La nueva Venezuela es la
punta de lanza de la ola democrática que, en América Latina, ha barrido con los
regímenes oligárquicos de nueve países, apenas caído el Muro de Berlín, cuando
algunos vaticinaban “el fin de la historia” y “el choque de las civilizaciones”
como horizontes únicos para la humanidad.
Jean-Luc Mélenchon e Ignacio Ramonet* / LA JORNADA
Para Mélenchon y Ramonet, el presidente Chávez demuestra que es posible construir el socialismo en libertad y democracia en América Latina. |
Hugo Chávez es, sin duda,
el jefe de Estado más difamado en el mundo. Al acercarse la elección
presidencial del 7 de octubre, esas difamaciones se tornan cada vez más
infames, tanto en Caracas como en Francia y en otros países. Atestiguan la
desesperación de los adversarios de la revolución bolivariana ante la
perspectiva (que las encuestas parecen confirmar) de una nueva victoria
electoral de Chávez.
Un dirigente político
debe ser valorado por sus actos, no por los rumores vehiculados en su contra.
Los candidatos hacen promesas para ser elegidos: pocos son los que, una vez en
el poder, las cumplen. Desde el principio, la promesa electoral de Chávez fue
muy clara: trabajar en beneficio de los pobres, o sea –en aquel entonces–, la
mayoría de los venezolanos. Y cumplió su palabra.
Por eso, este es el
momento de recordar lo que está verdaderamente en juego en esta elección, ahora
cuando el pueblo venezolano se alista para votar. Venezuela es un país muy
rico, por los fabulosos tesoros de su subsuelo, en particular sus
hidrocarburos. Pero casi todas esas riquezas estaban acaparadas por las elites
políticas y las empresas trasnacionales. Hasta 1999, el pueblo sólo recibía
migajas. Los gobiernos que se alternaban, democratacristianos o
socialdemócratas, corruptos y sometidos a los mercados, privatizaban
indiscriminadamente. Más de la mitad de los venezolanos vivía por debajo del
umbral de pobreza (70.8 por ciento en 1996).
Chávez hizo que la
voluntad política prevaleciera. Domesticó los mercados, detuvo la ofensiva
neoliberal y posteriormente, mediante la implicación popular, hizo que el
Estado se reapropiara los sectores estratégicos de la economía. Recuperó la
soberanía nacional. Y con ella, ha procedido a la redistribución de la riqueza,
en favor de los servicios públicos y de los olvidados.
Políticas sociales,
inversión pública, nacionalizaciones, reforma agraria, casi pleno empleo,
salario mínimo, imperativos ecológicos, acceso a la vivienda, derecho a la
salud, a la educación, a la jubilación… Chávez también se dedicó a la
construcción de un Estado moderno. Ha puesto en marcha una ambiciosa política
del ordenamiento del territorio: carreteras, ferrocarriles, puertos, represas,
gasoductos, oleoductos.
En materia de política
exterior, apostó por la integración latinoamericana y privilegió los ejes
sur-sur, al mismo tiempo que imponía a Estados Unidos una relación basada en el
respecto mutuo… El impulso de Venezuela ha desencadenado una verdadera ola de
revoluciones progresistas en América Latina, convirtiendo este continente en un
ejemplar islote de resistencia de izquierdas alzado en contra de los estragos
del neoliberalismo.
Tal huracán de cambios ha
volteado las estructuras tradicionales del poder y acarreado la refundación de
una sociedad que hasta entonces había sido jerárquica, vertical, elitesca. Esto
sólo podía desencadenar el odio de las clases dominantes, convencidas de ser
los legítimos dueños del país. Son estas clases burguesas las que, con sus
amigos protectores de Washington, vienen financiando las grandes campañas de
difamación contra Chávez. Hasta llegaron a organizar –en alianza con los
grandes medios que les pertenecen– un golpe de Estado, el 11 de abril de 2002.
