La
situación ecuatoriana no es una excepción en esta América Latina radicalizada
hacia la derecha. Pero la paciencia popular tiene un límite, y ya lo estamos
avistando en el horizonte.
Rafael Cuevas Molina / Presidente
AUNA-Costa Rica
En
Ecuador, la sublevación popular ha puesto en jaque a la presidencia de Lenin
Moreno. El presidente ecuatoriano se queja de ser objeto de un complot
encabezado por su predecesor Rafael Correa y el presidente de Venezuela,
Nicolás Maduro.
Los
desencuentros entre Moreno y Rafael Correa o, más en general, con el proyecto
que había impulsado Alianza País, el partido que lo llevó a la presidencia, se
iniciaron apenas comenzando su mandato. El señor Lenin Moreno llegó a la
presidencia con un programa progresista que daba continuidad a lo hecho por
Correa y Alianza País pero él, sin decir agua va, le dio la espalda e hizo todo
lo contrario.
Se
alió con quienes habían sido sus contrincantes políticos e ideológicos e inició
una persecución contra todos aquellos que se mantuvieron fieles al proyecto
original. Los primeros perseguidos fueron quien fuera electo vicepresidente con
él, Jorge Glas, a quien acusó de corrupción y encarceló, y su predecesor
Correa, a quien ha tratado de echarle el guante y ha inhabilitado para que se
postule nuevamente a la presidencia.
El
deslinde hacia la derecha del señor Moreno no se limitó a perseguir a quienes
habían sido sus compañeros de proyecto político. Internacionalmente se alió con
las fuerzas más reaccionarias de América Latina, las que habían llegado al
poder de forma casi simultánea con él y constituían lo que se ha dado en llamar
la “restauración neoliberal”, y que han constituido una especie de
internacional reaccionaria cuyo objetivo fundamental es tratar de derrocar al
gobierno de Venezuela y echar para atrás todo lo hecho por los gobiernos
nacional progresistas en años pasados.
Pareciera
que el retractarse de lo inicialmente prometido en campaña para luego hacer
casa común con la derecha más reaccionaria, que se ceba en ajustes que cargan
la mano en los trabajadores, se está volviendo la norma en nuestros países.
En
Costa Rica, por ejemplo, se está viviendo una situación que tiene muchos
paralelismos con lo que sucede en Ecuador.
El
Partido Acción Ciudadana (PAC), que inicialmente se perfiló como un partido
alternativo al bipartidismo que dominó la política costarricense durante toda
la segunda mitad del siglo XX, y en el que muchas personas pusieron sus
esperanzas de que fuera en el gobierno un partido progresista, ganó las
elecciones de 2018 e, inmediatamente, estableció una alianza precisamente con
esa fuerzas tradicionales de derecha de las que se decía alternativa.
El
resultado de esta asociación que no dudamos en calificar de nefasta ha sido,
tal como está sucediendo en Ecuador en este momento, el impulso de una agenda
de radicalización neoliberal que ha implicado un paquete fiscal que deja caer
sus efectos negativos sobre los hombros de los asalariados y, en general, los
sectores más vulnerables de la población, mientras los grandes capitales,
muchos de ellos grandes defraudadores al fisco, ni siquiera son mencionados en
la agenda del ajuste.
En
este contexto, todo lo público se encuentra bajo ataque. Las universidades
públicas, por ejemplo, son objeto de la más acérrima campaña de desprestigio, y
pareciera que deben ser no solo ajustadas en sus programas de estudio para que
sirvan a los intereses y necesidades de lo que eufemísticamente se llama el
modelo de desarrollo “nacional”, basado en buena medida en el asentamiento de
capitales transnacionales que necesitan técnicos y profesionales para sus
enclaves, sino que, además, son presentadas ante la opinión pública como nido
de vagos y acosadores sexuales que ganan salarios millonarios que deben ser
recortados para hacer justicia social.
La
oposición a tal rumbo de radicalización neoliberal ha sido, como en el Ecuador,
intensa. El año pasado, los sindicatos unidos estuvieron varios meses en huelga
y, al igual que en Ecuador, fueron criminalizados por el aparato mediático.
La
situación ecuatoriana, por lo tanto, no es una excepción en esta América Latina
radicalizada hacia la derecha. Pero la paciencia popular tiene un límite, y ya
lo estamos avistando en el horizonte.
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