Este 7 de
mayo, María Eva Duarte, Eva Perón o, simplemente Evita como la llamó el pueblo,
habría cumplido un siglo. Llegó solamente a un tercio de ese período. Lo
sabemos. Su vida fue tan corta como revolucionaria. Un cáncer se la llevó a los
33 años como el crucificado fundador del cristianismo.
Roberto Utrero Guerra /
Especial para Con Nuestra América
Desde
Mendoza, Argentina
Todavía vaga
en mi memoria grabado a fuego el recuerdo de su muerte. Era un niño pequeño que
aún no iba a la escuela. Eran las 20:25 del 26 de julio de 1952, cuando sonaron
las sirenas anunciando la muerte de la “Jefa espiritual de la Nación”. El
barrio humilde donde habitábamos con mis tías se paralizó. Se hizo un silencio
que duró un siglo y comenzó el llanto colectivo, como si hubiera fallecido un
familiar muy querido y cercano. Era invierno, el cielo estaba plomizo y una
lluvia intermitente empezó a caer sobre el caserío para darle más gravedad a la
atmósfera. Al otro día todas las radios difundían música sacra y en los lugares
público, como el hospital Provincial donde trabajaba mi tía de enfermera, había
guardias de honor en duelo por el deceso de la Primera Dama.
En la
perspectiva de aquel lejano suceso y lo sucedido en los siete años que lo
precedieron, su figura cobra una dimensión descomunal. Eva se transformó en un
mito, un símbolo para el pueblo argentino que vio transformada su vida por la
acción denodada de aquella actriz de origen humilde que las circunstancias la
llevaron a ocupar un rol central.
Había
conocido al Coronel Perón en el estadio Luna Park, en un acto realizado para
recaudar fondos para las víctimas del terremoto de San Juan ocurrido en 1944.
Casada posteriormente con el Coronel, participó activamente en la campaña que
lo llevó a la presidencia luego de la espectacular jornada del 17 de octubre de
1945, donde los obreros reclamaron la libertad de Perón al haber sido
encarcelado en la isla Martín García, por celo de los miembros del gobierno
militar del que formaba parte. A partir de entonces no cesó de luchar por los
derechos de los más humildes y desplazados. Habiendo ganado mayoritariamente a
la fórmula conservadora de la Unión Democrática (apoyada por el embajador
estadounidense Spruille Braden) y ya en el gobierno, Eva se transformó en el
nexo obligado entre los “cabecita negra”, “los descamisados”, los sindicatos y Perón. Fue tan fuerte el vínculo
que la CGT, impulsó su candidatura a vice presidenta en el siguiente período,
renunciando en un acto trascendental en la Plaza de Mayo en 1951, por pedido de
su marido, el presidente Perón. Allí puso de manifiesto su gigantesco afecto y
lealtad al líder y conductor del movimiento.
Fue la
impulsora del voto femenino en 1947 y presidenta de la Fundación que llevó su
nombre, desde donde desarrolló una acción incansable. Eva enferma y en cama, contestaba
personalmente las cartas que le llegaban pidiendo ayuda y, aunque hubo una
crítica feroz de la oligarquía y los opositores, no dejaba de enviar sidra y
pan dulce para Navidad a los hogares humildes. La Fundación cumplió esa labor
social hasta entonces desconocida.
Lo innegable
de ese primer gobierno peronista fue que las inmensas reservas del Banco
Central (debido a la exportación de alimentos durante la Segunda Guerra) fueron
utilizadas para sentar las bases del Estado de Bienestar y efectuar una
redistribución de la riqueza como jamás se había realizado.
Amada por el
pueblo e igualmente odiada por la oligarquía, les decía en la cara a las damas
de beneficencia lo que significaba la vergonzante limosna que desarrollaban.
Vestida elegante por Paco Jamandreu y enjoyada como la estrella de cine que
había sido, no dudaba en expresar apasionadamente su pensamiento: “donde hay
una necesidad hay un derecho”; una de sus sentencias que han servido para
sentar jurisprudencia en materia de derechos sociales, como también, “los únicos
privilegiados son los niños”.
