América Latina cuenta poco en la
aritmética imperial de las elecciones. La campaña presidencial norteamericana se
pierde por otros trillos, es decir, por aquellos que interesan a una potencia
que pierde bríos y se encuentra enredada en los mecates de la crisis económica.
Rafael
Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
El poder y el markenting: los candidatos Romney y Obama ríen para las cámaras, junto al arzobispo de New York, en un evento de caridad de la iglesia católica. |
Como cada vez que van a haber elecciones
en Estados Unidos, en América Latina se especula sobre el lugar que ocupa
nuestro subcontinente en las propuestas de los candidatos norteamericanos.
Algunos, los más preocupados, deshojan margaritas: ¿me quiere, no me quiere?
Otros, tal vez porque tienen poco qué hacer, llegan a contar las veces que se
nos menciona en los discursos, en los documentos y hasta en los chistes que,
necesariamente, tienen que contar los candidatos en los mítines para caer
simpáticos.
El hecho es que, luego de
especulaciones, conteos y cálculos, se llega a las mismas conclusiones: América
Latina cuenta poco en la aritmética imperial, y quienes son mencionados, de vez
en cuando, son aquellos que han sido catalogados como enemigos o miembros del
eje del mal, versión de la Casa Blanca de quienes, en los set de Hollywood, son
los malos de la película.
No puede faltar, entonces, en primer lugar
Cuba, y desde hace una década, Venezuela, que le derrama la bilis a Washington
por varias razones, entre otras por sus relaciones con Irán, otro diablo, sólo
que árabe, que los desvela.
¿Y todos los que se portan bien y hacen
las tareas como se debe? Nada de nada. ¡Oh decepción! Y ellos que corren a
ponerse en primera fila para tomarse la foto con el míster de turno. ¿Alguien
ha oído que se diga algo de Colombia, por ejemplo? No; ¿algo de Costa Rica?
Tampoco. No puede ser. Si ni siquiera se refieren a México, su vecino y socio
en eso del libre comercio, a no ser que se baraje la altura y el largo de la
muralla en la frontera para tratar de parar las oleadas de inmigrantes que se
abalanzan, desesperados, hacia los Estados Unidos por la situación económica y
de violencia imperante en su patria.
La campaña presidencial norteamericana,
mientras tanto, se pierde por otros trillos, es decir, por aquellos que
interesan a una potencia que pierde bríos y se encuentra enredada en los
mecates de la crisis económica.
Esos son los dos extremos de las
preocupaciones, las del frente interno y las del externo: ¿de dónde saldrá el
petróleo que abastecerá al voraz aparato industrial? ¿Cómo se contrarrestará la
influencia de otras potencias en las zonas “calientes” del planeta? ¿Sobre
quién recaerán los impuestos? ¿Quiénes podrán tener una cama de hospital y
quiénes no en el país del self made man?
Quienes ponen sus ojos en los Estados
Unidos pensando que de las elecciones emergerá algo diferente que implique a
América Latina directamente están totalmente errados. Si algo pudo haber
sucedido fue cuando se abrieron expectativas por la llegada de Barak Obama a la
Casa Blanca hace cuatro años. Pero pronto las esperanzas de quienes ponen a
depender nuestro futuro del “hágase” imperial se vieron truncadas: Obama no
solo era más de lo mismo, sino que es la carta del establishment jugando con el smart
power, que sale más barata y genera menos anticuerpos en el mundo. Con esa
bandera, el presidente norteamericano enfervorizó a las masas en el Cairo y en
Praga, e hizo especular sobre el rumbo de su política exterior en Honduras,
cuando en la Asamblea de la OEA se tomaron decisiones inéditas sobre Cuba.
Obama es el más simpático de los
candidatos actuales, eso sí. Es menos bruto que Romney que la saca del estadio
a cada rato, sin inmutarse siquiera, y se queda sonriendo a las graderías,
satisfecho, hasta que alguien le sopla al oído que metió la pata de nuevo y
sale a rectificar pero nadie le cree.
Es decir, que uno empieza a pensar si no
será cierto que cada pueblo se merezca el gobernante que tiene, y se pusiera a
especular sobre cómo sería Romney de presidente y empezara a buscar margaritas
para deshojarlas.
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