Por más que la administración Trump hace esfuerzos repetidos de todo tipo y
dimensión, nada le da resultado para botar a los gobiernos de Cuba, Nicaragua y
Venezuela.
Rafael Cuevas Molina/Presidente
AUNA-Costa Rica
"El gobierno ha de nacer del país. El
espíritu del gobierno ha de ser el del país. La
forma del gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El
gobierno no es más que el equilibrio de
los elementos naturales del país.”
José Martí
Siendo un país tan poderoso, las medidas que toma contra ellos les hace
mucho daño y, en buena medida, los problemas que afrontan en sus economías se
deben a ellas.
El 2 de mayo, por ejemplo, la denominada Ley Helms Burton entró a operar
plenamente en contra de Cuba, y ya al día siguiente una compañía de cruceros ha
sido demandada en La Florida por utilizar un atracadero en La Habana. Hay
amenazas de acciones similares contra el aeropuerto internacional José Martí.
En Nicaragua y Venezuela se actúa en apego a lo recomendado en el manual
del golpe blando de Gene Sharp que, como siempre, es blando solo para quien no
lo vive en carne propia.
Lo único que no toman en cuenta en su aplicación, es que los gobiernos que
pretenden derrocar deberían ser objeto del más profundo rechazo por parte de la
población de sus respectivos países.
Pero eso parece no suceder. Véase, por ejemplo, los resultados que arroja
la reciente encuesta realizada por la costarricense Borge y Asociados sobre la
situación de Nicaragua, realizada entre marzo y abril del 2019; es decir,
exactamente un año después de los disturbios promovidos por la oposición
nicaragüense, que han tenido un tremendo impacto en la economía del país.
Según esta encuesta, Daniel Ortega continúa siendo el político más popular
y mejor valorado de todo el espectro político del país. Tiene un 49.7% de
opiniones favorables contra un 34% de desfavorables. Es evidente que su imagen
se ha erosionado después de más de un año de permanente hostilización por parte
de la oposición, ya que en el 2016 Ortega tenía un 76% de opiniones favorables.
¿Cuántos presidentes latinoamericanos no desearía estos índices de
aprobación? Para no ir muy lejos, su colega costarricense, paladín en la OEA de
las continuas denostaciones contra lo que califica como “el régimen” de Ortega,
tiene solamente un 23% de aprobación. ¿Debemos enumerar aquí los índices de
aprobación de Mauricio Macri, Jair Bolsonaro, Sebastián Piñera, Iván Duque o
del presidente del Perú, que no me acuerdo cómo se llama porque lo cambian cada
seis meses? Ni siquiera Mister Trump le pisa los talones.
En Nicaragua, Rosario Murillo, la vicepresidenta, la mujer de la que se
hacen memes, y de la que se burla esa masa que se entera de las noticias del
mundo a través del Facebook de su celular, tiene un 41% de aprobación. Claro,
su popularidad ha conocido una abrupta caída desde el 2016, cuando tenía un 69%
de aprobación.
Todo eso en medio de una crisis económica aguda, producida única y
exclusivamente por las acciones violentas promovidas por la oposición, que la
misma encuesta dice que no cuenta con el más mínimo apoyo de la población: el
expresidente Arnoldo Alemán, por ejemplo, tiene un 63% de desaprobación y su
partido, el Liberal Independiente, solo un 0.5%, mientras el Liberal
Constitucionalista llega al 3% (el más alto, por cierto, de toda la oposición),
mientras el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) alcanza… ¡el 41% de
aprobación!
El problema central del fracaso rotundo y continuo de las intentonas
respaldadas por Washington está en que sus entenados no tienen respaldo
popular. Juan Guaidó y Leopoldo López, encaramados en una autopista de Caracas,
no logran movilizar más que a unos cientos de militantes, muchos de ellos
tarifados, de su minúsculo partido, mientras los medios de comunicación
cartelizados del mundo hacen creer que, ahora sí, estamos a las puertas de “la
salida”. No, perdón, esa fue una consigna anterior, creo que ahora es “la
solución final”. O algo por el estilo. En fin, no importa, porque el hecho es
que desde hace 20 años esta oposición viene anunciando que el chavismo se va la
semana entrante o, a más tardar, a fin de mes.
Mientras tanto, el chavismo sigue ganando elección tras elección a pesar de
las cada vez más duras condiciones impuestas. Los que sufren son los pueblos
sobre los que se ensaña la terquedad norteamericana.
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