Ha pasado la hora de la
convergencia de gobiernos de diferente naturaleza. Es la hora de la unión
organizada de las masas populares del Bravo a la Patagonia. Urge comprenderlo y
desplegar una línea de enérgica acción regional e internacional que,
manteniendo inalterable la exigencia del frente único, ponga especial énfasis
en que esa política sea claramente comprendida por las mayorías.
Luis Bilbao / Rebelion
Para quien no sea
panegirista del sistema es sencillo comprender la inédita magnitud de la crisis
del capitalismo mundial. Y quien tenga ojos puede ver que, ante la encerrona,
Estados Unidos se lanza a la guerra, arrastra hacia la hecatombe a sus socios
subordinados y, si se le permite, al mundo entero.
Crisis y guerra conllevan
certeza de revoluciones. Eso también es fácil de entender. Como lo es asumir
que América Latina ha ingresado en una nueva etapa, tras una década de dinámica
convergente y prevalencia antimperialista. La dificultad reside en saber qué
hacer de aquí en adelante.
Conviene desconfiar de
quienes tienen respuestas fáciles para problemas de extrema complejidad. Y más
aún de quienes creen que el conocimiento proviene de haber leído bien y
laboriosamente libros claves de la historia universal. Esa condición,
imprescindible, es insuficiente. Y cuando el poseedor de tal riqueza no lo
comprende, hace mucho más que el ridículo: aporta en su medida a los
innumerables riesgos presentes en la coyuntura internacional. El mínimo de
ellos es la contribución a la confusión del activo militante. Y nadie crea que
si su capacidad se reduce a un rápido artículo para difundir en algún portal de
internet, se exime de responsabilidad.
Estas obviedades tienen
vigencia dramática en la América Latina de nuestro tiempo. Con el nuevo siglo,
empujada por el torbellino subterráneo que estremece al sistema, comenzó una
fase de insurgencia antimperialista con Venezuela a la vanguardia y el
acompañamiento desacompasado de toda la región. Cupo a Hugo Chávez encabezar
ese momento de extraordinaria fecundidad. Una más de las dolorosas ironías de
la historia hizo que él muriera precisamente cuando ese proceso afrontaba un
doble desafío: de una parte, definiciones obligadas para pasar de la
acumulación cuantitativa al cambio cualitativo; de la otra, el esperable
contraataque imperial.
Todavía en la plenitud de
su vigor estratégico, Chávez tuvo oportunidad de comprobar la más peligrosa de
las amenazas al fenómeno histórico en marcha: la desigualdad de las realidades
políticas en cada país al sur del Río Bravo, irresoluble en lo inmediato.
Impulsados por una fuerza
hasta entonces invisible, proveniente de las profundidades del conjunto social,
elencos gobernantes de las más diferentes naturalezas y características
tendieron a aunarse en torno a tópicos hasta poco antes impronunciables. Se
impuso así un lenguaje genéricamente antimperialista, incluso con resonancias
anticapitalistas, resumido en la noción de unión latinoamericana.
Esto era, de por sí, un
paso de gigantescas proyecciones potenciales. Así se hizo sentir en todo el
mundo, con Chávez como embajador de la buena nueva. Pueblos remotos del planeta
vieron en el comandante la encarnación de lo que anhelaban.
En no pocos casos esto
dio lugar a la emergencia de equipos gobernantes que asumieron a plenitud la
estrategia resumida en la consigna “socialismo del siglo XXI”. No faltaron,
tampoco, quienes vieron la oportunidad de obtener el respaldo político del que
carecían apresurándose a ubicarse bajo el generoso paraguas de “la Patria
Grande”. En medio quedaron multitudes en tránsito sin brújula y, va de suyo, al
otro lado se abroquelaron las fuerzas conservadoras de la región, con los
centros imperiales detrás.
Tamaña desigualdad y la
correspondiente amenaza reclamaban una combinación virtuosa. En un pujo de
extraordinaria lucidez y coraje, Chávez le puso nombre al instrumento que podía
bregar por ese objetivo: una instancia de unión superadora de las fuerzas
revolucionarias en todo el mundo; la articulación orgánica de las fuerzas
convencidas de que la alternativa es socialismo o barbarie: una Vª
Internacional. No fue posible en ese momento. Nunca como en ese caso fue tan
mal comprendido en su visión estratégica el presidente fallecido. Nunca como en
este caso quedaron al trasluz debilidades ideológicas e incapacidades para la
acción de las izquierdas a escala mundial, sin excluir señeras vanguardias de
largo aliento. Las escasas dirigencias que sí comprendieron y apoyaron la
empresa, son hoy un acervo invalorable para el futuro inmediato.
Revolución y contrarrevolución
Como sea, el hecho es que
lejos de combinarse positivamente, la desigualdad se acentuó y las partes
blandas en el proceso de convergencia fueron presa de otro doble juego de
fuerzas: la reaparición multiplicada de la crisis estructural capitalista y la
respuesta de las masas frustradas en sus expectativas.
