Se ponen en juego electoral dos
proyectos que atraviesan América Latina y desafían al establishment, aunque
queden en entredicho por temas como seguridad y corrupción.
Alberto
López Girondo / Tiempo Argentino
Tabaré Vásquez y Lula da Silva: dos líderes políticos históricos de Uruguay y Brasil. |
El domingo se plebiscitan dos proyectos
políticos que atraviesan América Latina casi desde que este puñado de naciones
inició su vida independiente. Uno vinculado a clases dominantes y el otro, a
las grandes mayorías. En ambos casos, el núcleo político que desafía al
establishment es un conglomerado de partidos y sindicatos creados en el curso
de los últimos 40 años. En ambos casos, llegaron al gobierno luego de varios
traspiés electorales. El precio pagado, además, se hizo sentir e interpela en
términos ideológicos hacia el futuro.
El Frente Amplio es una construcción que
comenzó en Uruguay en febrero de 1971, cuando esta parte del mundo estaba
atravesada los embates de la Guerra Fría y los militares se formaban en la
Escuela de Panamá, donde la materia principal era la identificación del enemigo
como quien luchaba por los derechos sociales y las reivindicaciones populares.
Gran parte de los militantes del FA
fueron presos o debieron exiliarse durante la dictadura. Con el retorno de la democracia,
en 1984, y con su líder histórico Líber Seregni de candidato, nunca superó el
22 % de los votos. Escasos como para subir a la cima pero suficientes como para
dar testimonio. Dos veces fue candidato y dos veces perdió el médico oncólogo
Tabaré Vázquez, aunque el Frente seguía creciendo y en 2004 dio el batacazo:
ganó en primera vuelta con casi el 51 por ciento. Era la primera vez en 174
años que alguien por fuera de los tradicionales partidos ocupaba
democráticamente el gobierno. Un golpe difícil de asimilar para la derecha
uruguaya.
En Brasil la historia fue diferente. El
golpe militar de 1964 arrasó con lo que quedaba del Estado Novo creado por
Getulio Vargas en 1930 y los intentos progresistas de Juscelino Kubischek y
Joao Goulart de principios de los '60. Los viejos gremios ligados al varguismo
también se esfumaron en medio de un golpe feroz que había llevado a la cárcel a
líderes guerrilleros como la actual presidenta Dilma Rousseff o José Dirceu.
Eso evitó grandes conflictos gremiales
en los primeros años del régimen militar, pero a la vez facilitó la creación de
nuevos sindicatos, más influidos de propuestas socialistas y marxistas. En ese
marco fue ascendiendo en el cinturón industrial de San Pablo el liderazgo de un
joven e impetuoso dirigente metalúrgico, Lula da Silva, que por una de esas
casualidades del destino, había perdido parte del índice de su mano izquierda
en una prensa hidráulica en el mismo año en que se produjo el golpe.
Para 1980, Lula fundaba el Partido de
los Trabajadores, una herramienta política a la que se fueron adosando
dirigentes e intelectuales de izquierda que en muchos casos ya comenzaban a
retornar al país con la tenue apertura que permitía para entonces la dictadura.
En abril de ese año, Lula encabezó una huelga de 41 días en las fábricas
automotrices y terminó preso y procesado.
Otra vez la Guerra Fría se coló en la
historia de estos pueblos: en octubre de 1978 el polaco Karol Wojtyla había
sido ungido Papa. Indisimulable anticomunista, Juan Pablo II se reunía semanalmente
con el jefe de la CIA, William Casey, para analizar la situación detrás de
"la cortina de hierro". También comenzaban los tiempos del
neoliberalismo, de la mano de Ronald Reagan en Estados Unidos y Margaret
Thatcher en Gran Bretaña.
La gran apuesta de la agencia de
inteligencia –y de la Casa Blanca– era un líder también metalúrgico, aunque
polaco, Lech Walesa. El hombre había creado Solidarnosc (Solidaridad), y
dirigía las protestas contra el régimen comunista. Era el primer sindicato
opositor en un país del bloque soviético y la punta de lanza de la ofensiva
sobre la Unión Soviética que los estrategas de Washington encontraron para
perforar el mundo del socialismo real.
Walesa, católico militante, fue el
estandarte del "mundo libre" en contra de la "opresión
comunista". ¿Podía, en ese contexto, un aliado incondicional de Estados
Unidos como Brasil tener entre rejas a otro metalúrgico que reclamaba derechos?
Así fue como Lula fue liberado y terminó desprocesado.
