Algo se está moviendo en los Estados
Unidos respecto a Cuba, y es bueno que así sea, sobre todo pensando en la
posibilidad que, después de la decepción de los estadounidenses con la
administración actual, bien podríamos calarnos en el futuro con ocho años, o
cuando menos cuatro, de un gobierno de los republicanos en el que las
esperanzas de que las cosas cambien serían más remotas aún.
Rafael
Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
El embargo decretado por los Estados
Unidos a Cuba dio inicio hace exactamente 54 años este próximo domingo 19 de
octubre. Las consecuencias económicas para la isla han sido monumentales: más
de un billón de dólares en pérdidas, según cálculos hechos en La Habana, además
de todas las consecuencias colaterales, para nada despreciables, que se
derivaron para una país que, antes de la Revolución, tenía uno de los más
estrechos vínculos de dependencia con los Estados Unidos en América Latina y el
Caribe.
Reiteradamente, la Organización de
Naciones Unidas lo ha condenado, año con
año, con votaciones aplastantes en las que solo se oponen los mismos Estados
Unidos, su socio incondicional Israel y alguna que otra isla del Pacífico no
mayor a los 50 kilómetros cuadrados.
A pesar de ello, los Estados Unidos se
han mantenido imperturbables en una política que, a todas luces, no ha cumplido
el cometido para el cual se ideó: el defenestramiento de la Revolución Cubana.
A lo más que han llegado es a su “flexibilización” en el gobierno de Jimmy
Carter, pero de ahí en más ni siquiera Barak Obama, en quien tantos pusieron
tantas esperanzas, y del que incluso Fidel Castro se expresó positivamente, ha
ido más lejos.
En que esta situación prevalezca tiene
mucho que ver el núcleo duro del lobby
cubano-americano afincado originalmente en Miami, y que tiene a algunos de sus
más eximios representantes en el Congreso de los Estados Unidos. La posición
intransigente que mantiene va, incluso, a contrapelo de la opinión mayoritaria
de sus congéneres de Miami, quienes en varias encuestas han manifestado su
apoyo al levantamiento del embargo que, de una u otra forma, también les afecta
a ellos al restringir sus posibilidades de viajar a la isla para visitar
familiares.
Recientemente, sin embargo, hemos podido
detectar algunos hechos que, tal vez, pueden ser interpretados como “señales”
en una dirección contraria a la que ha prevalecido. Tanto el diario Washington Post como el New York Times han editorializado
manifestándose a favor de su levantamiento. El segundo argumentó que era
“tiempo de acabar con el embargo”,
considerando que “sería sensato que el líder estadounidense (se refiere
a Barak Obama) reflexione seriamente sobre Cuba, donde un giro de política
podría representar un gran triunfo para su gobierno".
Más recientemente, el Secretario de
Estado John Kerry, haciendo un llamado para una acción internacional conjunta
para combatir el ébola en África, mencionó explícitamente a Cuba como ejemplo
de cómo un país “de apenas 11 millones habitantes”, había enviado un
contingente que estaba tratando de ayudar a paliar la enfermedad in situ. Una
declaración de este tipo, de pedestre sentido común, no debería ser resaltada,
de no ser porque el mismo Presidente Obama se ha referido despectivamente a
este tipo de misiones cubanas como “diplomacia médica”.
Tales señales no necesariamente deberían
apuntar a la situación del embargo y su flexibilización o supresión. En el
horizonte mediato se encuentra la Cumbre de las Américas, que se realizará en
Panamá en abril del año entrante, reunión de la OEA en la que cada vez se
escuchan más voces que claman porque no se excluya a Cuba.
En este sentido, tambien podría tratarse
de una táctica de la administración norteamericana para crear una atmósfera
positiva que llevara a que los Estados Unidos no se vieran atropellados en caso
que ese clamor aumentara y tuvieran que ceder ante una eventual invitación para
que la isla estuviera presente en Panamá.
Independientemente de lo hasta ahora
constatado, pareciera que algo se está moviendo en los Estados Unidos respecto
a Cuba, y es bueno que así sea, sobre todo pensando en la posibilidad que,
después de la decepción de los estadounidenses con la administración actual,
bien podríamos calarnos en el futuro con ocho años, o cuando menos cuatro, de
un gobierno de los republicanos en el que las esperanzas de que las cosas
cambien serían más remotas aún.
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