La oposición hace falta.
Estoy convencido de que la democracia tiene sentido sólo si es también para el
que piensa diferente. Lo que pasa, entre otras cosas, por aceptar que el
chavismo es mayoría, y que múltiples razones históricas explican esta realidad.
No esperarán que les pidamos permiso para sentirnos felices. Que lo estamos.
Volvimos a ganar los que siempre perdimos. Y lo hemos hecho en buena lid.
No hace falta en lo
absoluto ser un analista político muy brillante para saber que en Venezuela,
luego de cada elección, se abre el compás de la discusión política,
multiplicándose los puntos en agenda, y sometiéndose a deliberación incluso la
orientación estratégica del proceso bolivariano. Así sucede, al menos, en el
campo chavista. Ya está sucediendo y pronto intentaré hacer algún aporte.
Por lo pronto, me siento
obligado a compartir algunas reflexiones sobre la manera como una parte del
antichavismo, no estoy seguro de que se trate de la mayoría, ha recibido la
victoria de Chávez. De todos los comentarios
que he tenido oportunidad de leer, tal vez no haya ninguno tan brutal como el
que sigue:
"Se acabaron los
pendejos, de ahora en adelante no dar propinas ni a parqueros, ni a bomberos,
ni a caleteros, ni a los que lavan carros, ni a la señora que nos ayuda en la
casa, ni a los chamos en supermercados, cero aguinaldos, no comprar a
buhoneros, que se jodan, porque aunque siempre reciban ayuda directa de
nosotros, siempre votan por Chávez. Que empiecen a sentir el impacto de sus
acciones, porque todos ellos viven de nosotros y del rebusque. Se acabó la
regaladera de propinas. Estamos en un país socialista y tendremos que vivir
así. Pásalo".
En YouTube circula uno de los
documentos audiovisuales más tristes que haya visto en mi vida. Dura un minuto
y quince segundos. En él se puede ver a Esteban, un inocente niño de cuatro
años, a lo sumo, que llora desconsoladamente cuando su tío le informa que ha
ganado Chávez.
Lo anterior, junto a los
jóvenes que levantan barricadas frente a la Plaza Altamira de Caracas, viene a
sumarse a la infinidad de mensajes y comentarios que sugieren que el 7 de
octubre ha triunfado la "ignorancia", por decir lo
menos.
El colofón podría ser el
sofocante silencio de la abrumadora mayoría de medios sobre un hecho que, en
cualquier otra circunstancia, hubiera sido considerada una "masacre":
el
asesinato, en el estado Zulia, de siete chavistas a manos de un comerciante que
perdió una apuesta con las dos primeras víctimas (a quienes habría disparado).
Los otros cinco murieron luego de ser atropellados a pocas cuadras de los
primeros asesinatos, mientras celebraban la victoria de Chávez. Es una noticia tan
escalofriante que, lo confieso, aún dudo de su veracidad.
La situación no está para
la burla. Ni siquiera para la indignación. Esto hay que tomárselo en serio.
Yo mismo la he emprendido
contra el "antichavista
promedio", facho, políticamente inculto, acomplejado,
clasista, racista, y durante esta campaña he sentado posición contra las
miserias y trampas del sifrinaje metido a la política.
Pero he llegado a
preocuparme, con toda honestidad lo digo, por el severo daño que la clase
política antichavista, y en particular el sifrinaje que pretende hacerse con el
control político de la oposición venezolana, está causando en buena parte de su
base social.
No diré la tontería de
que jamás habíamos presenciado demostraciones similares de intolerancia. Aún
tenemos fresco el recuerdo de todas las atrocidades cometidas por el
antichavismo durante los primeros años de la revolución bolivariana.
Lo que no deja de
sorprender es la virulencia con que la intolerancia ha vuelto a manifestarse.
Por supuesto, resulta irónico, tanto como revelador, que tales demostraciones
de mal ánimo tengan lugar al término de una campaña en la que Capriles Radonski
hizo alarde de un discurso pletórico de referencias a la tolerancia y la
reconciliación.
