¿Quiénes son los ganadores y perdedores de seguir insistiendo en una
receta económica que falla una y otra vez, no crea empleos y deja multitudes de
excluidos? En silencio se desarrolla un drama de exclusión que envuelve a
vastos sectores del género humano que son impactados directa o indirectamente
por las consecuencias de la receta.
Bernardo Kliksberg * / Página12
¿Dónde está la
bonanza?
Frente al avance permanente de las innovaciones tecnológicas altamente
positivas para el género humano, y ante el deslumbramiento con las grandes
fortunas, se corre el riesgo de perder de vista lo que realmente sucede con la
economía mundial.
Un estudio reciente de la OIT, la OCDE y el Banco Mundial muestra que
el objetivo más importante de una economía –producir trabajos, y trabajos de
buena calidad, “trabajos decentes”, como los llama la OIT– no se está dando. La
economía mundial está creando pocos trabajos y aún muchos menos de calidad. Por
otra parte, los salarios están estancados, su porcentaje en el producto bruto
mundial cae y aumentan las ganancias de las corporaciones que se llevan una
parte cada vez mayor de los beneficios del incremento de la productividad.
En ese marco crecen sin pausa alguna las desigualdades, factor central
de las crisis.
Desde el 2010 el producto bruto mundial ha bajado su crecimiento, de
cinco por ciento anual, a sólo tres por ciento anual. Hasta la economía china,
motor universal, retrocedió de una expansión de dos dígitos en el 2010 a un
apretado siete por ciento este año. El comercio mundial, que aumentó un 12,8
por ciento en el 2010, después de la recesión del 2008/9, sólo creció 6,2 por
ciento en el 2011, 3,08 por ciento en el 2013 y 3,1 por ciento en el 2014.
La Eurozona, que aporta 13 por ciento del producto mundial, está
nuevamente al borde de la recesión. En el segundo trimestre de ese año, la zona
integrada por 18 países no registró crecimiento alguno, bajando del mínimo 0,2
por ciento alcanzado en el primer trimestre. Las economías de Alemania e Italia
se contrajeron un 0,2 por ciento, mientras que la de Francia no creció en
ninguno de los dos primeros trimestres. La deflación con sus consecuencias
recesivas es una amenaza grave. En julio, la tasa de inflación cayó a 0,4 por
ciento. Un año antes había sido 1,6 por ciento. La tasa de desocupación está en
11,5 por ciento. Más de 25 millones de parados. Se multiplican los contratos
basura sin futuro ni protecciones para los jóvenes. La economía de Estados
Unidos, con mejor desempeño, crecerá dos por ciento este año. La de Japón,
tercera potencia económica mundial, sólo 1,3 por ciento.
En ese marco de estancamiento económico, los precios de las materias
primas clave vienen cayendo, perjudicando directamente al mundo en desarrollo.
La receta no
funciona
Los hechos desmintieron terminantemente a las recetas económicas
ortodoxas. Llevaron al frenesí desregulatorio y a la explosión de las burbujas
especulativas que desataron la gran crisis económica del 2008/9. Actualmente se
hallan tras la recesión europea y la explosión de las desigualdades. Más allá
de cualquier calificativo, son simplemente “mala economía”. Donde se instalan,
destruyen empleo, inclusión y protección social.
El New York Times resumió editorialmente (20/9/14) el proceso de los
últimos años: “Cuando las economías avanzadas rescataron a los bancos globales,
apostaban erróneamente a que un sistema financiero restaurado impulsaría una
amplia prosperidad”. Agrega: “Cuando tornaron su foco de políticas hacia las
medidas de austeridad, la reducción del déficit y fuera de toda forma de
estímulos fiscales doblaron esa mala apuesta”.
Concluye: “El resultado ha sido prosperidad para unos pocos a expensas
de la mayoría”.
En eso sí ha sido excepcionalmente eficiente la receta ortodoxa, en
aumentar aceleradamente las desigualdades. No hay paragón.
