El
domingo 7 de octubre el pueblo venezolano tiene la palabra. Debemos votar en
conciencia y renovar nuestra voluntad de pueblo libre, valeroso y gallardo.
Debemos votar por la continuidad del proceso iniciado en 1998 que transformó a
Venezuela y la hizo respetada como nunca en el concierto internacional.
Sergio Rodríguez Gelfenstein /
Especial para Con Nuestra América
Desde
Caracas, Venezuela
Las elecciones son la oportunidad de dar continuidad al proceso iniciado en 1998. |
En
el año 1998 el mundo era caótico. Unos años antes había caído el Muro de
Berlín. La desaparición de la Unión Soviética en 1991 marcó el fin de una
época. La guerra fría había terminado y con ella la estructura bipolar del
sistema internacional. Sin embargo, Estados Unidos, el gran vencedor, no pudo
imponer de inmediato la unipolaridad como era su deseo. Aunque con escasa
organicidad y poca fuerza, existía el
ímpetu necesario para impedir que se estableciera un poder único sobre el
planeta. Eran tiempos en los que campeaba la idea de que “la historia había
terminado” y que el capitalismo se impondría como modelo único en toda la faz
de la Tierra.
El
primer día de 1994, en el México profundo, los zapatistas dieron el primer
grito de alerta el mismo día que el gobierno neoliberal firmaba un tratado de
libre comercio con Estados Unidos y Canadá, el mismo que hasta hoy subordina
política y económicamente al gran país de mayas y aztecas. La Revolución cubana
pasaba su peor momento después del “desvanecimiento” del campo socialista, pero
a pesar de todo mantenía enhiesta la bandera de la independencia, la equidad y
la justicia social. Pero, en general, el movimiento popular era permeado por la
desmoralización y la derrota. “Nada pasaba” y parecía que nada iba a pasar.
En
ese 1998, América Latina había concluido su transición de las dictaduras a
gobiernos de democracia representativa que sin embargo, seguían los dictados
del Consenso de Washington, un postulado ideológico y económico que aconsejaba
entre otros aspectos, la privatización de las empresas públicas, la
desregulación del mercado, la protección de la propiedad privada como sacro
santa responsabilidad del Estado, la liberalización del comercio y la
eliminación de las barreras arancelarias a las inversiones extranjeras
privadas. En resumen, la pérdida de la soberanía en favor de las
transnacionales y la subordinación de nuestros países a Estados Unidos. Incluso se llegó a plantear
la eliminación de las fuerzas armadas y su mutación en policías porque en virtud del Tratado
Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), Estados Unidos se iba a encargar
de “proteger” la soberanía de los pueblos de América Latina y el Caribe.
Venezuela
era conocida en el mundo por ser un gran productor de petróleo y por la belleza
de sus mujeres, sólo que a nadie le importaba hacer patente que la riqueza que
producía ese petróleo se redistribuía de forma regresiva y que a pesar de los
gigantescos ingresos que producía el hidrocarburo teníamos un 51% de
pobreza, entre ella 20, 6% de pobreza
extrema. Tampoco se ponía de relieve que la mujer venezolana además de bella,
es valiente e inteligente y que reclamaba su participación, no sólo en
concursos de belleza, también en los más diversos ámbitos de la política, la
academia, las ciencias, la cultura, las artes y el deporte.
En
1989, el pueblo venezolano protagonizó una protesta en contra de la aplicación
de medidas neoliberales. La respuesta del sistema fue una brutal represión que
produjo miles de muertos, casi todos pertenecientes a sectores excluidos en la
capital. El descontento cobró fuerza y
organización. Las Fuerzas Armadas, cuyos oficiales en Venezuela son de extracción
humilde, se hicieron eco del sentir popular y en febrero y noviembre de
1992, se hicieron intérpretes de ese
sentimiento acumulado insurgiendo contra el régimen establecido. Un desconocido
Comandante, Hugo Chávez Frías se hizo cargo de la acción y su nombre comenzó a
ser escuchado sin saber los avatares que le deparaba la historia.
Sin
embargo, en 1998, Venezuela no escapaba de la ola neoliberal. Era uno más entre
los países que se sometían servilmente… y de repente, todo comenzó a cambiar.