A la fecha esa tenaza
amenaza a los gobiernos centristas-oportunistas y plantea un cruce de caminos
de sentidos potencialmente inversos para países clave de la región:
radicalización revolucionaria de las masas que arrasen a los gobiernos
atrapados en la defensa del capitalismo; o, por el contrario, victoria política
de la ultraderecha proimperialista con respaldo en franjas significativas de la
población, incluidos sectores de trabajadores, desocupados y clases medias
bajas, conquistados a partir de la frustración vivida en el último período.
Si bien el potencial
revolucionario de las masas está acrecentado en más de un sentido, corresponde
tomar nota de que la ultraderecha utiliza con sagaz osadía las debilidades
ideológicas de la clase trabajadora y los aparatos sindicales en los que la
mayoría está atrapada, para ganar espacio y arrastrarla tras una perspectiva
fascista. La Internacional Parda trabaja con eficacia en toda la región.
Socialcristianismo y socialdemocracia arriman leña a esa pira medioeval.
En resumen, puede
afirmarse que revolución y contrarrevolución disputan en esta coyuntura la
conducción estratégica de las masas latinoamericanas, con todo lo que esto
significa para el curso eventual de la crisis mundial.
En esta confrontación de
alcance histórico el infantoizquierdismo –tradicional forma política del
dogmatismo– significa un peligro mortal. Simétricamente, ocurre lo mismo con la
eventual conducta de gobiernos revolucionarios y partidos de gran proyección
que confundan la obligada flexibilidad con pragmatismo inmediatista. Va de suyo
que todo gobierno revolucionario debe buscar alianzas, por mínimas y endebles
que sean, con gobiernos que, comprometidos en la defensa del capital, por
exigencias internas esgrimen un discurso engañoso, evidentemente hipócrita, que
no obstante los coloca en cierta medida y determinados momentos por fuera del
alineamiento automático con Washington. Esa obligada flexibilidad
táctico-estratégica en la búsqueda del frente único, se transforma en lo
contrario cuando el pragmatismo lleva al abandono de vectores estratégicos
fundamentales, lo que a corto plazo redunda forzosamente en distanciamiento de
las masas.
Allí también la cantidad
(de concesiones imprescindibles para mantener un bloque contra la hegemonía
estadounidense, siquiera en cuestiones puntuales) puede transformarse en
calidad (abandono de los objetivos revolucionarios vitales y consecuente
contradicción creciente con las necesidades y exigencias inmediatas de las
masas).
Esto han de tenerlo en
cuenta, so pena de muerte, gobiernos y grandes fuerzas políticas con
enraizamiento social: las masas podrán eventualmente recuperarse de derrotas
infligidas por errores que las lleven a encolumnarse tras dirigencias
procapitalistas como si fueran propias; pero partidos y gobierno que yerren
ante tal desafío serán irremediablemente condenados. En ese punto está ahora la
región.
Revolución en la revolución
Nadie podría soslayar
este cuadro mundial y regional al considerar los cambios de gobierno y las
rectificaciones de orientación que el presidente Nicolás Maduro anunció el 2 de
septiembre, detallados en esta edición de América XXI . Esos cambios tienen
tres objetivos explícitos, dos de ellos inseparables: trasladar el poder
efectivo a las organizaciones de masas y acabar con los restos del Estado
burgués; el tercero, reordenar las capacidades de los cuadros principales para
ejercer con eficiencia las tareas de gobierno.
“Acabar con los restos
del Estado burgués”… se dice fácil. Y es verdad, como apuntan desde la
izquierda voces críticas –significativamente multiplicadas a partir de ese
momento– que la mera enunciación no cambia la realidad venezolana ni resuelve
uno solo de los mil problemas urgentes que acosan a la sociedad. Pero ¿qué
decir de quienes desconocen la significación trascendental de plantar ante el
mundo semejante objetivo? No hay en el planeta un solo gobierno, un solo
partido, comprometido con semejante programa. Su sola afirmación es una bandera
estratégica más allá de las fronteras venezolanas y se convierte en estandarte
para todo proyecto anticapitalista. Quienes lo soslayan difícilmente puedan
reclamar para sí la condición de vanguardia revolucionaria. Quienes se oponen,
digan lo que digan, están simplemente al otro lado de la barricada.
No basta apelar a El Estado y la revolución, el célebre
folleto de Lenin. De una parte, porque la Revolución Bolivariana tiene rasgos
distintivos fundamentales respecto no sólo de la Revolución Rusa, sino de las
sucesivas victorias anticapitalistas desde entonces. (La militancia debería
estudiar la polémica desatada a partir de la afirmación de Stalin según la cual
las diferencias en cada país son, apenas, “una verruga en el rostro” de la
revolución mundial). La diferencia más evidente, aunque probablemente no la más
trascendental a largo plazo, es que la asunción del gobierno revolucionario no
implicó la destrucción violenta del Estado previo y, mucho menos, de la Fuerza
Armada que, por el contrario, se sumó a la revolución. De otra parte, es
preciso asumir a Venezuela, en sentido lato, como provincia de vanguardia de la
unión latinoamericano-caribeña o Patria Grande. Reaparece aquí el problema del
desarrollo desigual en la radicalización antimperialista de la región. Los
cultores del “socialismo en un solo país” suenan hoy más patéticos que nunca,
incluso antes de observar que para sostener sus posiciones invocan las ideas de
León Trotsky: pretenden el socialismo en una sola provincia.
