Un problema tremendamente complejo, grave, de consecuencias fatales si
se quiere como es la CATÁSTROFE ECOLÓGICA debido al capitalismo -y no un
“cambio climático”, con lo que se aguada la cuestión- tiende a ser presentado
como espectáculo audiovisual, centrando todo en la figura de una persona,
evitando así ver la magnitud global del asunto.
Marcelo Colussi / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Guatemala
La “Flor de las Indias”, como las
llamara Marco Polo cuando las conoció, es decir: las mil doscientas pequeñas
islas e islotes de coral desperdigadas por el Océano Indico más conocidas como
Islas Maldivas, con sus 400.000 habitantes (hoy día paraíso turístico … para
quienes pueden pagar el viaje), están condenadas a desaparecer bajo las aguas
oceánicas en un lapso no mayor de 40 años si continúa el calentamiento global
de nuestro planeta -fundamentalmente debido a la sobreemisión de gases de
efecto invernadero, en especial de dióxido de carbono (CO2)- y el consecuente
derretimiento de casquetes polares y glaciares con el subsiguiente aumento de
la masa líquida de la superficie terrestre. Lo curioso -¿tragicómico?,
¿incomprensible?- es que los habitantes de esta región geográfica no han
vertido prácticamente ni un gramo de este agente contaminante.
Este desgarrador ejemplo es claramente
demostrativo de cómo funciona el desastre ecológico en curso: no hay habitante
del planeta, en ningún punto, que esté al margen de las graves consecuencias de
los efectos que están teniendo lugar a partir de las variaciones en el clima. La progresiva falta de agua dulce, la degradación de
los suelos y la consecuente merma en su fertilidad, los químicos tóxicos que
inundan el globo terráqueo, la desertificación creciente, el calentamiento
global, el adelgazamiento de la capa de ozono que ha aumentado un 1,000% la
incidencia del cáncer de piel en estos últimos años, el efecto invernadero
negativo que nos ahoga, el derretimiento del permagel, las interminables
toneladas de desechos no biodegradables que pululan por los océanos o la
posibilidad de un descalabro universal a partir de la contaminación genética
producto de los transgénicos son todas consecuencias de un modelo depredador
que no tiene sustentabilidad en el tiempo. ¿Cuánto más podrá resistirse esta
devastación inmisericorde de los recursos naturales?
Hoy día pasó a hablarse repetidamente de
cambio climático. Hay ahí una falacia, un engaño bien pergeñado -de ahí que lo
pongamos provocativamente entre comillas en el título-. Presentarlo como
“cambio climático” puede dar a entender que se trata de un fenómeno natural, de
una modificación espontánea de factores ambientales. La realidad, sin embargo,
es muy otra. No hay cambio climático sino desastre, catástrofe medioambiental
consecuencia del modelo de producción y consumo vigente. Dicho de otro modo: es
el capitalismo imperante, en tanto sistema dominante a escala global, el que
está produciendo estas tremendas modificaciones que, como ejemplo, inundarán
las Islas Maldivas, por decir lo mínimo.
Pero las consecuencias van
infinitamente mucho más allá de la inundación de este paraíso tropical, punto
por excelencia de un turismo sofisticado. Millones y millones de personas ya se
están viendo gravemente afectadas: tierras que se vuelven incultivables, ríos
que se secan, aguas oceánicas que avanzan sobre los continentes, insoportables
ondas de calor que matan, tormentas inusitadamente devastadoras, hambre, sed y
desesperación constituyen el panorama global que ya se está teniendo. Y que, si
no se cambia el curso de los acontecimientos, amenaza con tornarse mucho más
grave.
Todo ello no es un simple “cambio”
natural; tiene causas bien precisas y claramente identificables, por tanto,
corregibles. Es el modo de producción que se impuso triunfal hace 200 años, hoy
día absolutamente globalizado, centrado en una descomunal producción para el
mercado, haciendo que todo sea renovable, se vuelva obsoleto pronto y haya que
cambiarlo, fomentándose una alocada e insostenible cultura del consumo y del
derroche. Lo que sucede es que el planeta Tierra, fuente última de toda la
materia prima que la industria transforma y nos lo vende a través de atractivos
escaparates manipulándonos con frenéticas publicidades, tiene límites. Y
estamos llegando a ese límite infranqueable.
