La suposición de que
estaríamos volviendo a una nueva guerra fría y con ella a una novedosa
bipolaridad Rusia-Estados Unidos, choca con la realidad de los últimos años que
ubica a China como un poder emergente que es imposible obviar, toda vez que se
ha ido transformando en el verdadero actor internacional que está retando la
hegemonía actual.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
Hace unos días,
exactamente el 2 de octubre pasado, el vicepresidente de Estados Unidos, Joe
Biden, afirmó que el gobierno del presidente Barack Obama obligó a los países
de la Unión Europea (UE) a imponer sanciones contra Rusia, con el objetivo de
contrarrestar la activa diplomacia de ese país en el conflicto interno de Ucrania. Con el mayor
desparpajo, Biden admitió que los países europeos "no lo querían hacer”
pero que esa decisión cuestionaría el
liderazgo de Estados Unidos, por lo que “el Presidente insistió”. De acuerdo a medios internacionales, en el
Foro John Kennedy, en la Universidad de Harvard, el vicepresidente explicó que
Obama se había visto obligado “…a poner a Europa en una situación embarazosa
para que asumiera el daño económico y obligara a pagar a Rusia".
La propia Secretaria de
Estado adjunta para Europa, Victoria Nuland, quien se hiciera famosa por su
expresiva oratoria cuando dijera “¡Que se joda la Unión Europea!” reiteró que
“… Washington reconoce que las sanciones impuestas contra Rusia afectan a las
economías europeas”.
Esto no sería sorpresa
cuando se trata de la política exterior de Estados Unidos, si no fuera porque
los países presionados son sus principales aliados en la Organización del
Tratado del Atlántico Norte (OTAN) la mayor alianza militar del planeta. Sin
embargo, como ya ocurrió cuando sus líderes fueron espiados por la potencia
norteamericana, los miembros europeos del pacto hicieron silencio y asumieron
sumisos esta nueva ofensa que se va transformando en forma habitual del
comportamiento internacional estadounidense.
Esta situación ha
llevado a algunos analistas a afirmar que el mundo se encamina nuevamente a una
estructura bipolar del sistema internacional, similar a la que existió en el
planeta hasta 1991. El desembarazo con el que Estados Unidos se vincula con sus
aliados hace alusión a una relación de subordinación más que a un lazo
horizontal entre sujetos similares.
Estados Unidos ha
obligado a sus socios europeos, además de Canadá, Japón y Australia a
establecer rígidas sanciones que sólo perjudican, -una vez más- a quienes
tienen una cercana relación de vecindad y una economía mucho más interconectada
con el gigante euroasiático. Eso no pareciera importarle mucho a Obama y su
gobierno.
En esa medida, la OTAN
teledirigido por Estados Unidos ha asumido la vanguardia en las acciones más
relevantes contra Rusia. A pesar que en el espectro mediático se hace alusión
con mayor fuerza a las medidas de carácter económico, el pulso del conflicto
viene dado, en realidad, por las decisiones de orden militar que colocan al
viejo continente en una verdadera encrucijada cuando se otea en el pasado el
recuerdo de las dos guerras mundiales que se desarrollaron durante el siglo XX
en territorio europeo sin que Estados Unidos haya sido involucrado en su
espacio continental, posibilitando con ello su consolidación como primera
potencia mundial.
Todo indica que las
medidas actuales apuntan a lo mismo, salir de la crisis, debilitando a sus
aliados, en primer lugar fortaleciendo el dólar respecto del euro y generando
economías debilitadas que necesiten de la “ayuda estadounidense”, frente al
“peligro de la expansión rusa”. El supuesto enemigo ha mutado su orientación ideológica
respecto del siglo pasado pero sus ambiciones de propagación mundial se
mantendrían incólumes según, lo advierten avezados analistas que dan pie a la
locura imperial estadounidense.
Así, la OTAN ha pasado
de un Secretario general incendiario como lo era el danés Anders Fogh
Rasmussen a otro brutalmente belicista,
el noruego Jens Stoletenberg, quien según Fidel Castro, destila odio en su
mirada, cuando intenta profundizar las condiciones de conflicto en el
continente, e incluso fuera de él, al asumir
de manera sumisa los dictados estadounidenses respecto de cómo manejar la
política contra Rusia. En uno de sus primeros viajes después de la asunción de
su nuevo cargo fue a Polonia para afirmar que la OTAN “puede desplegar sus
tropas donde quiera”, lo cual es violatorio de acuerdos internacionales
suscritos por la OTAN y Rusia. Sus declaraciones ponen en ascuas el derecho
internacional, de manera muy particular aquellos instrumentos que sostienen la
paz en las condiciones de transición del
mundo unipolar, echando más fuego a la hoguera que se ha prendido en Ucrania y
que por todos los medios se intenta apagar como lo atestigua la reciente
decisión del Presidente Putin de retirar las tropas que se mantenían en la
frontera entre los dos países.
Sin embargo, la
suposición de que estaríamos volviendo a una nueva guerra fría y con ella a una
novedosa bipolaridad Rusia-Estados Unidos, choca con la realidad de los últimos
años que ubica a China como un poder emergente que es imposible obviar, toda vez
que se ha ido transformando en el verdadero actor internacional que está
retando la hegemonía actual. El fortalecimiento de la alianza ruso-china
durante los últimos años se erige en un verdadero valladar a las
ambiciones de supremacía estadounidense.
En todo caso, si de
nueva bipolaridad se hablara, sería de una que en primera instancia tendría un
polo bicéfalo constituido por China y Rusia, tras del cual estaría el grupo
BRICS, estructurado a partir de países que juegan un real liderazgo en Asia,
África y América Latina. Junto a ello las dos potencias, han fortalecido la
Organización de Cooperación de Shanghái y la Alianza Euroasiática que se ha
crecido esta semana con el ingreso de Armenia. Asimismo, China y Rusia han
firmado un gigantesco acuerdo bilateral de comercio y cooperación económica
para los próximos 20 años, que además va a utilizar sus instrumentos monetarios
(el yuan y el rublo) como monedas de intercambio, en lo que podría ser el preámbulo de una
nueva era en que el dólar paulatinamente comience a ser dejado de lado como
dinero internacional para las transacciones económicas.
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