Atilio Borón / www.atilioboron.com.ar
El masivo apoyo popular a Chávez desbordó las calles de Caracas en el acto de cierre de la campaña. |
La batalla de Ayacucho,
librada el 9 de diciembre de 1824, selló el destino del imperio español en
América del Sur. El Gran Mariscal de esa heroica batalla, Antonio José de
Sucre, en su arenga final a los soldados pronunció las siguientes palabras: “de
los esfuerzos de hoy depende la suerte de América del Sur; otro día de gloria
va a coronar vuestra admirable constancia.” El próximo 7 de Octubre Nuestra
América se encamina hacia una segunda batalla de Ayacucho. Las elecciones que
se lleven a cabo en la República Bolivariana de Venezuela tienen, como el
heroico combate librado en tierras peruanas, una extraordinaria resonancia
continental. Un triunfo del presidente Hugo Chávez Frías fortalecería los aires
de renovación política, económica y social que recorren América Latina y el
Caribe desde finales del siglo pasado y que nos han permitido dar importantes
pasos hacia nuestra segunda y definitiva independencia. Su derrota, en cambio,
implicaría un fenomenal retroceso no sólo para Venezuela sino para los países
del ALBA y, además, para toda Nuestra América.
Las chances de un
desenlace tan desafortunado son muy bajas, pero no inexistentes. Casi la
totalidad de las encuestas, aún las más afines con la oposición, dan como
ganador a Chávez. El disenso viene a la hora de estimar el margen de su
victoria, que dependerá de factores circunstanciales propios de la jornada
electoral. Sobre todo, de la proporción de votantes que acudirá a las urnas,
cosa que puede verse afectada, por varios factores: el decaimiento del fervor
militante de los cuadros medios del chavismo que movilizan y organizan a la
base popular; el atosigamiento y la confusión intencionalmente sembrada por los
medios de la derecha que dominan el espacio público; la apatía luego de un
tenso y complejo período pre-electoral; el temor y la desactivación política
que provocan los permanentes ataques de Estados Unidos en algunos segmentos del
electorado e inclusive por algo tan aleatorio y ajeno a la lucha política como
el estado del tiempo.
Un 7 O que amanezca
como un día horrible y lluvioso puede hacer que algunos chavistas prefieran
quedarse en sus casas, dando por descontado el triunfo de Chávez; un bello día
cálido y soleado puede hacer que otros tantos decidan ir a disfrutar de algunas
de las bellísimas playas con que cuenta Venezuela. En ambos casos, el principal
perjudicado por la deserción ciudadana sería Chávez, desincentivado su
electorado de ir a votar por la certidumbre de la victoria de su líder,
proclamada, temerariamente por quienes se suponen que juegan a favor del
gobierno. Por eso Chávez ha dicho, con razón, que “nuestro peor enemigo es el
triunfalismo”.
Si la concurrencia a
las urnas de los chavistas suscita algunos interrogantes, la derecha en cambio
ha logrado solidificar un núcleo duro que está dispuesto a todo y que irá a
votar bajo cualquier circunstancia. Los 3.200.000 que participaron de la
interna que eligió a Capriles como candidato es un dato cuya importancia mal
podría ser subestimada. Ese núcleo duro no le alcanza para ganar, pero si para
librar una fuerte batalla. Para resumir: si el 7 O el multitudinario enjambre
de organizaciones populares del chavismo logra que sus bases sociales se
vuelquen en masa a las urnas el amplio triunfo de Chávez está asegurado.
Pero aparte de la tasa
de participación electoral, hay otros factores que también cuentan. En sus
últimos discursos el presidente ejerció una noble y valiente autocrítica en
relación a la gestión oficial, misma que podría haber desalentado a cierto
segmentos de sus seguidores. Sin embargo, a la hora de elegir entre avanzar y
profundizar por el camino de la Revolución Bolivariana –que ha construido un
país muchísimo más justo y democrático, dando esperanza a sectores que antes no
tenían ninguna- o retroceder y perder todo lo ganado, cosa que obviamente
ocurriría ante una eventual triunfo de Capriles, aún los desafectos e irritados
por algunos problemas de la gestión (como la inflación y la inseguridad, entre
otros) seguramente renovarían su confianza en el proceso bolivariano.
