Los comicios presidenciales
tendrán lugar el 12 de octubre, día en que Estado Plurinacional de Bolivia
consagra desde 2010 a la “descolonización”, marcando el sentido de una
revolución que en nueve años de luchas democráticas resistió con inteligencia y
tenacidad a los poderes oligárquicos.
José Steinsleger / LA JORNADA
Cierre de campaña de Evo Morales en El Alto. |
El triunfo de Dilma
Rousseff en la primera vuelta de los comicios presidenciales de Brasil, la
cantada victoria de Evo Morales el domingo próximo en Bolivia, y la previsible
convalidación del Frente Amplio en Uruguay a finales de mes representan, desde
ya, una seria advertencia a las derechas que alucinan la vuelta sin escala al
modelo neoliberal, y las izquierdas que descreen de la madurez política
alcanzada por los pueblos de América del Sur.
Ni la crisis económica
mundial, ni la “desaceleración” de las economías de la subregión, ni las
programadas y deliberadas campañas desinformativas de los medios de
comunicación hegemónicos, ni la supuesta “fatiga” frente a gobiernos
prolongados, ni el “hastío” que supuestamente cuestionaría la permanencia de
líderes “muy visibles y presentes”, parecen refutar las premonitorias palabras
que el Che dedicó a Salvador Allende en su libro Guerra de guerrillas
(1961): “A S.A., que por otros medios busca lo mismo”.
En Brasil, Bolivia,
Ecuador, Uruguay, Venezuela, Argentina, Cuba, El Salvador y Nicaragua (donde la
autoridad se basa en el poder democrático manifiesto) América Latina atraviesa
por el mejor momento en 200 años de su historia republicana. Y aun cuando en
este universo circulen o conspiren minorías de distinta ideología que niegan
los hechos, es claro que por sobre el “deber ser” de la revolución, las masas
se hallan embarcadas en la construcción de opciones creíbles frente al viejo
desorden neoliberal y excluyente. Al fin de cuentas, cuando Marx empleó en El
capital el vocablo “revolución” fue para referirse a la técnica.
La democracia radical
toca las puertas de la Patria Grande, y a contramano de una “cultura
occidental” que ya nada puede ofrecer, porque dejó de soñar, el alma de la
Pachamama orbita la Tierra en el satélite Tupac Katari, que la
cooperación de China y Bolivia hicieron posible. Cuán lejos, entonces, aquella
bula papal de Alejandro VI a inicios del siglo XVI, que asentaba que los indios
no tenían alma, o cuando ciudad como Oruro eran bautizada con el nombre de
“Villa San Felipe de Austria” (1606). “Hoy –observó Evo– los indios estamos
demostrando que no sólo tenemos alma, sino conciencia política y capacidad para
construir un Estado y soñar”.
Atrás van quedando, por
fin, la época en que las premisas institucionales y políticas de Bolivia,
clonadas de Estados Unidos y Europa, traicionaban las tradiciones republicanas
y hacían de la democracia un ejercicio de compra y venta de sufragios.
“Igualdad” y “libertad” para pocos y una “fraternidad” que tras haber sido
concebida por primera vez en el siglo V aC por la mujer de Pericles, Aspacia
(para defenderse de los ataques oligárquicos), era echada al cajón de sastre de
los discursos ideológicos.
Dato no menor, los
comicios presidenciales tendrán lugar el 12 de octubre, día en que Estado
Plurinacional de Bolivia consagra desde 2010 a la “descolonización”, marcando
el sentido de una revolución que en nueve años de luchas democráticas resistió
con inteligencia y tenacidad a los poderes oligárquicos. Y sin caer en las
trampas que consideran al ciudadano sólo a partir de su aspecto racional,
sobrevalorando (por izquierda o derecha), las pautas de modelos democráticos
ajenos a su cultura y subjetividades.
En su afán de encasillar
o descubrir “categorías”, ciertas lecturas escolásticas porfían en diferenciar,
por ejemplo, el “populismo” de supuestas “izquierdas verdaderas” que no
contempla, según dicen, alianzas con la burguesía. Mientras que por su lado,
analistas de oposición aseguran que el Movimiento al Socialismo (MAS) de
Bolivia estaría incurriendo en “…una suerte de pragmatismo ‘infinito’ (sic)”, o
de ser un “…Godzilla político (sic) que no mide principios ni medios para
lograr su fin” (Iván Arias, Página 7, La Paz, 29/9/14).
Indiferente a los
oráculos del discurso seudoacadémico, Evo vuelve a tejer alianzas, y los
pueblos de Bolivia se aprestan a ir a lo suyo en la justa electoral en ciernes.
Los más optimistas adelantan que el primer presidente indígena del continente
podría alcanzar 65 por ciento de los votos, superando con creces el 54 de 2005,
acercándose al 67 del referendo revocatorio de 2008, y al 64 por ciento de su
relección en 2009.
¿A causa de qué? A causa,
precisamente, de la sostenida reducción de la pobreza, los profundos cambios
sociales y un crecimiento sostenido de 5 por ciento (2006-12). Y porque los
empresarios de la próspera y poderosa Santa Cruz, que ayer temían que Bolivia
se convirtiera en una “nueva Cuba” o en una “nueva Venezuela”, no quieren
permanecer al margen del boom económico del país.
Tras mucho pensar, el filósofo Jurgen Habermas (principal sobreviviente de la “teoría crítica” y exponente de la llamada Escuela de Francfort), arribó a una conclusión genial: dijo que sólo con un modelo de democracia participativa y una organización racional de los argumentos, es posible alcanzar un estado de mayor participación ciudadana. Evo Morales, hijo de la Pachamama, ya lo sabía.
Tras mucho pensar, el filósofo Jurgen Habermas (principal sobreviviente de la “teoría crítica” y exponente de la llamada Escuela de Francfort), arribó a una conclusión genial: dijo que sólo con un modelo de democracia participativa y una organización racional de los argumentos, es posible alcanzar un estado de mayor participación ciudadana. Evo Morales, hijo de la Pachamama, ya lo sabía.
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