La República Popular
China es hoy la gran propulsora de un proyecto global del “Cinturón y la Ruta
de la Seda” que cubre inversiones y desarrollo en los países involucrados en
estas globalizadoras aventuras del primer y segundo milenio de nuestra era. El
lugar histórico que debe tener Cuba en ella, y nuestra Habana de cinco siglos,
es tan determinante como el de Estambul en Europa.
Luis A. Montero Cabrera / Cubadebate
La globalización de la
que tanto se ha escrito comenzó en realidad hace unos 60 000 años, cuando
parece que algunas tribus de homo sapiens se desplazaron sistemáticamente al
norte de su África originaria. Puede que hayan usado balsas por el Nilo, o se
hayan desplazado por tierra a través del istmo de Suez, o se hayan lanzado a
las corrientes del estrecho de Gibraltar.
Cuando la especie
surgió, el clima de lo que hoy llamamos Eurasia era muy fríamente inhóspito
para nuestros abuelos. Hubo que esperar muchas decenas de miles de años para
que resultaran una alternativa atractiva para aquellos seres que eran
probablemente tan inteligentes como nosotros hoy en día, pero estaban mucho
menos informados de cómo hacer las cosas. Llegaron incluso a poblar primero
Australia que Europa, a pesar de la lejanía y las evidentes barreras marítimas
que eso representó.
Durante esos milenios
en los que fuimos asimilando nuevos asentamientos y maximizando nuestras
potencialidades de obtener o producir lo que necesitábamos para sobrevivir fue
creciendo también la cantidad de información propia y ajena que cada humano
almacenaba y usaba. El comercio, como forma desarrollada de esa supervivencia,
hizo que se intercambiaran bienes para satisfacción de las partes. Los viajes permitieron
que ciertas mercancías exóticas para un grupo humano le fueran accesibles,
aunque vinieran de lugares remotos. Se podían obtener bien por intercambio
directo o también a partir de un invento revolucionario: el dinero, que es la
mercancía universal.
Con esta carta de
crédito, un comerciante no tenía que cargar con voluminosos bienes para
cambiarlos por lo que necesitaba en donde fuera. Lo que sirviera de dinero era
casi siempre más fácil de transportar. Si se certificaba su validez podía
cambiarse por cualquier recurso en cualquier parte. El oro y otros minerales
escasos y de interés por todos resultaron idóneos para que un comerciante
veneciano pudiera adquirir bienes en una feria pekinesa. Y también para
traerlos de vuelta a su origen adriático con el fin de venderlos de nuevo,
sacando la mayor ganancia posible del servicio de su gestión y transporte de
vuelta.
Durante muchos siglos,
la seda de China se cambió por oro y otras mercaderías monetizables. El
procesamiento y producción de este exquisito tejido, de origen proteico y
producido por capullos de polillas, solo era bien conocido allá. Sin embargo,
era ambicionado por las personas más solventes de Europa. Así surgió un factor
de globalización comercial y financiera que determinó la vida de muchos,
incluyendo la mayoría de los ancestros de los que hoy habitamos Cuba. La
expedición de Colón tenía como motivación última, al menos aparentemente,
competir con la ruta y el cinturón de la seda que unía el oriente chino con el
occidente europeo.
Como los humanos somos
muy ingeniosos e innovadores, a la vez que temerarios, una vez establecidos los
asentamientos europeos en América, se comenzó a ampliar aquél cinturón
terrestre y las rutas marinas que se habían comenzado siglos antes en Eurasia y
África. Ahora se trataba de usar la esfericidad del planeta y arribar a las
mercancías asiáticas por el occidente. Durante casi tres siglos funcionó
entonces un largo camino para las mercancías europeas occidentales a Asia y las
asiáticas de vuelta. Implicaba muchos azares y aun así resultaba sostenible.
