El principal peligro que representan
loss gobiernos progresistas para las mundialmente dominantes fuerzas impulsoras
del modelo neoliberal es su carácter, precisamente, de contramodelos, de
ejemplificación en la práctica de que existen alternativas viables que no
requieren del sufrimiento colectivo. De ahí las virulentas campañas en su
contra.
Rafael
Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
La etiqueta de "populista" es usada por la derecha para atacar a los gobiernos nacional-progresistas como los de Ecuador, Bolivia y Venezuela. |
Los últimos treinta años se encuentran
determinados, por un lado, por el triunfo del bloque occidental bajo hegemonía
norteamericana ante el derrumbe de la URSS y el campo socialista y, por otro,
por el impulso de los modelos neoliberales auspiciados por el Consenso de
Washington. Ambas tendencias son, en esencia, dos caras de una misma moneda,
pues el neoliberalismo constituye, en buena medida, la exacerbación de la
visión capitalista según la cual son las fuerzas del mercado, dejadas por la
libre, las únicas en condiciones de garantizar el desarrollo y el progreso humanos.
Ambas tendencias llevarán a su clímax un proceso tan antiguo como el sistema
capitalista mismo, que hoy se expresa en lo que conocemos como la
globalización, que tiene como núcleo central y principal dinamizador la
constante y nunca agotable necesidad de crecimiento del capital.
Comprendido de esta forma, el proceso de
globalización, tercera pata del banco de las tendencias dominantes de la época
contemporánea, se habría iniciado en el lejano siglo XV, cuando el naciente
capitalismo orienta a la exploración de rutas mercantiles y a la incorporación
al mercado occidental de nuevos productos traídos de lugares lejanos. Es así
como se explora y se incorpora, de muy distintas formas, al naciente circuito
mercantil capitalista el continente africano, se circunnavega el globo
terráqueo y se llega a las costas de América. Tal proceso encuentra una
plataforma idónea para su expansión vertiginosa en la revolución
científico-tecnológica de la segunda mitad del siglo XX, que le permite a la
forma hoy dominante de capital, la financiera, expandir por todo el globo la
especulación en la que se fundamenta.
La desaparición del campo socialista que
dejó las puertas abiertas a la expansión del dominio militar norteamericano en
todo el mundo, la globalización y la preponderancia del neoliberalismo
constituyen, pues, las tendencias dominantes de la época contemporánea,
entendiendo por ésta la segunda mitad del siglo XX y los años transcurridos del
siglo XXI.
Es en este contexto desalentador para el
proyecto de “los de abajo”, cuando todo parecía estar más en contra suyo, que
en América Latina surgen procesos cuestionadores del estatus quo neoliberal.
Como dice el uruguayo Raúl Zibechi, “Finalmente,
los poderosos no consiguieron su objetivo de controlar y dominar a los sectores
populares de nuestro continente, para mejor esquilmar sus riquezas”.
Fue así como el neoliberalismo frenó su
impulso rampante en América Latina, y hubo de ver cómo se proponían e
impulsaban alternativas por parte de gobiernos cuyos índices de aprobación se
mantuvieron entre los más altos de la región. La llegada al poder de partidos,
coaliciones y movimientos políticos procedentes del amplio espacio de la
izquierda en tan rápida sucesión tras largos años de hegemonía neoliberal fue
pronto designada como “ola izquierdista” o “giro a la izquierda”.
A estas opciones políticas sus críticos
les llaman “populistas”, entendiéndolas dentro del estrecho margen que conciben
a la política como un eterno mercado electoral, en el que se hacen concesiones
a los sectores populares solamente en la medida en que puede ganarse
temporalmente su favor para elecciones puntuales. El principal peligro que
representan estos gobiernos progresistas para las mundialmente dominantes
fuerzas impulsoras del modelo neoliberal es su carácter, precisamente, de
contramodelos, de ejemplificación en la práctica de que existen alternativas
viables que no requieren del sufrimiento colectivo. De ahí las virulentas
campañas en su contra, propalando la idea que estos países constituyen amenazas
a la democracia, la propiedad privada y el libre mercado.
Las actitudes hostiles son mayores en la
medida en que se planteen las posibilidades de profundizar modelos alternativos
al neoliberalismo o, más aún, si se cuestiona en su conjunto el desarrollo como
modelo. Las hostilidades van desde la descalificación racista de inocultables
raíces coloniales, como de las que son objeto los presidentes Hugo Chávez y Evo
Morales, hasta los sesudos análisis académicos o periodísticos que descalifican
como superficiales y aventureras tales posiciones.
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