El año
entrante ya no habrá pobres en China. Negro o blanco el gato cazó ratones al
por mayor. Pero la dirigencia china rechaza que el sentido de lo sucedido sea
capitalismo. Se trata de “un socialismo con peculiaridades chinas”.
Carlos
Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
Entre el 20 y
30 d abril de 2019, tuve el privilegio de ser parte de la delegación de Morena
y el Partido del Trabajo que fue invitada por el Gobierno y el Partido
Comunista Chino a visitar ese gran país. La comitiva fue encabezada por la
Presidenta de Morena Yeidckol Polevnsky y fue recibida por Wang Chen,
Vicepresidente de la Asamblea Popular Nacional y miembro del politburó; por
Xien Chuntao Vicerrector de la Escuela del Comité Central del PCCh; por Song
Tao y Li Jun Ministro y Viceministro de Relaciones Internacionales del referido
partido y por Xia Jie de la Federación Nacional de Mujeres de China.
Las
entrevistas con dirigentes, académicos, cuadros del Gobierno y del Partido
chinos, así como el recorrido por Beijing, Xi’an y Shanghai, visitas a aldeas,
Comunidades Vecinales, la fábrica de automóviles BYM y otros lugares fue una de
las experiencias de viaje más importantes de mi vida. Pude entender el sentido
de lo que ha venido ocurriendo en China desde que Deng Xiaoping y su corriente
lograron hegemonizar al Estado y al partido. Este vuelco político arrancó la
“reforma” (introducción del mercado capitalista) y la “apertura” (inserción en
la globalización) proceso que ha cumplido cuarenta años y que ha convertido a
China en una potencia mundial. Deng y
sus partidarios llegaron a la conclusión de que la vía socialista encabezada
por Mao Zedong (parecida a la soviética) no estaba funcionando. China seguía siendo un país atrasado después de 30
años de revolución. Hoy la dirigencia china sigue reconociendo a Mao como un
padre fundador de la China socialista pero admite que su error principal fue
pensar que el socialismo se construía solamente con la política. Deng inició
una ruptura con el planteamiento de que la economía era lo que haría viable al socialismo chino. Y acuñó un
inolvidable aforismo: “No importa que el gato sea blanco o negro. Mientras cace
ratones será un buen gato”.
Y con este
planteamiento China inició un viraje totalmente novedoso: comenzó a desarrollar
de manera vertiginosa un capitalismo que hoy ha creado según datos que he
encontrado a aproximadamente diez mil milmillonarios y un millón de millonarios.
Hoy en Shanghai y su distrito financiero 300 de las 500 empresas más grandes
del mundo cuentan con representaciones e invierten en China. El PIB chino
empezó a tener tasas de crecimiento de 10% (ahora están en 6.5%) y sacó de la
pobreza a 700 millones de personas. El año entrante ya no habrá pobres en
China. Negro o blanco el gato cazó ratones al por mayor. Pero la dirigencia
china rechaza que el sentido de lo sucedido sea capitalismo. Se trata de “un
socialismo con peculiaridades chinas”. El poder político en China no lo tiene
la gran burguesía que ha surgido, sino el Partido y el Gobierno que dirige
cuyos funcionarios tienen prohibido ser empresarios o tener familiares
empresarios. En China existe una tajante separación entre poder político y
poder económico. En China no se ha renunciado al socialismo ni al marxismo.
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