Ello lleva a pensar, quizá con un aire
de ciencia-ficción, que los responsables últimos de todo esto, los propietarios
de los grandes capitales que fijan las líneas maestras de cómo va el mundo,
sabiendo de toda esta catástrofe, probablemente ya tengan su alternativa
armada: una vida “perfecta” en algún punto fuera del planeta, totalmente
artificial, alejados de la decadente catástrofe mundana. Insisto: sin saber si
esto fuera posible, los responsables de la catástrofe -que no son exactamente
los gobiernos, sino los que mandan a los gobiernos: los monstruosamente grandes
mega-capitales globales- no parecen tener interés en detener el desastre en
curso. Mientras haya petróleo para explotar, esta modalidad depredadora
seguirá.
Desde hace algún tiempo el sistema
capitalista ha advertido la gravedad en juego. Algunos lo siguen negando, pero
en general hay cierto reconocimiento. Lo que sucede es que el tema se banaliza,
se pone el acento en la desaparición de los osos polares o los ositos panda
-sin negar que ello sea sumamente importante- olvidando la dimensión de
catástrofe humana presente. Y mucho de lo que se hace es llamar a la población,
como responsable del asunto, a tener conductas “menos agresivas” contra el
medio ambiente. De ahí que se desarrollan campañas de “conciencia ecológica”:
reciclar, no usar plásticos, emplear más la bicicleta, cerrar bien los grifos,
no utilizar pajillas para las bebidas, y un largo etcétera.
Todo ello es correcto, pero no se tocan
los fundamentos mismos de lo que está a la base: el sistema capitalista
depredador. Lo que puede llevar a pensar que no es posible un verdadero cambio
en la situación climática si no cambia el sistema. Por eso es posible -¡y
necesariamente urgente!- hablar de un eco-socialismo.
En medio de esta discusión cobró una
relevancia inusitada una joven sueca de 16 años de edad: Greta Thunberg, que se
ha hecho ya figura pública internacional. Con claridad expresó recientemente: “Los
que nos dirigen no han entendido en absoluto la magnitud del problema. Están
totalmente fuera de lugar. Piensan que los pequeños ajustes, las pequeñas
acciones, las pequeñas cosas, pueden resolver el problema cuando nos
enfrentamos a una gran crisis existencial”. Lo que se ha dado en llamar “el
fenómeno Greta” está en auge.
Sin quitarle en lo más mínimo
relevancia a esta joven activista ambientalista, y sin caer en esa infamia
misógina y adultocéntrica de denigrarla por su condición de autista, burlarse
por su edad o ver su mensaje como algo trasnochado, cabe la pregunta: ¿por qué
el sistema todo lo transforma en show?
Un problema tremendamente complejo, grave, de consecuencias fatales si
se quiere como es la CATÁSTROFE ECOLÓGICA debido al capitalismo -y no un
“cambio climático”, con lo que se aguada la cuestión- tiende a ser presentado
como espectáculo audiovisual, centrando todo en la figura de una persona,
evitando así ver la magnitud global del asunto. Greta Thunberg, finalmente,
puede ser usada como distractor.
Saludamos a esta joven mujer que denuncia lo que acontece, y
complementamos su mensaje con un llamado a entender que no puede haber solución
real -y no meros paliativos- en los marcos de la producción y consumo
capitalista.
1 comentario:
La catàstrofe ecològica mencionada por Marcello Colussi en su excelente trabajo ha sido tambièn denominada como antropoceno por aquellos que al referirse al cambio climàtico pretenden endilgarle la responsabilidad a la humanidad en su conjunto, sin identificar a los responsables de la debacle climàtica. En lo personal opto, como ya lo han hecho otros autores, por el concepto Capitaloceno por cuanto identifica al problema como algo causado por el efecto del modo de producciòn -capitalista- en su relaciòn con la explotaciòn irracional de la naturaleza por medio del trabajo humano. Asi, se obtienen los màximos beneficios causando graves daños a los seres humanos -recordemos las enfermedades laborales en cada tipo de explotaciòn- y a la naturaleza con la extracciòn de productos naturales no renovables.
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