La violencia económica institucionalizada
de la “dictadura de mercado”, que ha conducido a países como Chile y Costa Rica
a disputarse los primeros lugares en desigualdad en el mundo, está exacerbando
la indignación ciudadana.
Alvaro
Vega Sánchez / Para Con Nuestra América
Para el economista Paul Krugman, en las
décadas de 1980 y 1990, tanto los políticos conservadores como liberales de los
Estados Unidos pusieron la política en manos de “vendedores de ungüento de
serpiente económica”; y bajo el reinado de estos “defensores de la economía de
la oferta…contribuyeron a hacer de Estados Unidos un lugar más cruel y
miserable como consecuencia de una política impositiva y social que favoreció a
los ricos y perjudicó a los pobres” (Kraugman, Paul (2013). Vendiendo prosperidad. Pág.322)
En el Chile bajo el régimen de Pinochet
se replicó aquel modelo impulsado por los llamados “muchachos de Chicago”. Los posteriores gobiernos “democráticos” continuaron bajo el embrujo del mismo modelo
neoliberal, colocando a Chile entre los países de mayor crecimiento económico
concentrado de América Latina, por consiguiente uno de los más desiguales y
socialmente inequitativos. Bajo esa política fue el país que se puso a la
vanguardia de la privatización de la institucionalidad social con el
consecuente encarecimiento de los servicios y el endeudamiento ciudadano.
En Costa Rica no se requirió un Pinochet
para imponer con mano dura las políticas fondomonetaristas de los programas de
ajuste estructural. Toda una generación de políticos -que se cobijaron bajo una
misma bandera- embrujados por los “vendedores de ungüento de serpiente
económica” nos han conducido al empobrecimiento, el desempleo y la desigualdad
escandalosa. Y ahora, se están
propiciando las condiciones para profundizar estos problemas con nuevas
iniciativas privatizadoras, revestidas de reformas para paliar el déficit, como
en el caso de los regímenes públicos de pensiones y medidas que buscan
precarizar los salarios del sector público al equipararlos a la baja con los
salarios del sector privado. Asimismo, las contrataciones público-privadas
introducen una modalidad de gestión que favorece la privatización de la
institucionalidad social de alta rentabilidad.
Hoy los
pueblos de América del Sur, con Chile a la cabeza, se rebelan para
revertir ese modelo que concentra riqueza y distribuye pobreza y que privatiza
los principales servicios sociales. Es decir, se aprestan a la defensa de sus
derechos humanos y sociales, en el marco de un nuevo proyecto económico y
político. Costa Rica, por su parte,
desiste de recuperar creativamente el modelo de Estado Social de
Derecho, que ha hecho la diferencia en calidad humana y sostenibilidad
ecoambiental, y avanza hacia la chilenización.
La violencia económica institucionalizada
de la “dictadura de mercado”, que ha conducido a países como Chile y Costa Rica
a disputarse los primeros lugares en desigualdad en el mundo, está exacerbando
la indignación ciudadana. La clase política y gobernante tienen la
responsabilidad histórica de establecer el contrapeso necesario para
democratizar la economía. Si persiste en legitimar la “dictadura del mercado”
se convierte en responsable directa de la rebelión y la violencia social
ciudadana.
Estamos a tiempo de rectificar el rumbo.
La clase política debería “mirar para otro lado” y no seguir con más de lo
mismo. En política el tiempo es fundamental, el que pestañea pierde. De seguir
el rumbo equivocado perdemos todos y todas. ¿Por qué no ser más sensatos y
aprovechar mejor el tiempo?
*Sociólogo
costarricense
1 comentario:
Hay diferencias importantes entre ambos paises que el autor no menciona por ejemplo : En Chile el agua se privatizó,, tambien las pensiones están en manos privadas en CR NO
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