El carácter destructivo
del modelo neoliberal en el Istmo centroamericano se expresa con mayor
intensidad en dos dimensione del proceso de acumulación capitalista: una es la
de la explotación de los recursos naturales y la biodiversidad (una de las
mayores y más ricas del mundo); la otra es la de la acumulación financiera,
donde los banqueros privados se perfilan como los grandes ganadores.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
“Cuando
sonó la trompeta, estuvo /todo preparado en la tierra /
y Jehová repartió el
mundo / a Coca-Cola Inc., Anaconda, /
Ford
Motors, y otras entidades: / la Compañía Frutera Inc. /
se
reservó lo más jugoso, / la costa
central de mi tierra, /
la
dulce cintura de América”. Pablo Neruda (Canto general)
Panamá: la represión policial ordenada por el presidente Martinelli expresa la naturaleza del modelo neoliberal. |
Como es sabido, a
partir del golpe de Estado en Honduras, perpetrado en junio de 2009, América
Central experimenta un recrudecimiento del giro
político a la derecha. La detención y expulsión del país –desde una base
militar del ejército estadounidense- del presidente constitucional Manuel
Zelaya, con idénticos procedimientos a los utilizados por Estados Unidos y Francia en Haití para la expatriación
del presidente Jean Bertrand Aristide en 2004, señala un punto de quiebre en
nuestro fugaz verano democrático: el de la llegada al poder de dos Frentes de
Liberación Nacional en Nicaragua (2007) y El Salvador (2009), el del triunfo de
la socialdemocracia en Guatemala (en 2008), y el de los procesos que avanzaban Zelaya
y los movimientos sociales hondureños.
Lo que hemos visto de
entonces a acá, sin ser algo nuevo en una América Central, por desgracia,
demasiado habituada a los exabruptos institucionales y a las democracias
falseadas, va marcando la impronta de los tiempos que corren. Su retrato se
compone con las imágenes de los militares y la oligarquía hondureña ungiendo a
un general golpista como héroe nacional, y con la farsa de unas elecciones a la
medida de Washington (en 2009); y
además, con los sucesivos triunfos neoliberales de los presidentes Ricardo
Martinelli en Panamá (2009), Laura Chinchilla en Costa Rica (2010) y Otto Pérez
Molina en Guatemala (2011): en los tres casos, gobiernos claramente comprometidos con la política exterior
norteamericana.
Quien quiera analizar y
comprender las tendencias del desarrollo reciente de América Central en el
último lustro, no puede obviar este marco de situación, ni mucho menos la
apuesta casi irracional de estas agrupaciones políticas –y de los grupos
economómicos nacionales y extranjeros que las sustentan- por las formas de
acumulación propias del capitalismo neoliberal periférico en el siglo XXI. Se
trata de fuerzas e intereses de distinta naturaleza que ejercen presiones sobre
los países de la región, sobre sus estructuras económicas y productivas nacionales
(o lo que queda de ellas), sobre sus culturas y tejidos sociales.
El carácter destructivo
del modelo neoliberal en el Istmo centroamericano se expresa con mayor intensidad
en dos dimensiones (aunque no las únicas, por cierto) del proceso de
acumulación capitalista: una es la de la explotación de los recursos naturales
y la biodiversidad (una de las mayores y más ricas del mundo). El elevado costo
ambiental del “desarrollo” que se impulsa bajo esta lógica, así como el impacto
sociocultural de los emprendimientos extractivos (de minería, maderas o recurso
hídrico), que trastocan formas de vida y valores de los pueblos indígenas y
comunidades de América Central, ha generado una nueva oleada de conflictividad
producto de los choques entre los inversionistas, los grupos paramilitares al
servicio de los capitales extranjeros y las
comunidades organizadas, en la que se registran no pocas pérdidas de
vidas humanas.
La otra dimensión del
modelo es la de la acumulación financiera, en la que los banqueros y los grupos
financieros transregionales (o sea, con operaciones en dos o más países de la
región) se perfilan como los grandes ganadores. Solo a manera de ilustración de
esta tendencia, valga decir que Costa
Rica, tradicionalmente reconocido en el continente por sus altos niveles de
igualdad, inclusión y bienestar social, acaba de ser catalogado por el Banco
Mundial como el
país latinoamericano donde más creció la desigualdad por hogar y salarios
en los últimos dos años (2010-2012): aumentó un 4% (por encima de Uruguay y de
Honduras), mientras en el resto de América Latina disminuyó. Y esto ocurre en
el mismo período en que los bancos
privados registraron un crecimiento de sus ganancias del 100%. Asimismo, países como Guatemala
y El Salvador discuten en este momento, en sus asambleas legislativas, proyectos de ley que intentan frenar la usura en el
otorgamiento de préstamos y en el cobro de elevadísimas tasas de interés a las
tarjetas de crédito, dos de los mecanismos favoritos de usufructo de la riqueza
por parte del sector financiero regional.
En este
entrecruzamiento de conflictos, intereses, lógicas de acumulación y
resistencias sociales, es que se inscriben algunas de los principales protestas
de este año en América Central: la del pueblo
indígena ngobe-buglé de Panamá, contra la minera de cobre en el Cerro
Colorado, el principal yacimiento de América Latina; la de las comunidades
mayoritariamente indígenas de Santa
Cruz Barillas y Totonicapán
en Guatemala; las luchas de los
campesinos del Bajo Aguán en Honduras, por tierra y libertad frente a
la expansión del monocultivo de palma; y por supuesto, los recientes incidentes
de rebelión popular en Colón,
contra la voracidad de quienes quieren apropiarse de tierras públicas en esa
ciudad puerto panameña.
En este estado de
cosas, que desde la visión del capital local y los inversionistas extranjeros ha sido dispuesto así casi desde
el principio de los tiempos, es donde los grupos dominantes celebran el
monólogo del poder al que llaman democracia.
Es el orden neoliberal
que hoy asfixia a América Central.
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