Luchar por un mundo menos
primitivo, más solidario e incluyente, implica también luchar contra los
prejuicios.
Marcelo Colussi / Especial para
Con Nuestra América
Desde
Ciudad de Guatemala
“No es
que Dios no quiere a los homosexuales; Dios no quiere el pecado”.
Declaraciones de un “terapeuta de
homosexuales”
Hace ya casi un cuarto de siglo, el 17 de mayo de 1990, la Organización
Mundial de la Salud -OMS- quitó de la Clasificación Estadística Internacional
de Enfermedades la homosexualidad como una entidad gnosográfica, como una
patología. Es por eso que esa fecha, el 17 de mayo, ha quedado instaurada como
“Día Mundial contra la homofobia, la lesbofobia y la transfobia”.
Podríamos estar tentados de pensar que la tolerancia sexual está
instalándose. Pero no necesariamente es así. La homofobia sigue recorriendo
nuestra sociedad planetaria. Con diferencias, con matices a veces muy marcados,
pero que a la larga no difieren en lo sustancial, la discriminación a partir de
la identidad sexual sigue siendo algo común, cotidiano, más allá de avances
significativos que al respecto se puedan haber conseguido estos últimos años.
Aunque
aparentemente no sea quizá el tema “principalísimo” del momento, cuando estamos
ante la infausta posibilidad de una nueva guerra mundial tal vez con el uso de
armas nucleares, levantar la voz ante la homofobia no deja de ser importante.
En definitiva, también es un grito de lucha. Lucha, incluso, en un doble
sentido: para hacer ver la intolerancia sexual y los valores machistas, por
tanto homofóbicos, que siguen rigiendo nuestro imaginario social (para muestra,
las recientes mezquinas declaraciones de un ministro español que -¡felizmente!-
le costaran el puesto: “las leyes son
como las mujeres: están hechas para violarse”). Y lucha también contra la
mercantilización de toda actividad imaginable (hoy, pese al “avance” moral de
la sociedad, se siguen vendiendo terapias para curar la homosexualidad, y según
esa lógica puede esperarse que en cualquier momento alguna casa farmacéutica
patente la medicina ad hoc).
La
lucha por un mundo mejor, más equitativo y solidario, implica levantar la voz
ante toda injusticia. Las “psicoterapias” que hoy se ofrecen para “curar” esta
supuesta patología constituyen una flagrante violación de los derechos
personales así como un negocio de cuestionable solvencia ética. En Estados
Unidos, país que sin dudas ha dado pasos muy importantes en la lucha contra la
discriminación sexual, al mismo tiempo de esos avances existen también ofertas
de tratamientos, en sintonía con una sociedad donde todo puede ser mercadería
para consumir. Así, aunque ya hacía algunos años que habían desaparecido, el
NARTH (sigla en inglés por National Association for Research and Therapy of
Homosexuality) está ofreciendo seminarios de “Restauración Emocional, Relacional y Sexual: compasión y esperanza
para los quebrantados” para “tratar
la homosexualidad indeseada y el lesbianismo indeseado y otras formas de quebranto
sexual y relacional”.
“Estos tratamientos no son
inocuos; son muy dañinos para la salud mental individual y colectiva:
individual, porque fuerzan modificaciones subjetivas imposibles e innecesarias
que generan culpabilidad y sufrimiento, y colectiva, porque profundizan
procesos colectivos de prejuicios y discriminación”,
manifestó recientemente Leonardo Gorbacz, diputado autor de la Ley Nacional de
Salud Mental de Argentina, y psicólogo
de profesión.
La lista de países en que se estarán promocionado próximamente estas
iniciativas es amplia: Australia, Reino Unido, Finlandia, Lituania, Países
Bajos, Filipinas, Suiza y Estados Unidos. La homosexualidad, según esta
propuesta, es una “desviación de la
personalidad” que se puede “corregir”
a través del “perdón y la fe religiosa,
conseguidos por medio del castigo y la tortura física y psicológica”.
¿Quién dijo que terminó la Edad Media? Ya no se usan los cinturones de
castidad, pero…
Con motivo de la anexión de Austria por los nazis al inicio de la
Segunda Guerra Mundial, Sigmund Freud, judío al que, por su celebridad, se le
perdonó la vida permitiéndosele marchar al exilio, dijo en el momento de
abandonar su tierra natal: “En el
Medioevo me hubieran quemado a mí; hoy queman mis libros. ¡Hemos progresado!”.
Luchar por un mundo menos primitivo, más solidario e incluyente, implica
también luchar contra los prejuicios. Y como dijo otro judío famoso también
(Einstein): “es más fácil desintegrar un
átomo que un prejuicio”.
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