Una política más amplia
destinada a enfrentar las desigualdades en los diferentes aspectos de la vida
social, más allá de los ingresos, requiere de iniciativas complejas y
permanentes, tanto del Estado como de la sociedad toda. Ello reforzaría los logros obtenidos en el último
cuarto de siglo, a la vez que los ampliaría a diversos otros aspectos de la
realidad social.
Manuel Barrera Romero / Especial para Con Nuestra América
Desde Santiago de Chile
Las desigualdades son, actualmente, un tema de preocupación global. Las desigualdades
social/económicas en las sociedades nacionales modernas son una realidad que se
expresa en numerosos y variados aspectos
de la vida social. La comprobación de
que ellas están aumentando, en especial en materia de ingresos, tanto en los
países desarrollados como en los más pobres ha llamado la atención tanto de
cientistas sociales, como de políticos y de la opinión pública. Ello sucede en
países que tienen diferentes sistemas políticos y económicos, como en Asia
(China, India y otros), Europa, USA, África y América Latina.
En las
reflexiones en torno a la igualdad y la desigualdad, como categorías
antropológicas, se observa una distinción en su tratamiento de parte de los
autores que políticamente podrían adscribirse a un pensamiento de izquierda o
de derecha. Los primeros tienden a pensar que los seres humanos son más iguales
que desiguales, en tanto que los segundos se inclinan por considerar que ellos
son más desiguales que iguales. De ahí derivan consideraciones más específicas
acerca de la organización social y económica. Sin embargo, de esta discusión
está claro que los seres humanos son iguales en algunos aspectos y desiguales
en otros. También existe conciencia de que a fin de que prevalezcan los valores
de libertad, bienestar y paz, es conveniente favorecer acciones que tiendan a
generar condiciones sociales y económicas de mayor igualdad. Eso lo aprecian
las sociedades más civilizadas sin, por ello, desconocer la existencia de las
individualidades que aportan cuotas de desigualdad.
Dada las
numerosas y la muy variadas realidades en que las desigualdades
social/económicas suelen expresarse en las diferente sociedades, es conveniente
indicar que el ideal de “la igualdad en todo” es uno muy difícil de alcanzar.
En la historia de la humanidad se ha probado que, aparte de grupos pequeños,
los esfuerzos por eliminar las desigualdades han sido inútiles cuando no
contraproducentes. El ideal igualitario en las sociedades modernas procura
solamente atenuarlas. Actualmente nadie (casi) plantea “la igualdad de todos en
todo”. Se reconoce que los seres humanos comparten una base común, la de la
especie, pero que cada persona tiene, además, características singulares que lo
identifican como individuo. La agrupación social a la que pertenece cada
persona debe respetar tanto la base común como la individualidad. Una meta
maximalista sería especialmente utópica, sobretodo en las
sociedades del capitalismo moderno, que están organizadas de un modo marcadamente
estratificado.
El interés
por la igualdad en las democracias occidentales se remonta a la Revolución
Francesa, la que puso en paralelo liberté
con égalité. El tema general de la
igualdad, en la perspectiva antropológica, filosófica y política, se remonta a
los clásicos de la Grecia antigua. Reflexiones contemporáneas sobre la
dicotomía igualdad/desigualdad pueden verse en Norberto Bobbio; Derecha e Izquierda. Razones y significados
de una distinción política (Madrid: Taurus; 1996). Acerca de las relaciones
entre igualdad y libertad se puede consultar Ralf Dahrendorf; Sociedad y Libertad (Madrid: Editorial
Tecnos, 1966). Ambos con extensas
referencias bibliográficas.
Un reciente
estudio, con perspectiva histórica,
sobre la tendencia del capitalismo desarrollado a la desigualdad, con una
extensa base estadística, se encuentra en el libro de un economista francés.
Véase; Thomas Piketty; Capital in the Twenty-First Century (Harvard University Press;
April 2014. Traducción del francés por Arthur Goldhammer. Título en la versión
original: Le
Capital au XXI siècle). El autor describe las
grandes dinámicas que manejan la acumulación y distribución del capital desde
fines del siglo 18 a la fecha, en 20 países.
Una conclusión, de carácter general de este trabajo de investigación,
advierte que la “concentración extrema de los patrimonios amenaza los valores
de la meritocracia y de la justicia social de las sociedades democráticas”.
Otras palabras del autor: “Las desigualdades siempre han sido una fuente de
preocupación, pero lo nuevo en este libro es que reuní una gran cantidad de
datos históricos. Hasta hace poco, había relativamente pocas pruebas”.
Según el Premio Nobel y columnista de The New York Times, Paul
Krugman, el libro de Piketty “revoluciona nuestra manera de abordar las
disparidades económicas poniendo a los ricos en el centro del debate”. “Al
anunciar la llegada de un ‘capitalismo patrimonial’, esta obra va a cambiar la
manera en la que pensamos nuestra sociedad y la economía”, sostiene Krugman en New
York Review of Books.
Sin duda una investigación histórica como ésta, que prueba no sólo la
existencia de las desigualdades, sino también su amplitud, constituye una
poderosa motivación para generar políticas públicas tendientes a
disminuirlas. El autor aboga por
aumentar fuertemente los impuestos a los ricos. Sin embargo, es obvio que no es
posible aplicar iguales políticas en países de diferentes niveles de
desarrollo. El estudio de cada sociedad nacional es indispensable para el
diseño de acciones eficaces tendientes a disminuir las desigualdades en los
distintos planos en que ella se presenta.