Puso en
marcha los Campeonatos Evita desde donde impulsó el deporte en las clases
humildes, desde donde salieron varios campeones destacados a nivel mundial,
como el campeón peso mosca, el mendocino Pascual Pérez.
Fallecida Eva,
el gobierno de Perón perdió el corazón y su conexión sentimental con los sufridos
y postergados sectores populares. Su enorme sensibilidad dejó sin timón a aquel
poderoso movimiento de masas. Adulones internos y conspiraciones fueron creciendo,
socavando las bases institucionales de aquel proceso revolucionario iniciado
diez antes.
Había que
derrotar al tirano en nombre de la libertad y la democracia propusieron los
detentores tradicionales del poder ligados al capital extranjero. La breve vigencia
de la ley de divorcio aceleró el conflicto con la Iglesia y en diversos
sectores de la sociedad como la Universidad. También en el seno de las Fuerzas
Armadas, donde oficiales conservadores habían intentado sublevarse en 1951.
Lo que vino
después del golpe del 16 de septiembre de 1955 es ampliamente conocido.
Amada y
odiada Eva desde su grave enfermedad, aquella que llevó a los “contreras”
escribir en las paredes Viva el cáncer, o peor, una vez muerta y embalsamado su
cadáver fue violado y hubo que montar una operación secreta para esconderlo
como si fuera un botín de guerra. Nadie sufrió ensañación tan extrema tanto en
vida como muerta. El mito, el símbolo fue tan poderoso que había que hacer lo
posible para mancillarlo, difamarlo, extinguirlo, eliminarlo de raíz de la faz
de la tierra. Borrarlo de la memoria del pueblo y, sin embargo, fue imposible.
Por el contrario, Eva está más viva que nunca. Construyó la utopía de millones
de argentinos que poblaron las escuelas, los hospitales, las fábricas, los
talleres, las universidades a través de una movilidad ascendente que sólo se ha
visto obstaculizada cuando los detentores del odio, los cultores de los
privilegios de clase tomaron el poder. Desde el ’55 en adelante y de la mano
del imperio estadounidense, intentaron secar la semilla sembrada, pero no lo
lograron. Eva, Evita está latente en el recuerdo hasta de aquellos que no la
conocieron. Está en el imaginario del pueblo como los santos y, como a los
santos se la venera. La justicia social, pilar de la política peronista, está
ligada a su poderoso recuerdo.
De aquel
golpe militar de 1955 también rescato de mi memoria, ya en la escuela primaria,
como nos repartieron los últimos juguetes que quedaban en la Fundación Eva
Perón: los colocaron al frente del aula, bajo la pizarra y nos fueron haciendo
pasar en fila en busca de autitos de lata o de muñecas, según el sexo del
alumnado.
Aquellos
episodios aislados dentro de un contexto político plagado de persecuciones y proscripciones
– recurrencia cíclica de la derecha colonial – fueron marcando mi identidad de
familia trabajadora hasta egresar de la Universidad y mucho más.
Eva está
ligada a esa transformación extraordinaria de la sociedad argentina, al
desarrollo social de sus componentes; hecho que venía impulsándose tímidamente
desde el gobierno de Yrigoyen en las primeras décadas del siglo pasado. También
a la consolidación del movimiento obrero organizado integrado a la
implementación de políticas de Estado; a la institucionalización de los
derechos del trabajador para una vida digna; al sistema de obras sociales; a la
educación y desarrollo de la infancia y la ancianidad. Por eso sigue como
bandera de las luchas obreras, aquella que en los ’70 servía a la consigna
“Perón, Evita, la patria socialista” y fue arrasada por una dictadura feroz. La
misma que alimenta de esperanza del imaginario libertario de los cientos de
miles que siguen manifestándose en las calles por la justicia social en la
firme creencia que otra sociedad es posible.
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