Saben, y si no lo saben
lo intuyen, que con el triunfo de Capriles se volvería atrás una página de la
historia y que Venezuela se convertiría en un nuevo protectorado de Estados
Unidos; que sus inmensas riquezas petroleras serían saqueadas sin pausa por el
imperialismo norteamericano, obsesionado por recuperar el absoluto control de
un elemento como el petróleo del cual grandemente depende el modo americano de
vida y su propia seguridad nacional. Esa y no otra es la verdadera misión de
las 14 bases militares estadounidenses que han construido un intimidatorio
cordón sanitario rodeando todo el territorio de la República Bolivariana y
perturbando el normal funcionamiento de sus instituciones democráticas. (Cabe
preguntarse: ¿cómo sería el proceso electoral norteamericano si el país
estuviera rodeado por 14 bases militares de un país hostil, que caracterizara
año a año a Estados Unidos como un santuario de terroristas?).
Saben también que se acabarían los programas
sociales que ciudadanizaron a millones de personas, que universalizaron el
acceso a la salud y la educación como jamás antes; que se reinstalaría la
corrupta partidocracia que gobernó a lo largo de casi todo el siglo veinte
sumiendo en la pobreza a millones en uno de los países potencialmente más ricos
del mundo y que los factores que dieron origen al “Caracazo” de 1989 serían una
vez más puestos en funcionamiento.
En el plano
internacional la derrota de Chávez alimentaría la contraofensiva del
imperialismo para aplastar el espíritu rebelde y la voluntad contestataria que
se apoderaron de muchos países de la región y que dieron lugar a la derrota del
ALCA en Mar del Plata en el 2005. A raíz de ello una noche negra descendería
sobre Nuestra América.
Por todas estas razones
decimos que las elecciones del próximo domingo tienen un significado histórico
análogo al que, en su momento, tuvo la Batalla de Ayacucho: de su resultado
depende el futuro de América Latina y el Caribe. Si el campo popular no es
consciente de su enorme importancia, la derecha y el enemigo imperialista lo
son y a plenitud. Por eso hace meses vienen pregonando que “habrá fraude”,
aunque el Centro Carter y el propio ex presidente Jimmy Carter hayan declarado
hasta el cansancio que el sistema electoral de la Venezuela bolivariana es uno
de los mejores y más transparentes del mundo, superior, recalcaba Carter, al de
los Estados Unidos.
Esto no es casual: el
coro desafinado de estos críticos -omnipresentes en toda la prensa hegemónica
de las Américas, en sus diarios tanto como en sus radios y canales de
televisión, todos repitiendo el mismo guión- no hace otra cosa que preparar el
clima ideológico que justifique el desconocimiento del resultado electoral, la
desestabilización política y eventual sedición de algunos grupos y regiones ni
bien el veredicto de las urnas ratifique el triunfo del Comandante Chávez.
La oposición
antichavista no está compuesta por competidores leales que comulgan con el
juego democrático. El propio Capriles fue uno de los energúmenos que intentó
tomar por asalto la embajada de Cuba en Caracas cuando el golpe de estado del
2002 para ajusticiar a los chavistas allí refugiados, algo que ni Videla ni
Pinochet se atrevieron a hacer durante sus respectivas dictaduras. Es difícil
que una coalición cuyo líder posee semejantes cualidades acepte hidalgamente el
previsible revés electoral. Por eso habrá que estar muy preparados, dentro y
fuera de Venezuela, para defender desde las calles y plazas y de inmediato el
triunfo obtenido por Chávez en el escenario institucional.
A nivel internacional
será necesario manifestar sin demora alguna la solidaridad de los movimientos
sociales y fuerzas políticas de izquierda con Chávez, y exigir a los gobiernos
de la UNASUR que comuniquen a los derrotados que cualquier intento de
desestabilización o golpe de estado condenaría a los golpistas al ostracismo y que
Venezuela en ese caso se convertiría en un paria internacional. No creemos que
sea necesario porque, insistimos, el triunfo de Chávez es un hecho. Pero sería
bueno adoptar una actitud de permanente vigilancia y movilización. Porque, como
lo recordaba sabiamente el Che, “a los imperialistas (y sus lacayos vernáculos)
no se les puede creer ni un tantico así”.
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