En el manejo de la geopolítica sabemos que todo es
posible, lo más bajo y abyecto también. O más aún: eso precisamente es lo que
la define. La manipulación mediática de la gran masa planetaria es, hoy por
hoy, un elemento imprescindible en esas estrategias (“guerra de cuarta
generación” la llaman los estrategas del Pentágono).
Marcelo Colussi /
Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Guatemala
El pasado 9 de octubre, en el valle del río Swat, en el
noroeste de Pakistán, un grupo de fundamentalistas talibanes, varones, disparó
en la cabeza a la joven Malala Yousafzai, de 14 años de edad, con la intención
de matarla. El motivo: la negativa de la joven a dejar de asistir a la escuela
pese a la prohibición establecida por los talibanes en ese sentido desde el
2009 en la región que manejan entre Pakistán y Afganistán.
Providencialmente Malala no murió, pero quedó malherida.
Ya anteriormente se había constituido en blanco de ataque del grupo talibán por
defender sus derechos como mujer, motivo por el que el gobierno pakistaní la
había condecorado con el primer Premio Nacional de la Paz, habiendo recibido
igualmente varios galardones infantiles internacionales. Ahora salvó su vida;
la bala no llegó a ningún órgano vital, destruyéndole por el contrario la
mandíbula y alojándose en el cuello, dejándola temporalmente sin habla. Pero
los talibanes dijeron que volverán a intentar asesinarla. Malala fue sacada de
su país y trasladada a Gran Bretaña, donde en estos momentos se recupera en un
hospital de Birminghan luego de complicadas intervenciones médicas.
Matando a Malala el grupo talibán pretendía enviar un
claro mensaje de advertencia: desde hace años controla la región del valle del
Swat, donde han impuesto un clima de intolerancia y machismo acorde a su
integrismo religioso; por tanto, prohibió a todas las mujeres asistir a
escuelas, en el entendido que las mismas no pueden estudiar. De hecho, en estos
años en que controlan la zona, han destruido gran cantidad de centros
educativos, y el ejército pakistaní, pese a haberlo intentado en reiteradas
ocasiones, no los ha logrado desalojar de ese territorio. Luego del atentado,
los talibanes afirmaron que el ataque había sido contra una “espía” que
trabajaba a favor de Occidente. “La hemos
atacado porque había hablado contra los talibán mientras se sentaba con los
desvergonzados extranjeros e idealizaba al mayor enemigo del Islam, Barack
Obama”, dijeron en un comunicado. “La
sharia (la ley islámica) dice que se
debe matar incluso a los niños si hacen propaganda contra el Islam”,
concluyeron desafiantes.
“Casualmente”, dos días después del atentado contra
Malala, el 11 de octubre, se celebraría por vez primera el Día Internacional de
la Niña, instaurado por Naciones Unidas. “Todos
los estudios demuestran que invertir en la niña es una de las mejores
inversiones para reducir la pobreza, mejorar la salud, la educación y avanzar
en igualdad. Cuando desperdiciamos el coraje, la creatividad y el potencial de
las niñas, perdemos como sociedad”, decía la ONU un par de días después del
atentado en un comunicado.
Encomillar el “casualmente” tiene sentido, y es lo que
inaugura nuestra reflexión. Ello se complementa perfectamente con la protesta
levantada días después por “la reina del pop”, la estadounidense Madonna, quien
se tatuó la espalda con el nombre de la joven baleada en acto de protesta,
mostrándose después en público con esa inscripción.
“Tengo derecho a la educación,
derecho a jugar, derecho a cantar, derecho a que se oiga mi voz”, había dicho Malala
antes de recibir el balazo en su cabeza. Absolutamente de acuerdo. En términos
objetivos, lo dicho y hecho por la joven es una bandera de lucha que no podemos
dejar de levantar todas y todos. La fecha instaurada por Naciones Unidas va en
ese sentido. ¿Quién podría oponerse a la reivindicación femenina en un mundo
cruzado ignominiosamente por el más despreciable machismo? ¿Quién podría dejar
de condenar un acto tan abominable como el realizado por los talibanes? Todo
eso está fuera de discusión. Incluso ¿quién no dejaría de aplaudir el traslado
de la joven a un centro asistencial en Inglaterra para que recibiera la mejor
de las atenciones? Seguramente: nadie.
