lugar
donde se desplazan diariamente más de un millón de trabajadores es romper los
esquemas, por no decir otra cosa. Esto sin dejar de lado las expresiones anodinas
e infames del presidente Macri o la gobernadora Vidal que creen que el hambre
se satisface con asfalto. Sin tomar tampoco en serio a la delirante diputada
Carrió que incita a la cúpula de Juntos por el Cambio a que salgan a decir el
27 de octubre después de las 18 horas: ¡Ganamos! aunque sea mentira. Incluso
amenazando a Rodriguez Larreta, actual Jefe de la CABA, “es la última vez que te
lo digo Horacito, si no te cago a patadas”.
Demasiada estupidez
junta resulta harto descarada, vergonzante para los millones de niños y jóvenes
que esperan al menos la comida de cada día. Porque… no pidamos de estos chicos
malcriados mayores gobernantes, que derrochan ocio y poder, alguna actitud
responsable o racional.
Todos ellos, siempre
invitados a delirar sus proezas a la mesaza de Mirtha Legrand, la nonagenaria
diva que marca tendencia “macrista” en la coqueta city porteña. Entre cuyos
devotos seguidores están las señoras que se manifiestan a favor del presidente
y se entusiasman contando a los noteros que “alguna vez han visto un pobre y lo
han tocado”. Confesión vergonzosa y perversa, proviniendo de gente que peina
canas y seguramente, disfruta de nietos bien comidos.
La burbuja perversa de
los medios hegemónicos pasan del lío de la vedette o bailarina de moda, a las
idas y venidas del River y Boca, los desplantes de los barra brava que se ríen
de los controles y las autoridades, como una manera de sobornar la cruda
realidad de millones, donde la miseria de las calles, los niños flacos,
panzones y con mocos colgando, no son los bellos chicos ojos azules que se ven
en la publicidad de pañales descartables.
Del mismo modo los
noticieros televisivos ignoran los guarismos, cada vez más alarmantes del
Observatorio de la Deuda Social de la UCA o los del propio INDEC, cuyos datos
son desestimados porque no arriman votantes.
Ni ética ni moral
ensayan en sus reuniones, mucho menos aparecen en las lluvias de ideas, cuando en
los spots publicitarios lucen exultantes, se mienten y engañan diciendo que son
parte de la solución y no del problema.
Cuando a partir del
2015, inventaron una crisis por “la pesada herencia”, se endeudaron con el
Fondo, se llenaron de dinero con la especulación financiera y, finalmente, el
pueblo pagará la consecuencia de todos sus desmanes.
En esta nueva embestida
macriliberal hubo regresiones a la caverna. Una ampliamente difundida y sin
respuesta: la expulsión masiva de trabajadores y empresas quebradas. Otra, el
desmantelamiento del Estado de Bienestar y avasallamiento de sus beneficios. Daños
colaterales, por las consecuencias impuestas por la dolarización de los
servicios: la gente de las villas del conurbano, cuando subió el gas natural no
pagó las facturas y les retiraron el servicio. Luego usaron garrafas de gas
envasado y, cuando éstas subieron de precio y se hizo imposible reponerlas,
directamente se pasó a usar leña, como hace décadas. La fábrica de pobres a
full.
Los eficientes
empresarios que se hicieron cargo de la Secretaría de Servicios, saben del
impacto social de sus medidas, conocen acaso de la involución de los índices de
desarrollo humano.
Qué relato de la
pobreza pueden tener estas personas de carne y hueso que llenan cifras, cuadros
estadísticos, que tienen nombre y apellido (los que alcanzaron a ser
documentados, mientras otros siguen siendo NN como los desaparecidos), que se
sabe dónde se localizan, condenadas a tal degradación, eufemismo de carnicería
social, el mismo que tendría un condenado sin derecho a réplica. Y como
condenado sabe que no tiene esperar respuesta, al menos, en estos tiempos
absurdos, obscenos.
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