Triunfó la Revolución Bolivariana una vez más. Y con ella,
toda América Latina. Pero ya despuntan en el horizonte inmediato nuevas luchas,
batallas no menos intensas y decisivas, con elecciones legislativas y
presidenciales en Venezuela, Argentina, Ecuador, Bolivia, Paraguay y El
Salvador, entre 2012 y 2014. Allí se pondrá a prueba la unidad de nuestra
América.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
El triunfo de Chávez en Venezuela alienta los procesos de cambio en nuestra América. |
La reciente elección presidencial celebrada en Venezuela
principios de este mes octubre ha sido una lección para América Latina y el
mundo, especialmente para aquellos sectores de la derecha global y la
criolla–la imperialista y la devota de la sumisión- y los medios de
comunicación hegemónicos que, aunque sea para mantener las buenas costumbres
que exige la diplomacia, o para ocultar el deshonor de sus campañas del odio y
la infamia, han tenido que reconocer la limpieza, la solidez institucional y el
carácter democrático del proceso electoral.
Con resultados inapelables y una altísima participación
ciudadana (del 80% de los electores inscritos en el padrón de votantes), mucho
mayor que en la última elección de los Estados Unidos, se entiende por qué el
expresidente de ese país, Jimmy Carter, calificó al sistema electoral
venezolano como el mejor del mundo. Y esto, en una región como la nuestra, tan
proclive a la inestabilidad institucional, a la apatía y al abstencionismo, especialmente
en los últimos 30 años de dominio neoliberal, no es poca cosa.
¿Cuál es el valor de este triunfo? El reconocido
intelectual argentino Ernesto
Laclau definió la contienda electoral como “una victoria no sólo para
Venezuela sino también para América Latina, que está empezando una etapa en
condiciones políticas y económicas mucho mejor que la que inició a comienzos de
este siglo. Con la incorporación de Venezuela al Mercosur, la integración
latinoamericana ha recibido un impulso fundamental. El Mercosur va a ser una
potencia económica internacional de un peso considerable” (Página/12, 14-10-2012).
Sin embargo, ignorando estas perspectivas, para una parte
de los analistas del establishment latinoamericano,
especialmente aquellos que añoran los tiempos del entreguismo incondicional, de
los espejismos del mercado y de Miami como “centro cultural” y político para
las elites de nuestros países, lo más destacado del proceso fue el caudal de
votos acumulado por el candidato Henrique Capriles –maquillado de
centroizquierdista por los gurús del marketing político-, quien logró
aglutinar a la oligarquía, los partidos
de la derecha y, en general, a sectores que expresan diversas formas de
inconformidad o insatisfacciones con el rumbo de la Revolución Bolivariana.
Si bien este es un hecho que debe llamar a la reflexión y
la autocrítica de la dirigencia bolivariana, y a las izquierdas que apoyan el
proceso en Venezuela, también es justo decir que el chavismo alcanzó una cota
histórica en esta elección: un poco más de 8 millones de votos, que representan
la victoria en 22 de 24 estados, algo que no se había registrado en ninguno de
los comicios anteriores.
Nuestro balance, y así lo hemos planteado en varios
artículos, apunta a destacar el papel fundamental que desempeña el proceso
venezolano en los cambios que experimenta América Latina desde principios del
siglo XXI; en la nueva arquitectura de la integración regional que se viene
forjando, desde espacios como el ALBA y UNASUR; en los espacios de soberanía
ganados frente a las grandes potencias y, en general, en las luchas
sociales que recorren todo el continente.
Se trata de un proceso perfectible, por supuesto, y del
que esperamos logre rectificar y profundizar todo lo que sea necesario (como su
propia dirigencia lo ha reconocido); pero negar o minimizar la importancia
estratégica y el protagonismo de la Revolución Bolivariana en la construcción
de las nuevas realidades y equilibrios de fuerzas en nuestra América, sería un
craso error de análisis e interpretación, solo atribuible al éxito de las
campañas de desinformación masiva de los grandes consorcios mediáticos y a los
prejuicios ideológicos –y de otro tipo, incluidos los raciales- con los que con
frecuencia se mira al presidente Hugo Chávez y a Venezuela.
Seguramente para muchas personas, incluso para aquellas
que de buena fe se interesan e identifican con nuestra América profunda, no es
fácil aproximarse al fenómeno del presidente Chávez y la Revolución
Bolivariana, acaso por el peso que tienen en nuestra cultura política
latinoamericana algunas tradiciones, discursos, estereotipos y temores marcados
a sangre y fuego en la memoria
colectiva.
No obstante, hay que insistir en el hecho de que en los 13
años de gobierno de Chávez, Venezuela alcanzó resonantes logros en el campo del
desarrollo humano (salud y educación), en el combate a la pobreza y la
reducción de la desigualdad, como lo certifican distintos organismos
internacionales (CEPAL, UNESCO). Avances que superan por mucho lo realizado en
el país durante el último medio siglo.
Además, a lo largo del mandato de Chávez, el ejército
nunca fue enviado a las calles a reprimir al pueblo, como sí ocurrió, por
ejemplo, en 1989, durante el Caracazo, cuando la tiranía financiera
internacional impuso un programa de reformas y ajuste estructural. Por el
contrario, ante la debilidad del Estado neoliberal heredado, y las limitaciones
del proceso bolivariano, el ejército ha asumido, en no pocas ocasiones, tareas
de organización y logística (como se ha visto en algunas de las Misiones
Sociales) que corresponderían a otras instancias, pero que no ha sido posible
institucionalizar como es debido.
En cambio, quienes sí optaron por las acciones violentas y
por la desestabilización en la última
década fueron los grupos más radicalizados de la oposición, un sector de medios
de comunicación y la oligarquía, como se demostró en el frustrado golpe de
Estado del 2002. Paradójicamente, son
los mismos que, aquí y allá, con financiamiento de los Estados Unidos,
invocan el discurso de los Derechos Humanos para atacar al gobierno, pero no
reparan en la ilegalidad de sus propias actuaciones.
Para malestar de esos sectores, en Venezuela triunfó la
Revolución Bolivariana una vez más. Y con ella, toda América Latina. Ahora, tras la
reelección de Chávez, ya despuntan en el horizonte inmediato nuevas luchas,
batallas no menos intensas y decisivas: en diciembre de este año, elecciones
legislativas en Venezuela y Argentina; en 2013,
presidenciales en Ecuador, Bolivia y Paraguay. Incluso en El Salvador ya
se agitan las aguas electorales para el 2014, y la posibilidad real de que la
derecha vuelva al poder apagaría casi totalmente el viento de privamera
democrática de la primera década del siglo XXI en América Central. ¿Veremos en el pulgarcito de América un giro hacia
las raíces históricas del Frente Farabundo Martí con la eventual candidatura de
Salvador Sánchez Cerén? ¿Un triunfo de la derecha salvadoreña, sumado a las que
ya gobiernan en Guatemala, Honduras, Costa Rica y Panamá, condenaría una vez
más a la Nicaragua sandinista a la soledad de su rebeldía?
Los escenarios están
abiertos en un tiempo en el que, al decir de José Martí, nuestra América
enfrentará de nuevo una hora de la marcha
unida.
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