Las elecciones en Brasil no son
importantes solo para ese país, son importantes para toda América Latina. De su
resultado depende, en buena medida, el rumbo que tome esta región en los próximos
años.
Rafael
Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
Alexandre Padilha, gobernador de Sao Paulo, Dilma Rousseff y Lula da Silva en el cierre de campaña del PT |
Antes, no era así: Brasil vivía de
espaldas a América Latina y lo que sucedía en él parecía no incidir, o incidir
poco, en el resto del continente. Eso se acabó desde que Lula fue electo
presidente; de ahí en adelante Brasil fue uno más, primus inter pares.
La presencia de un Brasil amigo de los
procesos nacional populares del resto del continente ha sido fundamental. Sin
él, probablemente otro gallo cantaría.
También lo ha sido su presencia y empuje
en los procesos de integración, en el apoyo en los momentos difíciles que se
han presentado en Ecuador, Bolivia o Venezuela.
La gestión del Partido de los
Trabajadores (PT) tiene luces y sombras
que están a la vista de todos. Posiblemente, lo peor de su lado oscuro es la
corrupción, y muchos brasileños la identifican con la gestión del PT.
Desde las clases medias le reclaman la
inversión multimillonaria en infraestructura para el Mundial de Futbol 2014 y
las Olimpiadas de 2016, mientras problemas acuciantes como el transporte,
infraestructura y la salud renquean.
Se trata, en buena medida, de una enorme
clase media a la que se le han sumado millones que en los últimos años, y
precisamente por las políticas impulsadas por el PT, han salido de la pobreza. Pero
es una clase media precaria, se dice, en el sentido que fácilmente podría
regresar a los niveles de ingreso y consumo de los que proviene. En este
sentido, se le achaca al PT que sostenga a esa clase media a través de
políticas catalogadas como asistencialistas. Con todo, que 42 millones de personas
accedan a la clase media es logro espectacular.
Sigue siendo, también, el país más
desigual en el continente más desigual: la pobreza más abyecta convive con la
riqueza más insultante. A pesar del espectacular crecimiento de la clase media
y de los millones que han salido de la pobreza, esa brecha no se ha reducido.
A pesar de todo ello, el Brasil del PT
hace esfuerzos descomunales que nadie más había hecho antes en ese país para
que las cosas estén mejor. No en balde, la nueva página del Instituto Lula, que
recién entró en funcionamiento en el mes de agosto pasado, en el contexto de
las elecciones 2014, se llama Brasil da
mudança, El Brasil del cambio. En su presentación, Lula puntualizó que
desde su llegada al poder en 2003 con el PT se edificaron más obras en este
país que en el siglo de mandato de la derecha.
El programa Bolsa familiar, a pesar de
las críticas de ser asistencialista, ha sacado de la pobreza a 36 millones de
personas. Se dice rápido pero es un logro extraordinario.
En educación es impresionante lo logrado
y lo que se avecina: en los últimos 10 años, Brasil aumentó en más del doble la
cobertura en educación superior. En la década de los 90, bajo el gobierno de
Fernando Henrique Cardoso (1995-2003), se disparó la enseñanza universitaria
privada, lo cual también hizo aumentar las matrículas. El gobierno de Lula
(2003-2011), en cambio, incrementó el acceso a las universidades públicas, que
en la actualidad llegan a 102, con más de 140 sedes en diferentes ciudades.
Durante su mandato se crearon en Brasil 14 nuevas universidades públicas.
Un estudio de Naciones Unidas divulgado
en 2009 dice que, anualmente, se graduaban 428 personas por cada 100.000
habitantes. El gobierno pretende triplicar esa cifra para el año 2020, con un
crecimiento anual de casi 11%. Para el mismo año se espera que el presupuesto
para ese sector sea el 7% del PIB, cerca del doble del actual.
Dilma Rousseff anunció en el 2011 la
creación de cuatro nuevas universidades públicas, 120 nuevas escuelas técnicas
y 47 campus universitarios de instituciones ya establecidas que se sumaron ya a
la red educativa de este país en el año 2014. Se establecerán dos universidades
en el estado de Bahía, una en Ceará y otra en Pará, con la idea de
descentralizar la educación y llegar a los sectores más pobres de la población.
Tanto para Brasil como para América
Latina, las elecciones del próximo domingo son cruciales. Posiblemente nadie
saque la cantidad de votos necesaria para ganar en la primera vuelta, pero en
la segunda, Dilma debe ganar para seguir por el camino trazado.
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