Estas campañas continúan
hoy día y ciertos sectores políticos y mediáticos europeos se encargan de
corearlas. Asumiendo –lamentablemente– la repetición como si fuera una
demostración, los espíritus simples acaban creyendo que Hugo Chávez estaría
encarnando “un régimen dictatorial en el que no hay libertad de expresión”.
Pero los hechos son
tozudos. ¿Alguien ha visto un “régimen dictatorial” ensanchar los límites de la
democracia en vez de restringirlos? ¿Y otorgar el derecho de voto a millones de
personas hasta entonces excluidas? Las elecciones en Venezuela sólo ocurrían
cada cuatro años, Chávez organiza más de una por año (14 en 13 años), en
condiciones de legalidad democrática, reconocidas por la ONU, la Unión Europea,
la OEA, el Centro Carter, etcétera.
Chávez demuestra que se
puede construir el socialismo en libertad y democracia. Y convierte incluso ese
carácter democrático en una condición para el proceso de transformación social.
Chávez ha probado su respeto al veredicto del pueblo, renunciando a una reforma
constitucional rechazada por los electores vía referéndum en 2007. No es casual
que la Foundation for Democratic Advancement (FDA), de Canadá, en un estudio
publicado en 2011, situara entonces a Venezuela en el primer lugar de los
países que respetan la justicia electoral.
El gobierno de Hugo
Chávez dedica 43.2 por ciento del presupuesto a las políticas sociales.
Resultado: la tasa de mortalidad infantil ha sido dividida por dos. El
analfabetismo, erradicado. El número de docentes, multiplicado por cinco (de 65
mil a 350 mil). El país presenta el mejor coeficiente de Gini (que mide la
desigualdad) de América Latina. En su informe de enero de 2012, la Comisión
Económica para América Latina y el Caribe (Cepal, un organismo de la ONU)
establece que Venezuela es el país suramericano que –junto con Ecuador–, entre
1996 y 2010, ha logrado la mayor reducción de la tasa de pobreza. Finalmente,
el instituto estadunidense de sondeos Gallup ubica al país de Hugo Chávez como
la sexta nación “más feliz del mundo”.
Lo más escandaloso, en la
actual campaña de difamación, es pretender que la libertad de expresión esté
constreñida en Venezuela. La verdad es que el sector privado, hostil a Chávez,
controla allí ampliamente los medios de comunicación. Cada cual puede
comprobarlo. De 111 canales de televisión, 61 son privados, 37 comunitarios y
13 públicos. Con la particularidad de que la parte de la audiencia de los
canales públicos no pasa de 5.4 por ciento, mientras que la de los privados
supera 61 por ciento... Mismo escenario para los medios radiales. Y 80 por
ciento de la prensa escrita está en manos de la oposición, siendo los dos
diarios más influyentes –El Universal y El Nacional–, adversos al
gobierno.
Nada es perfecto, por
supuesto, en la Venezuela bolivariana –¿dónde existe un régimen perfecto?–.
Pero nada justifica esas campañas de mentiras y de odio. La nueva Venezuela es
la punta de lanza de la ola democrática que, en América Latina, ha barrido con
los regímenes oligárquicos de nueve países, apenas caído el Muro de Berlín,
cuando algunos vaticinaban “el fin de la historia” y “el choque de las
civilizaciones” como horizontes únicos para la humanidad. La Venezuela
bolivariana es una fuente de inspiración de la que nos nutrimos, sin ceguera,
sin inocencia. Con el orgullo, sin embargo, de estar del buen lado de la
barricada y de reservar los golpes para el malévolo imperio de Estados Unidos,
sus tan estrechamente protegidas vitrinas del Cercano Oriente y dondequiera
reinen el dinero y los privilegios. ¿Por qué Chávez despierta tanto
resentimiento en sus adversarios? Indudablemente porque, tal como lo hizo
Bolívar, ha sabido emancipar a su pueblo de la resignación. Y abrirle el
apetito por lo imposible.
*
Respectivamente: copresidente del Partido de izquierda, diputado europeo; presidente
de la asociación Mémoire des Luttes (Memoria de las Luchas), presidente
honorífico de Attac.
No hay comentarios:
Publicar un comentario