Son infinitos los hitos
alcanzados en este periodo desde aquella victoria de Evo Morales a fines del
2005 cuando sorprendió a propios y extraños irrumpiendo con su instrumento
político (el MAS) representando a una mayoría plebeya y subalterna durante
décadas neoliberales y siglos de neocolonialismo.
Alfredo Serrano Mansilla / ALAI
Cualquier contienda
electoral presidencial que tenga claro ganador a la vista siempre es concebida
como una cita menos emocionante que aquella en la que todo se define en un
reñido conteo, voto a voto, donde el suspense persiste hasta el último minuto
de juego. Si las elecciones fuesen tratadas como cualquier reality show,
entonces, la cita electoral del próximo 12 de octubre en Bolivia pasaría
desapercibida porque ya todos saben quién va a ser el ganador por auténtica
goleada. Tal vez, desde esta frívola mirada, lo único que realmente podría
llamar la atención en las casas de apuestas es saber por cuánto va a ganar Evo
Morales; por 40 o 50 puntos; o si supera su propio record en 2009 (64,2%).
Pero menos mal que la
política supera esta visión tan habitual en la prensa hegemónica siempre que su
candidato predilecto pierde. Ninguno de los candidatos opositores tendrá los
votos suficientes para disfrutar de la cuota de pantalla que muchos estarían
encantados en concederles. Ni el aspirante neoliberal que aún presume de ello
(Tuto Quiroga), ni el neoliberal escondido como candidato centrista (el
multimillonario Doria Medina), ni el centrista camuflado de progresista del
siglo XXI (el ex alcalde y ex aliado del MAS, Juan del Granado), ninguno de
ellos son capaces de encarnar una oposición creíble frente a un proyecto que ha
transformado al país de punta a punta.
En contraposición al
desinterés internacional en esta cita electoral, el pueblo boliviano sí que
está muy atento e ilusionado con lo que pueda pasar en las urnas. Para la
mayoría social, está en juego un proceso de cambio, un cambio de época
posneoliberal. Ni siquiera se han alcanzado nueve años de gobierno de la
Revolución Democrática y Cultural, y ya se puede afirmar simbólicamente que
Bolivia disfruta de su década ganada después de varias décadas perdidas. Es una
década ganada que realmente constituye una época ganada gracias a la
consolidación de un nuevo sentido común, ni importado ni impuesto desde el
exterior, sino un sentido común de época abolivianado, forjado desde adentro,
desde su propia epísteme, en el que se proclama el Vivir Bien para todos, sin excepciones.
Es una época ganada no exenta de todas las contradicciones y tensiones propias
de un proceso de cambio; como índica siempre su Vicepresidente Álvaro García
Linera, lo ideal es que estas tensiones sean siempre tensiones creativas,
permitiendo seguir hacia delante con nuevas respuestas frente a las nuevas
demandas venideras.
Son infinitos los hitos
alcanzados en este periodo desde aquella victoria de Evo Morales a fines del
2005 cuando sorprendió a propios y extraños irrumpiendo con su instrumento
político (el MAS) representando a una mayoría plebeya y subalterna durante
décadas neoliberales y siglos de neocolonialismo. El proceso se inició con una
refundación constituyente que acabó, después de muchos obstáculos, con una
nueva carta constitucional marcando las normas de convivencia para un pacto
social diferente a aquel que siempre se venía haciendo por arriba ignorando a
los de abajo. Evo Morales comenzó un proceso acelerado de reapropiación de los
sectores estratégicos que habían sido expropiados durante la larga noche
neoliberal descapitalizando y desangrando a la riqueza del país. La
redistribución del excedente económico se fue constituyendo como condición
necesaria para redefinir el nuevo régimen de acumulación. Poco a poco, el
Estado dejaba de ser aquel heredado Estado Aparente. Gracias a la innegociable
defensa de que los recursos naturales bolivianos son de y para los bolivianos,
se ha venido aplicando un conjunto de políticas sociales que van saldando la
deuda social del pasado. Para este proceso liderado por Evo Morales, los
cambios del largo plazo son sólo viables cuando se solventan lo más rápido
posible todas las urgencias que sufre la población; el padecimiento social no
puede ni debe tener paciencia.
Hacia fuera, Evo
Morales siempre entendió que cualquier proceso de cambio adentro requiere de
otra forma de inserción en el mundo; no hay transformación adentro que se
sostenga si ésta no es combinada virtuosamente con una nueva forma de
relacionarse con el mundo, rescatando plenamente la condición de soberanía. En
este sentido, Evo Morales tuvo siempre una actitud valiente y decidida, como
por ejemplo en el rechazo de los tratados de libre comercio y tratados
bilaterales de inversión y la objeción al CIADI (dependiente del Banco Mundial).
Estas medidas vinieron además acompañadas de otra premisa clave: sólo con una
alianza supranacional regional vigorosa se podría resistir al capital
transnacional. Y así fue como Bolivia se fue anclando en el Sur latinoamericano, siendo parte del
ALBA, acercándose a Mercosur, participando activamente en UNASUR y CELAC,
acabando por ser el país que preside el grupo del G77+China, logrando
conquistar progresivamente su emancipación económica y política.
Todo este combinado de
avances, cambios y mejoras, de humanización y democratización de la economía,
de reapropiación de lo propio, de enaltecimiento de la soberanía, de resituar a
Bolivia en el mundo, todo este nuevo paradigma en construcción es lo que
justifica que no haya incertidumbre a la hora de votar. Evo Morales seguirá
gobernando con amplio respaldo popular porque la mayoría está decidida a que
este proceso sea irreversible para que esta época ganada sea duradera.
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