Es importante para
América Latina que las fuerzas de izquierda cada vez articulen mejor sus
proyectos y acciones, reconociéndose, al mismo tiempo, como diversas y
plurales. También ha sido importante la denuncia del peligro que representaría
para la región el retorno de las derechas tradicionales.
El Foro de Sao Paulo,
fundado por el Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil, en 1990, inauguró la
convergencia de propósitos entre un amplio espectro de partidos y movimientos
de izquierda en América Latina. Sobre esa identidad, la semana pasada se
realizó en Quito el ‘Primer Encuentro Latinoamericano Progresista. Las
Revoluciones de la Patria Grande: retos y desafíos’ (ELAP), que reunió a 37
organizaciones partidistas de una veintena de países de América Latina, algunos
de Europa, y a 30 personalidades mundiales.
En el documento final
titulado ‘Declaración Latinoamericana por la Segunda Emancipación’ las
organizaciones participantes resuelven apoyar las transformaciones que ocurren
en América Latina, convocan a profundizar la democracia y los cambios,
promueven la construcción de una ‘agenda propositiva y renovada de izquierda
progresista’ que fortalezca la integración regional y una nueva articulación de
izquierda que responda a la actualidad, alertan del ‘peligro inminente que
supone una contraofensiva de derecha o restauración conservadora’, denuncian
los abusos del capital transnacional así como las agresiones imperialistas, y
toman posiciones en apoyo a varias de las causas latinoamericanas sobre sus
recursos, la paz, en contra del neocolonialismo, a favor de Cuba y las
reivindicaciones anticoloniales en Puerto Rico y sobre las Malvinas.
Es importante para
América Latina que las fuerzas de izquierda cada vez articulen mejor sus
proyectos y acciones, reconociéndose, al mismo tiempo, como diversas y
plurales. También ha sido importante la denuncia del peligro que representaría
para la región el retorno de las derechas tradicionales. En Ecuador ellas
buscan desmontar el modelo económico vigente, acabar con el ordenamiento
jurídico y con la nueva institucionalidad estatal, así como derrumbar la
Constitución de 2008.
Pero el peligro de ese
avance restaurador dependerá no solo de su capacidad para articularse, tener
éxito político y triunfar electoralmente, sino también de los límites que los
gobiernos de la Nueva Izquierda demuestren en cuanto a dar continuidad y
profundidad a las transformaciones revolucionarias.
Aunque Ecuador puede
exhibir logros verdaderamente históricos en lo referente a la cuestión social,
es evidente que la ciudadanía demanda mayor profundización en los cambios
democráticos, por lo cual no cabe minimizar la movilización de los trabajadores
del 17 de septiembre en Ecuador y no advertir en ella un síntoma de presencia
popular. Ha obrado negativamente contra el Estado ecuatoriano el drama por el
inconcebible trato judicial que se ha dado a estudiantes de colegios quiteños,
que a su vez han sido víctimas de la irresponsabilidad de quienes quisieron
convertirlos en ‘combatientes populares’. Y la acumulación de críticas
honestamente hechas, pero no atendidas, es posible que también actúen contra un
proyecto político que, con el Gobierno del presidente Rafael Correa, abrió, sin
duda, un nuevo y esperanzador ciclo histórico para Ecuador.
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