Tienen pues Hugo Chávez
y las fuerzas bolivarianas una enorme tarea: desterrar el triunfalismo y asumir
la autocrítica. Como dijera Marx en su “18 Brumario”: las
revoluciones se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen
continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado y
comienzan de nuevo.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
Han pasado dos semanas después de que en Venezuela la
derecha ha sido derrotada electoralmente
una vez más. Desde 1998, Hugo Chávez ha triunfado en 13 de 14 procesos
electorales de distinta índole. Ha ganado 4 elecciones presidenciales y un
referéndum revocatorio. Su proyecto
solamente fue derrotado en 2007 cuando la consulta sobre la reforma
constitucional. Además, el chavismo derrotó el golpe de estado de abril de 2002
y luego el paro petrolero de diciembre de ese mismo año. Otros tres intentos
golpistas también resultaron fallidos. En estas elecciones presidenciales de
octubre de 2012, Hugo Chávez ganó con el 55% de los votos y derrotó a la derecha en 22 de los 24 estados, incluidos
el Distrito Capital y bastiones derechistas como son los estados de Zulia,
Carabobo, Nueva Esparta y Miranda, además de Lara, Monagas y Amazonas en las
que gobernadores otrora oficialistas se pasaron a la oposición. La victoria
política del chavismo fue en cierto modo también una victoria ideológica. El
candidato de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), Henrique Capriles, tuvo
que correrse hacia el centro y hasta asumir una imagen de izquierdista moderado
en un intento de disputarle a Chávez su electorado.
La
victoria ha sido contundente y es el resultado de una hegemonía social y
política que le han generado al chavismo una gestión exitosa en términos de
desarrollo social y crecimiento
económico. Este último ciertamente
deteriorado desde la crisis mundial de 2008. Según datos de la CEPAL,
Venezuela redujo la pobreza de 49% en 1998 a 26.8% en 2010. La pobreza extrema
pasó del 22.2% en 2002 a 10.7% en 2010. El índice de Gini que mide la
desigualdad ha caído un 2% anualmente.
No es pues ninguna casualidad que la diferencia entre Chávez y Capriles
sea de casi 10%. Las izquierdas en Venezuela y Latinoamérica han celebrado
eufóricamente la victoria electoral de Chávez. No es para menos, la
misma tiene repercusiones a nivel regional y mundial: afianza a la ALBA,
fortalece ahora al Mercosur y los demás mecanismos de integración latinoamericana,
y le da continuidad a un proyecto posneoliberal de explícita vocación
socialista.
Pero
es hora de bajarle a la euforia. La derecha venezolana también salió ganadora
de estos comicios: en 2006 Chávez ganó la presidencia con 63% de los votos,
ahora lo hizo con el 55%; la derecha pasó de un 37% de los votos a un 44% y
aumentó su caudal electoral en más de 2 millones de votos, mientras Chávez lo
hizo en apenas 700 mil. Más importante aún, debido a la enfermedad del
presidente el chavismo todavía tiene que resolver el acertijo de un chavismo
sin Chávez. Esto tiene en un corto plazo dos pruebas de fuego: las elecciones a
gobernadores de diciembre de 2012 y las municipales de abril de 2013. Y en los próximos tiempos la revolución
bolivariana tendrá que hacerle frente no solamente a una derecha fortalecida
sino al embate frontal de los Estados Unidos de América. Gran sabiduría
política tendrá que tener el nuevo gobierno para enfrentar la creciente
polarización política que en todos estos años ha dejado un saldo de 365
campesinos y 15 obreros asesinados por fuerzas de la derecha. Para enfrentar a
una derecha que la noche de los comicios tenía a 37 grupos armados
en 7 urbanizaciones del este de Caracas esperando actuar si los
resultados eran cerrados.
Tienen pues Hugo Chávez
y las fuerzas bolivarianas una enorme tarea: desterrar el triunfalismo y asumir
la autocrítica. Como dijera Marx en su “18 Brumario”: las
revoluciones se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen
continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado y
comienzan de nuevo.
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