La llamada “Flota de
Indias” movilizó una formidable armada de galeones que enlazaban periódicamente
primero Sevilla, usando la navegabilidad del Guadalquivir para esos buques, y
después Cádiz para remontarse a través de un inmenso Atlántico hacia el Caribe.
Su operación en nuestro Mediterráneo americano era compleja. Cuando venían lo
hacían fundamentalmente a Cartagena, hoy en Colombia, o Portobelo que estaba al
norte de Panamá, en el Caribe.
El regreso a la península
tenía una escala larga de avituallamiento y agregación inevitables nada menos
que en La Habana. Nuestra posición geográfica privilegiaba que la Corriente del
Golfo ayudará a los buques en su retorno europeo. También, la excelente
condición de seguridad multifacética de la bahía se prestaba de maravillas para
la logística, la construcción y el mantenimiento de los buques que estaban
sometidos a tan riesgosa travesía de regreso.
Habrá que divulgar los
numerosos estudios que deben existir, o hacerlos, acerca de lo que esta
aventura de la historia comercial del mundo significó como una de las razones
de nuestra idiosincrasia nacional, de nuestra hermosa diversidad, y de nuestra
cultura multidimensional.
Para completar la nueva
ruta de la seda de los siglos XVI al XVIII, la aventura atlántica complementaba
a otra desde Asia. La llamada “Flota del Pacífico” iba y venía a Manila en las
islas que hoy se llaman Filipinas, hasta Acapulco, en la entonces Nueva España
después de atravesar ese inmenso océano. Sus mercaderías se transportaban
entonces por tierra, a través de Puebla, para llegar a Veracruz en el Golfo de
México y de ahí a La Habana, para ser reembarcadas en la Flota de Indias. Por
supuesto que también funcionaba en dirección contraria para mercancías europeas
destinadas al extremo oriental de Asia.
La República Popular
China es hoy la gran propulsora de un proyecto global del “Cinturón y la Ruta
de la Seda” que cubre inversiones y desarrollo en los países involucrados en
estas globalizadoras aventuras del primer y segundo milenio de nuestra era. El
lugar histórico que debe tener Cuba en ella, y nuestra Habana de cinco siglos,
es tan determinante como el de Estambul en Europa.
Una reflexión actual
acerca de estos orígenes también nos lleva a muchas conclusiones lógicas que,
aunque evidentes, a veces se olvidan. Si algún privilegio tenemos de la
naturaleza es nuestra situación geográfica con relación a las cadenas de
comercio y transporte mundial de personas y mercancías. Los panameños gozan de
algo similar y lo usan a fondo. Es cierto que nuestros intentos están
claramente sesgados por el bloqueo al que se nos ha sometido desde hace décadas
por querer ser libres.
Pero, ¿hemos usado
realmente todas nuestras posibilidades dando facilidades máximas para que el
ingenio y la iniciativa de los cubanos aprovechemos esta ventaja en bien de
nuestro orden social, que es justo por definición? ¿Qué está ocurriendo de
forma espontánea ahora mismo en nuestro país con el importante comercio
informal que florece y del que toda la sociedad cubana solo se beneficia marginalmente
y unos pocos notablemente? ¿Resulta la excelente iniciativa del puerto libre
del Mariel lo suficientemente atractiva para lo que fue concebida? ¿Manipulan
nuestros bancos todos los valiosos flujos financieros que presumiblemente
circulan por nuestro país en los bolsillos de las personas? ¿Están las
inversiones y regulaciones portuarias y aeroportuarias de nuestra Patria y sus
proyecciones futuras a escala con esta oportunidad de ser llave del Golfo y
centro distribuidor natural de personas, mercancías y finanzas de este mundo
global en esta región del mundo?
La cultura y el
conocimiento de la historia completa, la que no siempre alcanza sus justas
conclusiones en los libros de educación básica, pueden ayudarnos a promover
alianzas, a competir y a triunfar en el objetivo de construir una sociedad
verdaderamente más justa, libre y democrática como tiene que ser el socialismo
que nos decía Fidel.
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