Vistas tales reacciones
entre los derrotados, uno no puede sino pensar que estaban absolutamente
convencidos de que el triunfo era un hecho. Al parecer, muchos no se pasearon
jamás por el escenario de la derrota, algo inconcebible en política. A menos,
claro, que se trate de recién llegados. Pero ese argumento se cae por su propio
peso: ¿cuántas elecciones no se han celebrado desde que triunfó la revolución
bolivariana?
¿A qué obedece, entonces,
tanta incapacidad para asimilar la derrota?
Pienso que de la misma
forma que el chavismo interpela a su gobierno y fustiga a su clase política, el
antichavismo debería comenzar a exigirle cuentas a su dirigencia. Hasta ahora,
prevalece en éste último la actitud autocompasiva, la victimización, el
desconocimiento de la voluntad popular. Se conforma con la imagen de pueblo
chavista pasivo, obsecuente, inmaduro, manipulado, acrítico, ignorante, lo que le permite
seguir viviendo en la burbuja de la "gente
decente y pensante", que asume cada derrota como el fracaso de
la civilización, la razón y lo bello.
Capriles Radonski
alimenta permanentemente esta manera de entender el mundo: este martes 9 de
octubre, en rueda de prensa, repetía el mismo cuento: "Aquí
ganó el gobierno, no ganó Venezuela". ¿Cuántas veces no lo hemos
escuchado hablar, en ese tono condescendiente tan característico de las elites,
de "pueblo
oficialista"?
Esta trampa retórica, que
asimila al pueblo chavista con el gobierno, y que de hecho convierte al
chavismo en un desterrado, en un extranjero en su propia tierra (porque no
forma parte de Venezuela), es lo que explicaría la inusitada frecuencia con la
que el antichavista nos exige explicaciones por las fallas de gestión, muchas
de ellas graves, en que incurre el gobierno bolivariano.
En general, para el
antichavismo sigue siendo inconcebible la idea de un pueblo chavista que
cuestiona con dureza e interpela a sus gobernantes, y esto sí equivale a no
haber entendido una de las cuestiones más básicas de este proceso político (mucho
menos se puede pretender que entienda que, más que una "buena
gestión", somos muchos los que aspiramos una radicalización democrática de
este proceso).
Mientras tanto, tal
pareciera que está prohibido criticar alguna falla de gestión de algún alcalde
o gobernador opositor. Si existieran, estas críticas no aparecen con mucha
frecuencia en los medios antichavistas. En este sentido, el antichavismo
incurre en una singular forma de autocensura. Y esto, sin mencionar la censura
sistemática de la obra de gobierno, lo que implica sacar ventaja de una posición
de dominio.
El antichavismo debe
exigirles cuentas a sus dirigentes, pero también asumir su cuota de
responsabilidad. La culpa (porque ni siquiera es la responsabilidad) no la
puede tener siempre otro. La razón de la derrota no puede ser siempre el
"fraude". ¿Cómo pretenden triunfar alguna vez si están tan lejos de
haber aprendido a perder?
Urge aprender a sacar
cuentas: es falso que Capriles Radonski reunió 6 millones 498 mil 527 votos
"en
tres meses". Es cierto que el antichavismo resultó
derrotado ¡en
22 de 24 estados! Esa es la realidad. No
basta con repetirse que estos resultados confirman que la mayoría no siempre
tiene la razón. Por favor. Un poco más de sensatez. Así no se
llega a ninguna parte.
Es probable que ningún
antichavista se tome en serio estas palabras. Tal vez muy pocos lleguen a leer
estas últimas líneas. Realmente lo lamento. La oposición hace falta. Estoy
convencido de que la democracia tiene sentido sólo si es también para el que
piensa diferente. Lo que pasa, entre otras cosas, por aceptar que el chavismo
es mayoría, y que múltiples razones históricas explican esta realidad.
Antes de indignarse por
nuestra alegría, de escandalizarse por nuestras celebraciones, intenten
comprender las razones de su tristeza, de su frustración. Pero ya es hora de
que dejen de ver la paja en el ojo ajeno. Comiencen por ustedes mismos.
No esperarán que les
pidamos permiso para sentirnos felices. Que lo estamos. Volvimos a ganar los
que siempre perdimos. Y lo hemos hecho en buena lid.
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