Una investigación de la OCDE y de la Universidad de Utrecht (2014)
informa que la situación en términos de desigualdad es peor que en 1820, la
época del zar Nicolás y de la Compañía Británica de las Indias Orientales. En
esa época el coeficiente Gini que mide la desigualdad en la distribución del
ingreso era muy malo: 49. En el 2000 había subido a 66. En 1820 el país más
rico, Gran Bretaña, era cinco veces más rico que la nación promedio pobre.
Ahora el más rico es más de 25 veces más rico que el promedio de los pobres.
Según los estimados del Premio Nobel Krugman, en los ’60 los CEO
ganaban 30 veces lo que recibía la línea en Estados Unidos, ahora son 300
veces. Evoluciones similares se han dado en otros países avanzados. El 53 por
ciento de la riqueza generada en el mundo en los últimos veinte años ha ido al
uno por ciento más rico de la población mundial. El coeficiente Gini es
actualmente el más elevado de los últimos treinta años.
Trabajos recientes del FMI muestran que niveles bajos de desigualdad
están asociados con crecimiento más alto y más durable. Al contrario de lo que
supone la ortodoxia, una progresividad fiscal que busca equidad tasando más a
los sectores de altos ingresos y redistribuyendo hacia los de menores recursos,
crea en la base de la pirámide incentivos y oportunidades que dinamizan la economía
toda.
Los costos para la
gente
¿Quiénes son los ganadores y perdedores de seguir insistiendo en una
receta económica que falla una y otra vez, no crea empleos y deja multitudes de
excluidos?
Por un lado están los ganadores, el uno por ciento. Las 300 fortunas
mayores recibieron en el 2013, según un estudio de bancos suizos, una ganancia
promedio de 2000 millones de dólares. Frente a ellos, incluso el actor mejor
pagado de Hollywood, Robert Downey Jr., no tiene comparación alguna. Sus
ganancias fueron 75 millones de dólares.
Están los perdedores. En silencio se desarrolla un drama de exclusión
que envuelve a vastos sectores del género humano que son impactados directa o
indirectamente por las consecuencias de la receta. Ente sus expresiones
actuales:
1200 millones de personas están en la pobreza extrema, sobreviviendo
penosamente con menos de 1,25 dólar diario.
2800 millones de personas están por debajo de la línea de pobreza.
2400 millones carecen de una instalación sanitaria.
900 millones no tienen agua potable.
448 millones de niños tienen bajo peso y su crecimiento está
comprometido.
Todos los días mueren 18.000 niños por causas prevenibles derivadas de
la pobreza.
El 60 por ciento de los niños del mundo de 2 a 14 años sufren
violencia.
Más de 600 millones de mujeres viven en países donde la violencia
contra la mujer no tiene ninguna punición legal.
Crecen los refugiados climáticos. Entre 1970 y el 2000 los gases
contaminantes aumentaron un 1,3 por ciento por año, del 2000 al 2010, el
incremento se elevó a 2,2 por ciento por año.
Se puede hacer distinto. En América Latina queda mucho por hacer, pero
la pobreza se redujo del 2000 al 2013 del 40 al 25 por ciento. Los principales organismos
internacionales han recomendado muchos de los programas públicos que fueron
decisivos en estos resultados. Ante la insensibilidad frente al sufrimiento de
tantos, el papa Francisco reflejó una vez más el sentimiento colectivo cuando,
disertando ante el Consejo de Paz y Justicia, pidió (2/10/14) “profundas
reformas que provean la redistribución de la riqueza producida”, señaló que “el
crecimiento de la pobreza y la desigualdad ponen en riesgo la misma democracia”
y advirtió que “el derecho al trabajo no puede ser considerado una variable
dependiente de los mercados financieros y monetarios”.
* Presidente de la Red Latinoamericana de Universidades por el
Emprendedurismo Social.
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