Leer este libro me hizo volver a vivir frente a mí a quien
fuera un inolvidable maestro. Fue con Alfonso Solórzano Fernández con quien me
inicié en las lides revolucionarias. Sostuve con él prolongadas conversaciones
acerca de su vida, de su origen oligárquico,
de sus años como estudiante en la naciente Alemania nazi, de sus exilios y de su participación en la
década revolucionaria.
Carlos
Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
En ocasión de mi última
visita a Guatemala tuve el gusto de recibir de manos de Julio Solórzano Foppa
el libro hecho por mi inolvidable amiga Stella Quan Rossell, que lleva por
título La semilla que yo sembré. Alfonso Solórzano:
Testimonio (Catafixia, 2018). Durante mucho tiempo esperé este libro porque
Stella me pidió hacer una semblanza para su texto. Le di mi escrito unos años
antes de que ella emprendiera el viaje sin retorno y hoy esas páginas son
presentadas como el prefacio de su libro, el cual junto a los otros testimonios
que recogió a principios de los años setenta del siglo XX, indudablemente será
una preciosa fuente para el estudio de la historia contemporánea de Guatemala.
El libro contiene como
postfacio un texto escrito por un contemporáneo de Alfonso. Ni más ni menos que
José Manuel Fortuny. Ello convierte al libro de Stella Quan Rossell un debate
inesperado entre dos figuras centrales de la década revolucionaria en
Guatemala. Chemanuel escribe con afecto y admiración acerca de Alfonso, pero
también rebate sus controversiales ideas sobre la reforma agraria, sobre el
proceso de constitución del partido comunista (después Partido Guatemalteco del
Trabajo) y sobre otros temas. Y coincide con él en sus observaciones al Código
de Trabajo promulgado durante los años de la revolución guatemalteca y en algo muy importante: sus aseveraciones
sobre la cuestión étnico-nacional en Guatemala. Todos estos temas están
tratados en el testimonio que en 1972 Alfonso le dio a Stella Quan
Rossell.
Leer el libro me hizo volver a vivir frente a mí a quien
fuera un inolvidable maestro. Fue con Alfonso Solórzano Fernández con quien me
inicié en las lides revolucionarias. Sostuve con él prolongadas conversaciones acerca
de su vida, de su origen oligárquico, de
sus años como estudiante en la naciente Alemania nazi, de sus exilios y de su participación en la
década revolucionaria. Hoy todo eso lo he visto plasmado en La semilla que yo sembré. Pude escuchar
nuevamente el tono de su voz, ver su mirada y movimiento de manos mientras
argumentaba en alguna de las múltiples
polémicas y coincidencias que tuvimos. Confirmé su vasta cultura filosófica,
jurídica y literaria, su agudo y fino intelecto. Al leer la última página y
cerrar el libro sentí que durante varios días,
Alfonso había vuelto a acompañarme y
luego había vuelto a partir hacia el infinito y la eternidad. No cabe
duda que siempre lo extrañaré.
Como dice Virgilio
Álvarez Aragón en la reseña que publicó en la Revista Gazeta, Alfonso es casi
un desconocido para las nuevas generaciones en Guatemala. Acaso esto se deba a
que no dejó obra escrita por lo que el testimonio recogido por Stellita
adquiere un valor adicional. La figura de Alfonso también ha quedado oscurecida
por la luminosidad de su esposa Alaíde Foppa, exquisita escritora, feminista y
mártir revolucionaria. Por ello es una grata noticia saber que este libro que
lleva un título muy apropiado ha sido publicado. Los lectores guatemaltecos
pueden adquirir este libro en la librería Sophos.
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