Las
nuevas medidas migratorias adoptadas por La Habana responden a iguales deseos
compartidos por la población de la isla. Habían sido anunciadas en varias
ocasiones por el presidente Raúl Castro como parte del programa de
“actualización” del socialismo cubano, que marcha sin prisa pero sin pausa.
Deliran los que hablan de fuga y derrumbe.
Ángel Guerra Cabrera / La Pupila Insomne
Las relaciones entre EE.UU y Cuba: una historia de desencuentros marcados por el imperialismo. |
Cuba
aplicará una trascendente reforma migratoria a partir del 14 de enero del año
entrante que suprime engorrosos trámites para viajar y propicia un mayor
reencuentro de los cubanos. El hecho es muy positivo y responde a una
aspiración mayoritaria de la nación. Pero apreciar su verdadero alcance exige
considerar aunque sea someramente sus antecedentes y contexto histórico.
El
análisis de este y de cualquier asunto de naturaleza política en Cuba no puede
abstraerse de la política hostil y agresiva contra la revolución mantenida
inflexiblemente por la vecina superpotencia desde los tiempos de la guerra de
liberación. Esto es particularmente pertinente cuando se trata de la emigración
pues Estados Unidos la ha utilizado hasta la fecha como un arma de
desestabilización de la isla.
Al
triunfo de la revolución, los criminales de guerra, ladrones y ladronzuelos del
tesoro público de la dictadura de Batista fueron recibidos como héroes en suelo
estadunidense junto a la gran burguesía y sectores de clase media. Este
conglomerado le sirvió a Washington para crear en Miami el núcleo duro de la
subversión anticubana. Con ese propósito instaló allí la mayor de las
estaciones de la CIA existentes entonces en el mundo, desde la que lanzó un
inmenso programa desestabilizador contra la isla. Prolongado durante décadas,
incluyó desde un plan de invasión militar directa, antecedido por la invasión
de Bahía de Cochinos, hasta innumerables acciones terroristas y actividades
políticas y propagandísticas dentro y fuera de Cuba. Entre ellas, el estímulo
incesante a la emigración de los médicos, técnicos y obreros de alta
calificación, continuado hasta hoy como parte de la guerra económica contra La
Habana, que en eso consiste el bloqueo.
Como si
fuera poco, Washington adoptó una norma migratoria para Cuba que no aplica a
ningún otro país. Según la Ley de Ajuste Cubano los ciudadanos de la isla no necesitan
visa para entrar en Estados Unidos, donde al llegar reciben automáticamente
permiso de trabajo y tienen derecho a la residencia y a la ciudadanía después
de uno y dos años de estancia respectivamente… siempre que ingresen ilegalmente
o soliciten asilo político una vez que lleguen allí. Compárese esta situación
con la represión, el trato discriminatorio y las deportaciones masivas que se
reservan a los mexicanos, centroamericanos, haitianos y otros latinos,
caribeños y ciudadanos de todos los demás países del planeta que intentan
llegar o permanecer en territorio estadunidense. Al mismo tiempo véase la
hipocresía de esta política que impulsa a los cubanos a emigrar ilegalmente,
con frecuencia al precio de su vida, mientras les entrega a cuentagotas en La
Habana las visas de reunificación familiar.
¿Cuántos
países pobres podrían resistir durante medio siglo sin colapsar una ley como la
mencionada? Es muy importante la pregunta porque la visión que ofrece la
industria de la mentira patrocinada por ya se sabe quién es la de una
isla-presidido de donde la gente no emigra sino escapa debido a la persecución
política, una imagen totalmente alejada de la realidad de un país que
contradictoriamente recibe más de dos millones de visitantes al año, cifra que continúa
en ascenso cuando muchos otros destinos turísticos decaen.
Frente a
la grosera agresión contra su integridad, Cuba se vio obligada a adoptar
medidas para ordenar la emigración y combatir la fuga de talentos en medio de
una excepcionalmente asimétrica situación de guerra no declarada, bloqueo
económico y cerco mediático a un país pequeño y pobre por parte de la mayor
potencia militar del planeta.
Cuba ha
propuesto reiteradamente a Estados Unidos dialogar sobre todos los temas en
conflicto, incluyendo la migración, pero ese país no da muestra alguna de estar
interesado en una relación y una convivencia pacíficas. A lo largo de los años
ha cambiado la estructura social y política de la emigración cubana, que en su
mayoría se opone a las medidas agresivas contra la isla, con la que desea una
relación normal. Cuba ha hecho reiterados intentos por lograr esa
normalización, casi siempre torpedeados
por Washington. Las nuevas medidas
adoptadas por La Habana responden a iguales deseos compartidos por la población
de la isla. Habían sido anunciadas en varias ocasiones por el presidente Raúl
Castro como parte del programa de “actualización” del socialismo cubano, que
marcha sin prisa pero sin pausa. Deliran los que hablan de fuga y derrumbe.
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