Nada
le sale bien al pobre Mauricio: trepa la inflación, trepa el dólar, trepa el
riesgo país, cierran decenas de Pymes por día, las exportaciones pese a los 47
pesos por dólar y subiendo no son las esperadas; en el bosque petrificado de la
recesión no se encuentra brote verde alguno.
Carlos
María Romero Sosa / Especial para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires, Argentina
Los
chicos pobres suelen improvisar los juguetes de los que carecen y la pelota de
trapo es todo un símbolo en ese sentido. Los niños ricos, en cambio, no miran
las jugueterías como a esas cosas que nunca se alcanzan, al decir de Discépolo en el tango “Cafetín de
Buenos Aires”. Aquéllos gastan hasta el final sus lúdicos instrumentos caseros mientras que
estos otros bien pueden romperlos o desarmarlos para ver qué hay adentro; saben
que les serán repuestos por otros nuevos por sus mayores. Son actitudes
fundadas en las imposibilidades o las posibilidades que desde los primeros años
ofrece la vida en estas sociedades tan desiguales.
Cierto
niño rico ya crecido, se empecinó en seguir jugando y rompiendo los presentes;
sólo que en el tren eléctrico viajan demasiado apretujados pasajeros de carne y
hueso a precio de coche pullman, merced al celo -al cabo pro inflación- del
ministro de transporte Guillermo Dietrich, los juegos de guerra terminan miles
de metros bajo el Atlántico Sur como el submarino ARA San Juan, las armas de
sebita matan como a Rafael Nahuel en la Patagonia y al abrir cierto obsequio
puede aparecer el chasco para toda una
sociedad: la tarjeta de felicitación por
el plan económico neoliberal y hambreador del pueblo de la señora
Christine Lagarde con el logo del FMI.
El niño rico se empecinó en ser presidente y lo logró
en irreprochable elección en diciembre de 2015 con un merchandising de globos
amarillos, contagioso optimismo fundado en promesas falsas y más que acertados
consejos publicitarios del señor Durán Barba, cayendo todo en el terreno fértil
de los prejuicios de clase de los
votantes de medio pelo. La pequeña
historia cuenta que del doctor Manuel Quintana,
un lejano antecesor en el sillón de Rivadavia, se decía desde la
infancia que había nacido para ocupar la primera magistratura del país. La
Argentina oligárquica marcaba entonces los destinos desde la cuna. Honores para
algunos pocos y miseria, conventillos, tuberculosis y represión para el resto.
En el caso del ingeniero Mauricio Macri la realidad es bien otra que la
del patricio Quintana. Hijo de un
inmigrante enriquecido merced a la innegable astucia de prestidigitador en los
terrenos del capitalismo prebendario orientado a la obra pública con retornos,
a nadie se le ocurrió que su vida se encauzaría más allá de las empresas
paternas que llegó a dirigir por breve
tiempo, dada la conflictiva relación sostenida con don Franco que algún
psicólogo podrá interpretar. Hasta que
un día se impuso, con buen resultado, el desafío de presidir el club de fútbol
Boca Junior. Después, cumplido ya a su
leal saber y entender el “cursus honorum” acorde con los requisitos de la
patria futbolera y aprovechando la ola menemista de los “outsider” de la
política, entró en ella con guiños a los sempiternos ganadores del sistema que
vieron en él la posibilidad de llevar a la Casa Rosada un proyecto de derecha conservador por vía de las urnas. Una
circunstancia imposible de concebir
antes de 1983 sin que mediara un golpe militar,
descartado por los dueños de la Argentina menos debido a una súbita
conversión democrática que aceptando con realismo el dato de que la Nación
carece de Fuerzas Armadas con poder de fuego y con peso como para volver a
sacar los tanques a la calle.
Lo
cierto es que a tres años y medio de la gestión macrista estamos con el juguete
roto, es decir, con el país al borde de
la cornisa, según el diario
norteamericano Financial Times: “La
situación solo va a empeorar”,
diagnosticó el periódico de cabecera de los inversionistas globales. Y sigue
expresando la nota firmada por el periodista neoyorquino Colby Smith: “El enfoque de su gobierno
para lidiar con la volatilidad del mercado y mantener contentos a los electores
está fracasando de cara a las elecciones presidenciales de octubre.” En términos parecidos acaba de titular El País, de España: “La Argentina se asoma al abismo económico.”
En
tanto el presidente sin preguntarse ¿qué hacer? o sin proponerlo como Lenin en
el libro de ese título, publicado en 1902, echa culpas a diestra y sinistra, se
lo ve de mal genio y para distenderse
toma a menudo vacaciones -las más recientes en Córdoba durante la Semana
Santa-, de vez en cuando ejerce la función actoral rodeado de extras en
timbreadas de utilería y, en especial, gusta internarse con dudosa vocación
metafísica, en el tiempo y sus abismos: así en la dimensión del pasado para
denunciar “la pesada herencia” y en la del futuro para atemorizar al
“establishment” con el regreso de la doctora Cristina Fernández de Kirchner,
que por lo demás cada día que pasa sube en las encuestas mientras cunde la
desilusión de los ex votantes del ingeniero frente al desgobierno del
oficialismo que igualó a toda la
sociedad. Empobreciéndola.
Nada
le sale bien al pobre Mauricio: trepa la inflación, trepa el dólar, trepa el
riesgo país, cierran decenas de Pymes por día, las exportaciones pese a los 47
pesos por dólar y subiendo no son las esperadas; en el bosque petrificado de la
recesión no se encuentra brote verde alguno, la miseria retroalimenta la
inseguridad -su solución es uno de los requerimientos más unánimes-, el
narcotráfico no se inmuta frente a la cara de pocos amigos o de conocidos
indeseables –uno de ellos D´Alessio- de la ministra de seguridad Patricia
Bullrich, la payasada de las fotos de
las fotocopias de los famosos cuadernos del juez Bonadío y el rebelde fiscal Stornelli no
sirve ni para hacer barquitos de papel, el escándalo de espionajes truchos y
extorsiones a empresarios que investiga el juez Ramos Padilla en Dolores se
agranda como mancha de aceite. A todo esto, la inefable diputada Elisa Carrió se regodea con la muerte del ex
gobernador justicialista de Córdoba José
Manuel de la Sota, haciendo recordar el cajón quemado por Herminio Iglesias en
el cierre de campaña peronista de 1983, el mejunje neoconservador Cambiemos –un
oxímoron- viene saliendo tercero en las
elecciones PASO de todas las provincias y hasta el presidente Bolsonaro apela
para que le aprueben sus medidas de ajuste en Brasil al cuco de la debacle de
nuestro país.
Así
las cosas, tenemos derecho a pensar que a veces exigir juguetes para romperlos,
efectos de la malacrianza con el plus de la incapacidad, la falta de liderazgo, las amistades
peligrosas, la obstinación en el error, el desconocimiento de la división de
poderes, quizá la corrupción –Panamá papers, intento de condonación de la deuda
familiar del Correo Argentino en perjuicio de la Nación, la firma de decretos a
favor de claros destinatarios para permitirles blanquear depósitos no
declarados en el exterior, etcétera- y seguro que manga ancha ante los
“conflictos de intereses” de los plutócratas a cargo de varios ministerios,
tiene resultados francamente devastadores.
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