Aquel
incógnito Comandante del 4 de febrero de 1992, había sido elegido presidente de
la República de Venezuela. El pueblo, protagonista en febrero de 1992, lo era
nuevamente. Había trocado su espíritu de lucha y su fervor patriótico en votos
que auguraban un nuevo comienzo para la República, la Quinta se empezó a
llamar. El Comandante Chávez prometió que ésta, se alzaría sobre nuevas bases y
llamó al pueblo a Constituyente. Aquel contradictorio 15 de diciembre de
alegrías y tristezas, las venezolanas y los venezolanos se dieron una nueva
Constitución avanzada y moderna que consagraba al pueblo como protagonista de
la democracia que ahora, además de representativa, era también participativa.
No
hubo que esperar mucho para que Estados Unidos comenzara a tramar la forma de
derribar al Presidente Chávez. Han intentado de todo, pero una y otra vez han
chocado con el valladar del pueblo que comenzó a tomar en sus manos los
destinos del país.
Las
transformaciones internas se hicieron sentir en el escenario internacional.
Venezuela es hoy un país respetado en el mundo. Ha ampliado y diversificado sus
relaciones internacionales al establecer vínculos fraternales con países de
África y Asia. Se ha incrementado la presencia en los organismos multilaterales
ejerciendo un papel activo al lado de los pueblos del sur que luchan por su
emancipación política y económica. Se ha
instaurado un nuevo marco de relaciones con los países europeos y con Estados
Unidos, basado en que los vínculos se deben sustentar en el respeto a la
soberanía y la autodeterminación.
Pero,
lo más importante es que se han implementado vínculos prioritarios con los
países de la región. Así, Venezuela ha comenzado a jugar un papel transcendente
en UNASUR,
Mercosur, ALBA y CELAC, y ha hecho de su potencial
energético un vehículo para la integración, en primer orden con los países del
Caribe al crear Petrocaribe.
En
otro ámbito, el presidente Chávez jugó un rol principal en el renacimiento de
la OPEP, lo cual ha permitido crear una política de precios que ha revalorizado
el principal producto de exportación de
Venezuela, ha redundando en un incremento importante de los ingresos de la
nación, los que ahora se han utilizado para desarrollar los gigantescos proyectos sociales que adelanta
el gobierno. El reconocimiento internacional a Venezuela ha llegado en forma de
el otorgamiento como sede de trascendentes eventos internacionales, tales como
la Cumbre que dio origen a la CELAC en diciembre de 2011 y la XVII Cumbre del Movimiento de Países No
Alineados que se llevará a cabo en 2015.
El
papel de Venezuela trasciende lo meramente formal. La fuerza de su pujanza está apoyada en su condición de país que
emprende su proceso de transformación en medio de una férrea oposición
estadounidense que como se dijo anteriormente ha intentado las más diversas
formas de intervención en sus asuntos internos. Todo esto despierta el interés
de millones de personas de buena voluntad que hoy observan el país y que
estarán pendientes este próximo 7 de octubre del resultado de las elecciones.
La
fuerza de Venezuela y del gobierno del presidente Chávez reside en la capacidad
de resistir y avanzar. Eso es lo que se juega el próximo domingo, la disyuntiva
es entre seguir adelante como nación independiente que forja su destino y se
abre paso en el escenario agresivo y convulso del siglo XXI, utilizando el
mundo como espacio para lograr los vínculos y las transacciones que coadyuven a
mejorar las condiciones de vida del pueblo o, el regreso al pasado, a aquel en
que el país estaba hipotecado en favor de potencias extranjeras que ni siquiera
respetaban las leyes de la nación, al de la entrega de la soberanía que no
permitía decidir respecto a medidas eminentes que involucraban a la ciudadanía,
al de la privatización de la sociedad para gobernar en favor de una minoría.
Una
vez más, el domingo 7 de octubre el pueblo venezolano tiene la palabra. Debemos
votar en conciencia y renovar nuestra voluntad de pueblo libre, valeroso y
gallardo. Debemos votar por la continuidad del proceso iniciado en 1998 que
transformó a Venezuela y la hizo respetada como nunca en el concierto
internacional.
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