Desdeñada por los
análisis que se hacen sobre América Latina, Centroamérica y el Caribe
constituyen una región en la que se apuntalan o decaen hechos, fenómenos y
procesos que van mucho más allá de ella: la Revolución Cubana, la Revolución
Sandinista y la Revolución Bolivariana son ejemplos claros y contundentes de lo
que decimos. Cada una de ellas ha marcado época y hoy no es la excepción.
Rafael
Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
La Revolución Bolivariana también tiene influencia en Centroamérica y el Caribe. |
La Revolución Bolivariana comandada por
Hugo Chávez tiene incidencia en toda América Latina. Esto ha sido remarcado
hasta la saciedad en los últimos días a propósito de las elecciones realizadas
en Venezuela el pasado domingo 7 de octubre.
Ella representa una de las dos
tendencias dominantes en la región en nuestros días: la que apuesta por
construir un espacio para América Latina en el concierto de naciones del mundo,
sustentada en una visión que pone acento en “lo propio” y preocupada por la
suerte de los sectores populares. La otra, la que prevaleció como única e
imbatible precisamente hasta la llegada de Hugo Chávez al poder, la del
neoliberalismo basado en el Consenso de Washington, sigue bregando por
mantenerse y abrirse paso en la región, y en algunos países lo ha logrado. Tal vez
sea México el lugar en donde ha podido sentar sus reales con mayor holgura
(pues en Chile está cada día más jaqueado por la impugnación popular expresada
en las calles) y lo ha transformado en otro México, en un país desconocido,
distinto a aquel en el que su identidad era un bastión de orgullo nacionalista
contra la intromisión yanqui y solidario con las mejores causas de Nuestra
América.
Estas dos tendencias en brega se han
expresado también en Centroamérica. La implementación del neoliberalismo en
esta región se hizo, sobre todo en el llamado Triángulo Norte centroamericano
(Guatemala, El Salvador y Honduras), estando en el poder regímenes autoritarios
que, además, llevaban adelante una cruenta guerra en contra de sus propios
conciudadanos.
A partir del año 2008, sin embargo,
aparecieron algunos signos que hicieron que las alarmas de la derecha local y
de los Estados Unidos se prendieran: en Nicaragua, el Frente Sandinista se
encontraba en el poder y, digan lo que digan sus detractores, estaban haciendo un
gobierno con políticas sociales orientadas a mejorar las paupérrimas
condiciones de vida de la población y eso les atraía la simpatía de las
mayorías; en El Salvador, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional
(FMLN) se perfilaba como el virtual ganador de las elecciones presidenciales;
en Guatemala, el tibio gobierno socialdemócrata de Álvaro Colom coqueteaba con
Petrocaribe y, en Honduras, Mel Zelaya se declaraba dispuesto a alinearse con
las posiciones del ALBA y profundizaba sus relaciones con Nicaragua, Venezuela
y demás países nacional-progresistas de la región.
Los factores que habían desencadenado
este viraje de Centroamérica eran básicamente dos: el creciente influjo de las
posiciones nacional-progresistas en América Latina que, sintomáticamente, en la
misma Honduras habían logrado que la OEA echara marcha atrás en sus posiciones
excluyentistas respecto a Cuba, y el triunfo de los sandinistas en Nicaragua.
Ante este panorama, los Estados Unidos
de América, con un Barak Obama recién llegado a la presidencia de la Casa
Blanca, tomó cartas en el asunto. Que Centroamérica (que había sido su patio
trasero por excelencia siempre, parte integrante de su mare nostrum que es el Caribe, región que a mediados del siglo XIX
trataron de incorporar como parte de la unión americana a través de la aventura
filibustera de William Walker) se le fuera de su órbita de influencia ya era
demasiado.
Fue así como dio un golpe de Estado en
Honduras y mandó a volar al presidente constitucional. Esa fue su principal
jugada aunque no la única, pero bastó para iniciar un proceso de agresiva
iniciativa de la derecha en toda América Latina. El golpe de Estado hondureño
fue la clarinada que marcó el momento en el que la gran potencia del Norte se
despabiló y pasó a la ofensiva de nuevo.
Luego vino el golpe de Estado en
Paraguay, la perspectiva de más bases militares rodeando a Brasil y a
Venezuela, la profundización de la llamada guerra contra el narcotráfico, la
apuesta por volcar a Hugo Chávez en Venezuela.
Aunque generalmente desdeñada por los
análisis que se hacen sobre América Latina, Centroamérica y el Caribe
constituyen una región en la que se apuntalan o decaen hechos, fenómenos y
procesos que van mucho más allá de ella: la Revolución Cubana, la Revolución
Sandinista y la Revolución Bolivariana son ejemplos claros y contundentes de lo
que decimos. Cada una de ellas ha marcado época y hoy no es la excepción.
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