En su huida
hacia delante, en su movimiento de fuga, el nuevo utopismo capitalista ve una
oportunidad de negocios allí donde la crisis ambiental abre el camino de la
crisis social; y allí donde se revela lo insostenible de los patrones de
consumo, de los estilos de vida y de las formas de producción y organización de
las relaciones económicas que nos han gobernado al menos durante los últimos
dos siglos, esos singulares utopistas ejercitan el arte de la evasión.
Andrés Mora Ramírez /
AUNA-Costa Rica
“¿Por qué dejar que el aumento del nivel del
mar arruine su estilo de vida en Miami cuando puede vivir en una casa
flotante Arkup?”: con esta pregunta inicia un reportaje del Nuevo Herald, el
influyente diario miamense, que destaca las bondades tecnológicas y
estructurales de las viviendas diseñas por dos ingenieros franceses, para hacer
frente a los efectos del cambio climático esa región de los Estados Unidos
donde, de acuerdo con los expertos, “se proyecta que el nivel del mar en el sur
de la Florida suba entre 6 y 12 pulgadas para el 2030, entre 14 pulgadas y casi
3 pies para el 2060, y entre 31 pulgadas y casi 7 pies para el 2100”. Para el
diario, la casa Arkup sería aprobada por el mismísimo Noé, el personaje bíblico
que sobrevivió en su arca el diluvio universal, “pero es muy probable que no tuviera dinero para comprar esta versión moderna,
que cuesta $5.5 millones”, aunque seguramente “le gustaría la comodidad, los
espaciosos baños y una plataforma retráctil para nadar”.
Ante el
aumento de la intensidad de los fenómenos asociados al cambio climático, y los
escenarios futuros de inminente afectación a ciudades y comunidades costeras,
los ingenieros reivindican el diseño de la casa Arkup como uno que “represente a Miami, compatible con un
clima subtropical y que da al
propietario la libertad y flexibilidad de mudarse”. Por supuesto, se trata
de una libertad entendida como mercancía exclusiva, según lo reconoce sin pudor
uno de los fundadores de la empresa: “Nuestra clientela incluye a dueños de islas privadas en el Caribe
que piensa que Arkup es mejor que construir una casa en la playa. O personas que viven en Miami y quieren un
lugar para pasarla bien los fines de semana, estar con sus amigos en la
bahía. Hay personas que viven en otra parte y nuestra vivienda sería su lugar para vacacionar. Y otros que la
consideran su vivienda principal, atracada en una marina. Es un producto de lujo para un mercado de nicho, pero nuestro sueño
es desarrollar versiones asequibles con los mismos principios”.
Las narrativas periodísticas, lo sabemos, no son
neutrales ni mucho menos ingenuas; antes bien, dan cuenta de las
mentalidades dominantes en la sociedad, de manera particular en una época como
la nuestra, caracterizada por la ubicuidad mediática y la hegemonía del
pensamiento único como factores claves en la reproducción del capitalismo. El
reportaje del Nuevo Herald, cuyo
discurso se articula en torno a muchas de las
nociones que conforman el sentido común
de este tiempo –estilo de vida, dinero, libertad, privado, lujo-, ilustra
bien esa función cultural de los medios en el capitalismo, y a la vez, da
cuenta de una de las actitudes que se expresan frente al fenómeno ambiental y
socialmente complejo del cambio climático: esa que el intelectual español Jorge
Riechmann llama el nuevo
utopismo capitalista como arte de la fuga, es decir, “el impulso
fáustico, prometeico o luciferino por dominar y moldear la naturaleza” llevado
al extremo del absurdo, exhibiendo “su orgullosa voluntad de ignorar los límites”.
Este utopismo, considera Riechmann, “hay que concebirlo como un movimiento de
huida, para no enfrentarse con la cuestión de la finitud humana y los límites
al crecimiento”[1].
Un síntoma
revelador de esa mentalidad, que trivializa
las profundas implicaciones del cambio climático y, en un sentido mayor, de la acción humana sobre las condiciones
de reproducción y sostenibilidad de la vida en el planeta –que tal es el
drama de nuestra crisis civilizatoria-, lo encontramos en el hecho de que el Nuevo Herald publicara su reportaje a
finales del mes de abril, apenas unos días antes de que la Plataforma
Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios
de los Ecosistemas de la ONU, diera a conocer un informe que demuestra cómo en
el último medio siglo tuvo lugar “una
disminución realmente sin precedentes en la biodiversidad y la naturaleza,
esto es completamente diferente a todo lo que hemos visto en la historia humana
en términos de la tasa de disminución y la magnitud de la amenaza”.
En su huida
hacia delante, en su movimiento de fuga, el
nuevo utopismo capitalista ve una
oportunidad de negocios allí donde la crisis ambiental abre el camino de la
crisis social; y allí donde se revela lo insostenible de los patrones de
consumo, de los estilos de vida y de las formas de producción y organización de
las relaciones económicas que nos han gobernado al menos durante los últimos
dos siglos, esos singulares utopistas ejercitan el arte de la evasión.
Volviendo a Riechmann, nos encontramos así ante la lógica del capitalismo que
“desemboca en la aberración de un planeta para usar y tirar”[2], o en la
perspectiva del Nuevo Herald, en que
se salvará (temporalmente) quien pueda pagar por el lujo de su burbuja de
escape a una realidad que, más pronto que tarde, también acabará por devorarlo.
El utopismo capitalista, entonces, no
resuelve el gran desafío de este siglo, a saber: construir una civilización
cualitativamente distinta, por lo humano de sus principios fundacionales, y por
el profundo equilibrio vital de sus relaciones entre naturaleza y sociedad.
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