Hoy, cuando la derecha española oficia los
rituales del neoliberalismo más ortodoxo y recalcitrante, es necesario volver a
Saramago y a “La balsa de piedra” para nutrir desde el lenguaje literario,
desde la aspiración poética, el compromiso ético y político al que siempre nos invitó el escritor portugués: el compromiso de pensar y construir un mundo
enteramente distinto al que hasta ahora hemos conocido.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
"La balsa de piedra": una obra clave en tiempos de crisis capitalista. |
José Saramago, el
Premio Nobel de Literatura portugués, fue el escritor de las grandes alegorías
en el paso del siglo XX al XXI. Libros como Ensayo
sobre la ceguera y Ensayo sobre la
lucidez, por citar dos de sus más reconocidas obras, iluminan con su
sentido crítico y su maestría narrativa las zonas oscuras de la condición humana y ponen en primer
plano los grandes debates –recurrentemente postergados- sobre la democracia y sus límites en las
sociedades occidentales.
En medio de los
conflictivos escenarios de la crisis global del capitalismo, que se expresa de
modo dramático en los países del sur de Europa, como España, Portugal y Grecia,
uno de de los libros del portugués cobra inusitada vigencia, acaso por lo
original y profético de su argumento. Nos referimos a La balsa de piedra, publicado en 1986.
En esta novela,
Saramago parte de un hecho fantástico: la
separación de la península ibérica del resto de Europa y su incierta
navegación por el océano Atlántico, en medio de las disputas diplomáticas entre
Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y la Unión Soviética. Y a partir del
asombroso incidente, el escritor esgrime su tesis: el destino final de España y Portugal no estará en el Norte, como
peones en el tablero geopolítico internacional, sino en el Sur: entre América y África, puente entre los
continentes oprimidos del mundo moderno, desplazándose al encuentro y la reconciliación
con pueblos cuyas culturas e historias sufrientes de ninguna manera le son
ajenas.
“La península giraba
majestuosamente en medio del océano Atlántico, y a medida que iba girando se
iba haciendo cada vez menos reconocible a nuestros ojos”, narra uno de los
personajes, como describiendo la deriva
actual de ambos países, agitados por las fuerzas terribles de la tormenta
capitalista. Y conforme se aproximan al Sur, a nuestra latitud de la
resistencia y esperanza, de la utopía y las alternativas, el panorama se
advierte distinto para los navegantes ibéricos: “Visto desde la península, el
universo se iba transformando poco a poco. Todos los días el sol nacía en un
punto diferente del horizonte, y la luna, y a las estrellas, había que
buscarlas por el cielo, no bastaba ya su movimiento propio, de traslación en
torno del centro del sistema de la Vía Láctea, ahora estaba también este otro
movimiento que hacía del espacio un delirio de luceros inestables, como si el universo se estuviera
reorganizando de punta a punta, tal vez por encontrar que el primer orden
establecido no había dado resultado”.
¿Acaso no vemos también
en nuestra época, de un extremo a otro de la geografía mundial, los signos que
anuncian una reorganización del todo, de ese primer orden establecido del que
hablara Saramago? ¿No vemos en las protestas que sacuden a los países
ricos e industrializados la inconformidad, la insatisfacción y hasta el
hartazgo con un orden de cosas impuesto, sin reparo alguno, por la civilización
capitalista, por la cultura del consumo y los hegemones que hacen y deshacen a
voluntad desde el fin de la Guerra Fría?
Escrita antes del
colapso soviético y la caída del muro de Berlín; antes de El fin de la historia y el último hombre, de Francis Fukuyama, y de
la irrupción del pensamiento único neoliberal como nuevo autoritarismo
planetario, La balsa de piedra conserva su vigor para interpelar al presente
con la audacia de las ideas, los diálogos y la inteligente crítica que logró
entretejer Saramago en cada uno de los pasajes de su novela. De manera
especial, y con la refinada ironía que lo caracterizó toda su vida, el Nobel
portugués también desnuda la doble
moral, la hipocresía y el juego de intereses que, tanto en la ficción como en
la vida real, domina en las relaciones internacionales de los grandes poderes
políticos y financieros: los mismos que tienen prácticamente de rodillas a
España, Portugal y Grecia.
Así, cuando en la novela el presidente
norteamericano recibe la confirmación oficial de la nueva ubicación austral de
la península ibérica, decide enviar un contundente mensaje al mundo: “Nunca los Estados Unidos harán dejación de
sus responsabilidades para con la civilización, la libertad y la paz, pero los pueblos peninsulares no podían contar
ahora, que penetraban en áreas conflictuales de influencia, con una ayuda igual
a la que les esperaba cuando parecía que su futuro iba a ser indisociable del
de la nación americana”.
Hoy, cuando la derecha española oficia los
rituales del neoliberalismo más ortodoxo y recalcitrante para inmolarse en el
altar del dios Mercado; cuando busca un futuro indisociable de los centros del
poder financiero global, atrapada por el espejismo de la acumulación sin fin, es necesario volver a
Saramago y a La balsa de piedra para
nutrir desde el lenguaje literario, desde la aspiración poética, el compromiso
ético y político al que siempre nos invitó el escritor portugués, y que ahora
reclama nuestro tiempo: el compromiso de pensar y construir un mundo
enteramente distinto al que hasta ahora hemos conocido. Esto es, un mundo más allá del capitalismo.
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