Pero
de todos modos, más allá de tan nobles propósitos en juego, es necesario
plantearse algunos interrogantes: ¿no es excesivo el tratamiento que la prensa
ha dado al caso? ¿No comienza a sonar un tanto llamativo tamaña preocupación?
¿Madonna clamando por esto?
Aún
a riesgo de pasar por un paranoico que ve confabulaciones de la CIA detrás de
cada acto –no estamos diciendo que ese sea el caso, por supuesto– toda esta
explosión de interés mediático en el caso de la jovencita baleada puede
despertar sospechas. Pakistán es un país pobre, con un índice de desarrollo
humano bajo, con más del 20% de su población por debajo de la línea de pobreza
trazada por la ONU y alrededor de un 35% de analfabetismo abierto, con una
renta mensual per capita que ronda
los 90 dólares y una desnutrición infantil crónica de 42%. Desde que comenzara
la “guerra contra el terrorismo” por parte del gobierno de Estados Unidos en el
2001, su región noroeste, limítrofe con Afganistán, ha sido campo de batalla
permanente contra los grupos talibanes. De hecho esta región, que es donde tuvo
lugar la ilegal operación que permitió “cazar” a Osama Bin Laden, es una zona
elegida por el Departamento de Estado para la utilización de los drones, los aviones no tripulados, que
ya llevan causados varios miles de muertos en sus más de 130 incursiones.
¿Alguien levanta la voz por todas estas muertes, o por las ocasionadas por el
hambre crónico?
¡Pobre
Malala!, sin dudas. Pero ¿cuántas Malalas, cuántas jovencitas, niñas y niños
mueren silenciosamente a diario en estas regiones golpeadas por la “lucha
contra el terrorismo”? ¿Acaso todo esos niños, niñas y jóvenes no tienen
derecho también a que se los atienda de la mejor manera posible si son heridos,
aunque no sean activistas políticos?
En
Washington se viene hablando insistentemente de una guerra abierta con Pakistán
como una estrategia que llevaría a la desintegración del país aprovechando las
líneas étnicas de Punjab, Sindh, Baluchistán y Pushtunistán. El objetivo
geopolítico tras la maniobra sería destruir el potencial de Pakistán de
convertirse en el corredor energético entre Irán y China, teniendo la
neutralización del gigante asiático como la verdadera causa final. Colocar al
integrismo islámico de los talibanes como parte de la jugada mostrando su
faceta descarnada –baleando jovencitas, por ejemplo– puede ser un pieza más de
un complicado rompecabezas. Lo cierto es que resulta, como mínimo, muy
significativo tanta “preocupación” de la prensa mundial por la suerte corrida
por Malala.
En
el manejo de la geopolítica sabemos que todo es posible, lo más bajo y abyecto
también. O más aún: eso precisamente es lo que la define. La manipulación
mediática de la gran masa planetaria es, hoy por hoy, un elemento
imprescindible en esas estrategias (“guerra de cuarta generación” la llaman los
estrategas del Pentágono). Los talibanes sin ningún lugar a duda son unos
asesinos; dispararle a quemarropa a una jovencita que se resiste a seguir sus
irracionales medidas religiosas lo prueba. Pero no dejemos de recordar cómo se
maneja todo esto.
“No empujamos a
los rusos para intervenir [en Afganistán], sino que consideramos que esa operación secreta era una idea
excelente. Tenía el efecto de hacer caer a los soviéticos dentro de la trampa
afgana. El día que cruzaron oficialmente la frontera, tuvimos la oportunidad de
dar a la Unión Soviética su propia guerra de Vietnam gracias a estos
fundamentalistas”, dijo sin la menor vergüenza Zbigniew Brzezinski, Consejero de Seguridad Nacional del Presidente
James Carter, describiendo la política de su
país en una entrevista con el periódico francés “Le Nouvel Observateur”
en 1998 hablando de operaciones encubiertas. Cuando se le preguntó si lamentaba
haber ayudado a crear un movimiento que cometía actos de terrorismo por todo el
mundo, desestimó la pregunta y declaró: “¿Qué
es lo más importante para la historia mundial, los talibanes o el colapso del
imperio soviético? ¿Varios musulmanes fanáticos o la liberación de Europa
Central y el fin de la Guerra Fría?”
Ahora,
ante esta nueva brutalidad del grupo ultra ortodoxo y la desmedida montaña de
“preocupación” por Malala cabe preguntarse: ¿nos siguen agarrando de estúpidos?
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