Tras la primera ronda electoral luego del
retiro de los militares, el PT decidió que era hora de participar en la lucha
por el poder desde la democracia establecida. Tres veces se presentó Lula y
tres veces perdió contra candidatos de la derecha, en 1989, 1994 y 1998. El
sistema electoral pergeñado por los dictadores no dejaba demasiados resquicios
por donde llegar al gobierno. Como detalle a anotar, las últimas dos derrotas
del PT fueron ante Fernando Henrique Cardoso, del Partido de la Social
Democracia Brasileña (PSDB), un intelectual de fuste en los movimientos
progresistas de los '60 que debió exiliarse pero terminó siendo defensor del
modelo neoliberal tres décadas más tarde.
Fue en ese contexto que grupos internos
del PT, entre los cuales Dirceu fue quizás el más influyente, resolvieron aliarse
con sectores tradicionales para dejar de ser un partido testimonial. Fue así
que el Partido del Movimiento de la Democracia Brasileña (PMDB) se convirtió en
el principal socio del laborismo brasileño. El PMDB es la continuación del
movimiento "opositor" legalmente aceptado por el régimen militar y en
tal sentido resultó el ganador del primer comicio tras la dictadura, en 1985.
Sarney era el candidato a vicepresidente de Tancredo Neves, el abuelo de Aécio,
el mismo que ahora disputa la presidencia con Dilma. Pero Tancredo enfermó tras
la elección y murió antes de poder asumir.
Mediante la coalición con sectores
centroderechistas, el 1º de enero de 2003 por primera vez un obrero industrial
podría llegar al gobierno en un país americano. Pero allí comenzarían también
algunos de los problemas que arrastra esta nueva reelección para el PT. Dirceu
y encumbrados dirigentes del partido, entre ellos el tesorero, resultaron
acusados de pagos irregulares a partidos afines para sacar las leyes que
necesitaba el gobierno de Lula. La causa se inició en 2005 con la denuncia de
uno de los personeros de esos socios políticos y generó ríos de tinta en los
medios concentrados, entre ellos la revista Veja. Culminó con la condena de
todos ellos por la Suprema Corte, en 2012.
Cuando Dilma sucedió a Lula, en enero de
2011, sabía que el tema de la corrupción sería un asunto central en su gestión.
Por eso obligó a renunciar a todo funcionario que resultara acusado de no ir
por el camino correcto. De ese modo, se fueron siete ministros en el primer
tramo de su gestión. Todos de partidos aliados. Las condenas a Dirceu y al
presidente del PT José Genoino golpearon de lleno en el partido de Lula.
El tema de la corrupción fue, como se
esperaba, central en la campaña tanto en la primera vuelta como en la segunda.
Pero en ese sentido, nadie quedó exento de acusaciones, como la presidenta se
encargó de recordar en los debates televisados a su oponente, quien fuera
gobernador de Minas Geraes y a quien le caben también las generales de la ley.
En Uruguay, los avances que logró el FA
no se vieron manchados por denuncias y el inefable José Mujica, resistido por
algunos sectores de la sociedad en su momento debido a su pasado guerrillero y
sus gestos inusitados, deja el cargo con una imagen favorable del 80%, la misma
que tenía Lula cuando entregó la banda presidencial.
Tabaré, un socialista moderado, lleva
once puntos de ventaja sobre su inmediato perseguidor, el representante del
Partido Blanco Luis Lacalle Pou, hijo del ex presidente Luis Alberto Lacalle.
El tercero en discordia, Pedro Bordaberry, es hijo del dictador civil Juan
María Bordaberry, quien siendo electo presidente dio un golpe institucional en
1973.
Como eje de todas las campañas, aparte
de la corrupción y la inseguridad –en Uruguay hay también un referéndum por la
baja en la edad de imputabilidad– figura en lugar destacado la cuestión social.
Todos los opositores prometen dejar este esbozo de Estado de bienestar nacido
al calor de los gobiernos de Lula y el primer Tabaré. Todos se presentan,
también como "lo nuevo".
El recuento de esta historia muestra que
nada hubo de nuevo bajo el sol en Brasil y en Uruguay hasta los gobiernos del
PT y el FA. Pero que deberán renovar lo nuevo para que esa bandera no la
enarbole la derecha, vaciándola de contenido. Un gran porcentaje de los
votantes estaba en la escuela primaria cuando lo nuevo llegó al poder, tal vez
necesiten más persistencia en el mensaje para percatarse de cómo eran las cosas
antes. Y de cómo pueden volver a ser en cualquier momento.
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