Todos
nos hemos sentido conmocionados por lo que está ocurriendo en Chile estos días.
Miles y miles de manifestantes de todas las edades y clases sociales han dicho
¡basta! El pretexto fue el aumento de $30 en el boleto del Metro, uno de los
más caros, pero podría haber sido cualquier otro.
Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina
Hastiados
de las iniquidades de una elite representada por el presidente potentado,
Sebastián Piñera que disfruta desde hace décadas de todos los privilegios
habidos y por haber, salieron a las calles de todas las ciudades del país,
desde Iquique a Punta Arenas, poniendo el cuerpo a las balas, como si todo esta
gran explosión hubiera estado bullendo desde mucho tiempo bajo la superficie.
El
volcán dormido entró en erupción y escupió bocanadas de lava por todos los
rincones del país. Ese país, modelo de crecimiento que las derechas de la
región mostraban con orgullo desmedido y al que todos los millonarios llegados
al poder, querían imitar. Todos se querían mostrar con el exitoso Piñera y
retratarse como para contagiarse de su racha.
El
ingeniero empresario, el presidente Mauricio Macri quiso participar de la
bonanza, sale en fotos brindando con champán, chocho, con mirada cómplice;
hermanado por la misma ideología, por las mismas ambiciones y con idéntico
desprecio hacia las mayorías. Mayorías que silenciosamente, tras la cordillera
fueron tomando conciencia y perdiendo miedo a esos carabineros que
identificaban con la sangrienta represión de Pinochet aquel 11 de septiembre de
1973 en que derrocó al Presidente Salvador Allende. Cada chileno, aunque lo
esconda o lo haya sepultado en el olvido para no sufrir, tiene algún familiar
muerto o torturado. Muchos siguen recordando al horroroso Estadio Nacional, ese
infierno que se cobró tantas vidas.
Pero
hay algo que pocos saben o recuerdan o no quieren recordar, es que la Junta
Militar que asesinó al Presidente Salvador Allende no sólo derogó la
Constitución Nacional de 1925, sino que convocó a una Constituyente que dio
frutos a través de la Comisión Ortúzar, una Comisión encargada de redactar el
texto constitucional que, finalmente se pone en vigencia en 1982 bajo la férula
del mismo Pinochet.
De
allí que la Concertación que asumió el gobierno, luego del plebiscito de 1988
que impidió la continuidad del dictador, no rompió lazos con la dictadura, como
tampoco Michelle Bachelet pudo reformar la Constitución al terminar su mandato
en 2015, como era su objetivo.
Mucho
menos se sabe aún de dónde viene la legendaria rebeldía y el acendrado
nacionalismo chileno. La nación mapuche fue la única reconocida por el rey
Felipe IV, tras la firma del Pacto de Quillín en 1643, cuando luego de una
encarnizada resistencia, se firmó la paz y fijó el límite norte en el río
Biobio, debiendo los españoles retirarse y levantar el campamento de Angol que
quedaba dentro de territorio indígena; indígenas devenidos mestizos con el
tiempo, pero que aún conservan la sangre bravía de sus ancestros y ahora
vuelven a levantarse contra el opresor.
Desposeídos,
sufridos, abandonados a su suerte, sin posibilidades de educación, salud,
seguridad social, con salarios de hambre los chilenos, hartos ya de estar
hartos, terminaron cansándose y salieron a la calle a demostrarle a la clase
dirigente que, aunque los muelan a palos, “meta combo los pacos” – como ellos
se refieren – van a seguir al grito de: ¡Piñera ya fue!
De
allí que la primera dama, Cecilia Morel confiese a sus íntimas que las
protestas “parecen una invasión extraterrestre, alienígena, vamos a tener que
dejar nuestros privilegios y compartir”.
Chile
con un PBI per cápita cercano a los 16 mil dólares, segundo en América Latina
luego de Uruguay con 17.277, según el Banco Mundial, sigue siendo el país más
desigual de la OCDE, con una brecha de ingresos un 65% más amplia que el
promedio del bloque.
La
mitad de los trabajadores chilenos ganan 550 dólares al mes o menos, según el
gubernamental Instituto Nacional de Estadística. Un estudio del gobierno en
2018 mostró que el ingreso de los más ricos era 13,6 veces mayor que el de los
más pobres.
En
tanto que el sueldo bruto de senadores y diputados asciende a $9.349.851 pesos
chilenos, cerca de US$13.000 dólares.
Los
sueldos de los parlamentarios chilenos son uno de los más altos de Sudamérica.
En la Argentina los legisladores nacionales reciben cerca de cuatro mil
dólares. El Congreso de Colombia percibe una cifra menor que en Chile. A pesar
de un reciente incremento del 4,5% llegan a los US$10.288. Algo similar ocurre
en Brasil y en Perú, donde cada parlamentario recibe cerca de 35 mil soles, es
decir, US$10.441.
En
México la cifra llega a los US$ 17.750 mensuales. Así, el país trasandino está
en el tope de la tabla en la región, mientras que los parlamentarios bolivianos
aparecen con una de las remuneraciones más bajas: US$ 3 mil.
Como
si esto fuera poco, el Congreso – dentro de las medidas adoptadas en la emergencia
por el arrepentido presidente era lograr las 8 horas de jornada de trabajo para
todos los trabajadores, una medida del siglo XIX que, seguramente, no hará
mella en la irritada sociedad.
Con
un Chile en llamas, llamas causadas por los mismos opresores, según las
filmaciones clandestinas que han circulado por todas las redes, la derecha pone
sus barbas en remojo, a la espera de los resultados eleccionarios de la región
de estos días quiso ser cómplice de la bonanza que están definiendo el destino
de los pueblos sometidos.
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