El conjunto de
resoluciones anunciadas por Maduro es un plan de acción adecuado a la realidad
venezolana para abatir los restos amenazantes del Estado burgués, entendido en
este caso, siempre según Lenin, como “aparato burocrático”. Esto, desde luego,
no supone de antemano un desenlace exitoso y enseguida se verá cuál es la
fuerza principal que amenaza el resultado.
Como sea, siete Consejos
Presidenciales Populares de Gobierno y un Consejo integrado por seis
vicepresidentes constituyen un plan de articulación de inusual amplitud, que
democratiza el poder sin desmedro de la imprescindible centralización del
Estado en transformación.
Rafael Ramírez fue
designado Canciller y vicepresidente para la soberanía política. Aparte la
acción exterior de la revolución, Ramírez tiene la responsabilidad sobre cuatro
ministerios (Comunicación, Interior, Despacho de la presidencia –implica
seguimiento de la gestión pública– y Defensa). Esta función equivale al corazón
del aparato del Estado. Al designarlo Maduro subrayó que a Ramírez cabe la
responsabilidad mayor en la tarea de acabar con el Estado burgués. No por
acaso, a la burocracia tradicional se la ataca también mediante una secretaría
especial (Autoridad única de trámites y permisología), a cargo de Dante Rivas y
con la tarea de acabar con el laberinto kafkiano de la administración
venezolana. El ariete restante se expresa en el cambio de Elías Jaua de la
Cancillería al ministerio de Comunas y Movimientos Sociales: fortalecer el
poder comunal es la contraparte inseparable de la lucha contra la burocracia
del Estado burgués.
Quienes multiplican
presunciones sobre estos cambios y a partir de ellas sacan conclusiones
atrabiliarias, confunden la envergadura de este debate con intercambios de
novedades en la peluquería y se impiden comprender lo que está en curso en
Venezuela.
Es arbitrario dudar
acerca de la voluntad de hacer vigente el poder efectivo de las masas, lo cual,
junto con el fortalecimiento sistemático de las milicias populares, constituye
el corazón conceptual de la teoría leninista en El Estado y la revolución , a
condición de tener en cuenta que la abolición del capital es una tarea sólo realizable
a escala internacional, con punto de apoyo en por lo menos la mayoría
hegemónica de la región.
Enemigo invisible
Resta decir que la más
grande amenaza contra los propósitos de la dirección revolucionaria
político-militar en Venezuela es la ley del valor . Esa fuerza invisible y
poderosa dimana del funcionamiento normal del sistema cuando el proceso de
producción y distribución está hegemonizado por el capital. No depende de la
voluntad de tal o cual funcionario y, por el contrario, se impone a ella en 99
de cada 100 casos. Ningún recurso administrativo o político puede eludir el
resultado cuando esa ley gravita al punto de ordenar la producción, la
distribución y el conjunto de la vida social.
Aunque no resulte
fácilmente perceptible, en Venezuela se ha avanzado mucho tras el objetivo de
quebrar esa hegemonía. No obstante, ninguna ventaja será suficiente –mucho
menos irreversible– mientras no se transponga el punto a partir del cual la
producción y la vida social dejen de regirse por el valor de cambio, por el
trabajo asalariado en función de la plusvalía.
Urgencias
En simultáneo con el
agresivo despliegue de la Otan en el Este europeo, las guerras en Medio Oriente
y la conflictividad creciente contra Rusia y China, de ominosos presagios,
Estados Unidos avanza a marcha forzada en América Latina para acabar con
gobiernos capitalistas que no le responden automáticamente. Los golpes de
Estado en Honduras y Paraguay se complementan con campañas para demoler
liderazgos centristas y reemplazarlos por agentes directos de Washington. Basta
un vistazo panorámico sobre las elecciones en curso este año y el próximo para
concluir en qué punto está esa contraofensiva.
Ha pasado la hora de la
convergencia de gobiernos de diferente naturaleza. Es la hora de la unión
organizada de las masas populares del Bravo a la Patagonia.
Urge comprenderlo y
desplegar una línea de enérgica acción regional e internacional que,
manteniendo inalterable la exigencia del frente único, ponga especial énfasis
en que esa política sea claramente comprendida por las mayorías. Urge enfrentar
la escalada política del fascismo camuflado de democracia. Urge trabajar para
que el descontento creciente se transforme en insurgencia anticapitalista y
encamine la transición del caos actual a la sociedad socialista.
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