En el
momento actual conviene informarse y estudiar las diversas medidas que en
diferentes países se están proponiendo o están ya en práctica a fin de
disminuir esta tendencia natural del mercado, que acentúa las desigualdades
económicas de las cuales se desprenden aquellas que llamamos “oportunidades de
vida”. El mercado por sí mismo, en el
actual esquema económico, sólo las exagera no las corrige. Y la globalización
las ha expandido a una escala planetaria. Es por ello que en un informe de
Oxfam al Foro Económico Mundial de Davos, se advierte que pronto viviremos en
un mundo donde la igualdad de oportunidades será sólo un sueño. Informe
titulado Oxfam:
85 richest people as wealthy as poorest half of the World; theguardian.com;
20 de febrero 2014.
En el contexto del
esquema económico dominante actualmente, hay quienes tienen una visión
pesimista la que pudiere ser, en muchos países, realista. Así, por ejemplo, el
autor Jeremy Seabrook, en The Race for Richess: the Human Costs of
Wealth; (Basingstoke:
Marshall Pickering, 1988; pp.168-169) dice: "Los pobres no viven en una
cultura diferente de la de los ricos. Deben vivir en el mismo mundo creado para
beneficio de los que tienen dinero. Y su pobreza es agravada tanto por el
crecimiento económico como por la recesión y la falta de
crecimiento."
Ésta no es una visión muy popular para tiempos de cambio de
gobiernos, donde el optimismo tiene, obviamente, más crédito. Sin embargo, hay
que tenerla en cuenta para calibrar con especial cuidado las dificultades que
cualquier propuesta igualitaria encontrará en el camino.
La preocupación por las desigualdades debe abrirse a otras áreas, aparte
de la distribución del ingreso. Ello ha ocurrido en los últimos años en
numerosos países con la desigualdad en el campo de las orientaciones sexuales
y, en menor medida, en el área de los pueblos indígenas y su relación con la
sociedad mayor. Sin embargo, en varios otros aspectos se han realizado avances
modestos tanto en el estudio como en
políticas públicas. Ello acontece en las áreas de las relaciones laborales, la familia, el acceso a
la salud, a la educación, el ámbito
territorial y otros.
Uno de los áreas en que las desigualdades se expresan con gran fuerza es
la territorial. No solamente las tremendas diferencias que se aprecian en
América Latina entre las ciudades
capitales y las otras, sino también al interior de cada localidad, incluyendo
la megaciudad capital.
En las urbes mayores de nuestros países el territorio está segregado
según criterios socioeconómicos. En Santiago de Chile, por ejemplo, la ciudad
se ha estructurado de modo que en el “barrio alto”, al oriente, viven los ricos
y los cuasi ricos. En las comunas
periféricas, al poniente, viven los pobres. Dado que estos dos grupos están
alejados por la geografía, pero se necesitan para su subsistencia, surgen los
problemas del traslado. Miles de personas viajan varias horas al día para ir de
la casa al trabajo y viceversa. La ciudad no se constituye como una unidad coherente
ya que ambos sectores difieren enormemente en la infraestructura que hace
posible una determinada calidad de vida en estos barrios. Para referirse a
situaciones como ésta decía el filósofo barcelonés Xavier Rubert de Ventós: “En
un mundo de diferencias tan grandes no puede crecer una ciudad. En un mundo que
se muere de hambre y otro que se muere de colesterol, la ciudad no es
posible”.
Dado que el tema es más amplio que el de las meras desigualdades de
ingresos algunos países han creado reparticiones públicas que se preocupan de
él. Es el caso, por ejemplo, del Estado italiano y su Ministero per le pari opportunité, el Ministerio para la Igualdad
de Oportunidades, cuya estructura administrativa es el Dipartimento per le pari opportunité que asiste al Ministro en la
preparación de las propuestas de leyes gubernamentales, en las intervenciones de coordinación de los
diversos organismos y en la representación ante los organismos internacionales.
También en Suiza existe un organismo público de carácter estatal y cantonal
encargado de la promoción de la igualdad. Como sucede en muchas otras
democracias la Constitución federal suiza consagra la garantía de los derechos
fundamentales y el derecho de igualdad entre los individuos. Ello es muy
importante ya que el régimen político consagra el referéndum popular
facultativo para la legislación, tanto a nivel federal como cantonal.
Una
política más amplia destinada a enfrentar las desigualdades en los diferentes
aspectos de la vida social, más allá de los ingresos, requiere de iniciativas
complejas y permanentes, tanto del Estado como de la sociedad toda. Ello reforzaría los logros obtenidos en el último
cuarto de siglo, a la vez que los ampliaría a diversos otros aspectos de la
realidad social. Uno de ellos es el importante tema de los valores culturales
elitistas y segregacionistas que impregnan la convivencia de las diferentes
clases, estratos, y grupos de amistad y ayuda mutua que estructuran la realidad
social, política y económica, especialmente en los países en desarrollo, como
los de América Latina.
Por otro lado, hay
que señalar que todas las políticas sociales exitosas ayudan a este propósito,
en especial aquellas destinadas a eliminar la pobreza y la pobreza extrema, así
como las políticas específicas de
educación, salud, vivienda, empleo, previsión social.
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