Hace unos días, en la “prestigiosa” Universidad de Harvard, un grupo de estudiantes, entre los cuales se encontraban varios
argentinos y latinoamericanos, deslizaron una serie de preguntas hacia la
presidenta Cristina Fernández de Kirchner, en las que repetían los lugares
comúnes de la prensa opositora argentina.
Por Martín Omar Aveiro
/ Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina
En la Universidad de Harvard, Cristina Fernández respondió las preguntas nada inocentes de la élite intelectual que allí se forma. |
En el acto inaugural de
la Universidad Obrera Nacional decía Juan Domingo Perón: “No queremos
universidades para formar charlatanes y generalizadores [...]. Queremos
técnicos de fábrica que se pongan su ‘overol’ y convivan con sus obreros en el
trabajo, que sean ellos dirigentes, pero que dirijan, no charlatanes que no
sirven ni para un lavado ni para un barrido”. Pues si bien es cierto que el
primer gobierno peronista tuvo una pésima gestión universitaria, cuestión que
reconoció el mismo Perón, también lo es que el peronismo no careció de una
propuesta estratégica para la educación superior del país. La misma consistía,
según las palabras del líder, en “la conquista más grande” dado que: “[...] la
universidad se llenó de hijos de obreros, donde antes estaba solamente admitido
el oligarca. Porque la forma de llevar al oligarca es poner altos aranceles,
entonces solamente puede ir el que los paga. Nosotros suprimimos todos los
aranceles”.
Es que antes de la
irrupción del peronismo subsistían siete antiguos prejuicios en las
universidades latinoamericanas, que fueron desarticulados más tarde por el
intelectual brasileño Darcy Ribeiro: la educación superior debe ser para una
élite y no para las masas; disminuye la calidad conforme se imparte a un mayor
número de gente; sólo una proporción mínima es apta (digamos el 0,01 o el 1%);
se debe seleccionar a los más aptos; no se debe proporcionar más allá de las
posibilidades de empleo; el Estado está gastando demasiado y por eso debe no debe
ser gratuita o semigratuita; no se debe querer que todos sean profesionales. Por el contrario, afirmaba Perón: “Era un crimen que estuviéramos seleccionando
materia gris en círculos de 100.000 personas cuando lo podíamos seleccionar en
cuatro millones... hubiera salido más abundante”. En el mismo sentido se
manifestaba Ribeiro: “Repetimos varias veces que nuestra meta, aunque lejana,
debe ser la de abrir la universidad a la totalidad de los jóvenes de cada
generación”.
El motivo de aquella
preocupación tenía sus fundamentos en que para lograr la transformación interna
de la universidad, que sirviera a los intereses y las necesidades de la
sociedad de la que formaba parte, se imponían una serie de limitaciones. Entre
ellas: la circunstancia de ser la universidad más accesible a los hijos – de – familia, cuyas facilidades
de vida y correspondientes disponibilidades de tiempo para el estudio, al ir
aparejadas con una mejor escolaridad en el nivel medio, hace de ellos los
mejores estudiantes. Cuestión que se vincula con que una vez recibidos, por más
rebeldía juvenil que hayan manifestado durante su época de cursado, se acomodan
a las funciones que les eran prescritas de élite beneficiaria y custodia del
viejo orden. Esto sin mencionar aún los graduados que luego tiene la
posibilidad de realizar estudios de postgraduación en el exterior. Por ejemplo,
existen casos conocidos de quienes emigraron a realizar especializaciones,
maestrías o doctorados en universidades españolas, inglesas o estadounidense, y
que de regreso a su lugar de origen sirvieron más a esas nacionalidades que a
la propia.
Por eso, se nos hace
urgente repensar, nuevamente, el lugar y el servicio que deben prestar los
estudios superiores y el conocimiento en una región latinoamericana como la
nuestra. Puesto que es imposible desconocer el carácter clasista de la
universidad, en tanto institución jerarquizada y jerarquizadora, donde todavía
se mantiene una categoría minoritaria de estudiantes socialmente privilegiados,
y otra, ampliamente mayoritaria, constituida por el proletariado estudiantil. De ahí que, tal cual lo expresa Ribeiro,
es imprescindible crear mecanismos que aseguren la participación efectiva de
los jóvenes proletarios en la vida
del sistema de educación superior. Porque, particularmente pensamos, que es la
única manera de revertir una concepción anquilosada, elitista y banal de la
erudición. Situación que quedó claramente expresada en la “prestigiosa”
Universidad de Harvard hace unos días cuando un grupo de estudiantes, entre los
cuales se encontraban varios argentinos y latinoamericanos, deslizaron una
serie de preguntas hacia la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. La
mayoría de los televidentes que asistieron al acontecimiento se habrán
preguntado: “¿Y esos son los elegidos por Harvard?”. Es que los
cuestionamientos, además de faltos de información, eran un relato textual de la
prensa opositora argentina.
En consecuencia, y para
finalizar, los saberes para tener un carácter legítimo deben enraizarse en las
necesidades de los pueblos en los que están insertos. Y para ello como sostenía
el Ing. Roberto Carretero, ex-rector de la Universidad Nacional de Cuyo entre
1973 y 1974, tenemos que: “Constituir la Universidad de los Trabajadores,
diluida en el seno del Pueblo, para integrarla en forma efectiva y real a
partir del Proyecto Político de la Nación, al proceso de reconstrucción y
liberación y a la construcción de la Patria Grande Latinoamericana”. De lo
contrario seguiremos escuchando alumnos argentinos, salvadoreños, venezolanos,
etc., preguntar lo que le interesa al imperio que más golpes de Estado y más
daño económico impulsó en sus territorios. En lugar de analizar críticamente
como resolver los graves problemas de injusticia, desigualdad y vulnerabilidad
que nos afectan. Sin embargo, solamente quien padeció o padece de aquellas
situaciones puede tener una conciencia clara de que sus oportunidades en la
vida tienen que ser dispuestas para el beneficio de sus hermanos y no para
provecho de un sector político o social privilegiado.
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