Aunque las crisis en
Medio Oriente y Ucrania se roban los titulares mediáticos, son apenas los
emergentes de un movimiento telúrico mucho mayor: el nacimiento de un nuevo
orden mundial pos-estadounidense, centrado en Asia, en base a la triple alianza
China-Rusia-India.
Raúl Zibechi/ ALAI
Uno de los núcleos del
colonialismo y del imperialismo, consiste en prohibirle hacer a los países
periféricos lo que acostumbran hacer los países del centro. Cuando eso ya no
funciona, es porque el viejo orden centrado en la relación centro-periferia
está dando paso a nuevas relaciones internacionales.
Las mismas potencias
occidentales que ponen el grito en el cielo por la intervención de Rusia en
Ucrania, bombardean Siria sin la autorización de su gobierno, con la excusa de
combatir a una organización terrorista, el Estado Islámico, en cuya creación
esas mismas potencias jugaron un papel relevante.
Que China y Rusia
rechacen este tipo de acciones bélicas, que otrora se cubrían por lo menos con
la aprobación del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, no es ya novedad
alguna. Que el primer ministro de India, Narendra Modi, haya dicho a la cadena
CNN, horas antes de su visita a Estados Unidos, que Rusia tiene “intereses
legítimos en Ucrania”, es ya cosa más seria. No sólo se negó a criticar la
anexión de Crimea por Rusia, sino que mostró “confianza” en cómo Pekín está
manejando las disputas territoriales en los mares del sur de China (The Brics
Post, 22 de setiembre de 2014).
Es como si un nuevo
aire de Bandung (la conferencia que en 1955 alentó la descolonización)
estuviera barriendo el planeta. “Si usted mira en detalle los últimos cinco o
diez siglos, verá que China e India han crecido a ritmos similares. Sus
contribuciones al PIB mundial han aumentado en paralelo y han caído en
paralelo. La era actual pertenece a Asia”, dijo Modi. Estaba haciendo un
discurso anticolonial con una mirada de larga duración, en los mismos días en
que se produjo la visita del presidente chino Xi Jinping a India, quienes
consolidaron una potente alianza entre los dos mayores países de la región.
Política, o la OCS
El gran cambio es que
India pidió la integración plena a la Organización de Cooperación de Shanghai
(OCS), durante la reciente cumbre realizada el 11 y 12 de setiembre en
Dushanbe, capital de Tayikistán. Hasta ese momento era sólo observadora.
La OCS fue creada en
2001 por Rusia, China, Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán con el
objetivo de garantizar la seguridad regional y combatir el terrorismo, el
separatismo y el extremismo, definidos como las “tres fuerzas malignas”. En el
futuro podrán sumarse Irán y Pakistán, aunque esos pasos serán complejos en
vista de la disputa que mantienen India y Pakistán en sus respectivas
fronteras.
En los hechos, la OCS
es un desafío al liderazgo estadounidense en una región donde la superpotencia
tiene cada vez menos influencia. La organización orbita en torno a China, como
su nombre lo indica. La solidificación de la alianza Rusia-China con su
vertiente geopolítica y geoenergética (que incluye el ya iniciado gasoducto
para proveer gas ruso a Pekín), es motivo de honda preocupación en Washington,
según lo vienen analizando algunos medios como The Washington Post.
Pero la reciente visita
de Xi a la India supone un paso decisivo en el diseño de un nuevo orden global.
Los doce acuerdos firmados en Ahmedabad entre Modi y Xi, que abarcan desde las
inversiones y el comercio hasta la cooperación en energía nuclear, forman parte
del “proceso histórico de revitalización nacional” en ambas naciones
emergentes, según afirmó el ministro chino de Relaciones Exteriores Wang Yi
(Xinhua, 19 de setiembre de 2014).
La potencia de la
alianza entre India y China, desafía los supuestos alineamientos ideológicos y
se afinca en las necesidades geopolíticas de potencias que enfrentan problemas,
y enemigos, comunes. En mayo de este año asumió el poder Narendra Modi en
representación del Bharatiya Janata Party (BJP), que venciera en las elecciones
generales al Congreso Nacional Indio (CNI) liderado por el ex primer ministro
Manmohan Singh. En los papeles, el CNI funge como una fuerza progresista,
heredera de la familia Gandhi y de Jawaharlal Nehru, aliada con
socialdemócratas y comunistas, mientras el BJP es considerado nacionalista y
conservador.
Sin embargo, en los
alineamientos geopolíticos las ideologías tienen poco que decir. Modi está
mostrando una profunda comprensión de las tendencias históricas en este período
de viraje del sistema-mundo y, de modo muy particular, del papel que le toca
jugar al continente asiático. La cooperación en la OCS llegó incluso al terreno
militar. A fines de agosto se realizó “un ejercicio antiterrorista
internacional” en Mongolia interior, China, en el que participaron siete mil
soldados de China, Rusia, Kazajistán, Kirguizistán y Tayikistán (Diario del
Pueblo, 24 de agosto de 2014).
Economía o la Ruta de la Seda
Si la OCS es la
respuesta asiática a la presencia desestabilizadora de Estados Unidos en la
región, la Ruta de la Seda es la respuesta económica al cerco que pretende
imponer sobre China, denominado “pivote hacia Asia” por la administración de
Barack Obama. Pero es mucho más: significa la alianza de Rusia y China con
Europa, en concreto con Alemania.
La nueva Ruta de la
Seda une dos potentes centros industriales: Chongqing en China con Duisburgo en
Alemania, atravesando Kazajstán, Rusia y Bielorrusia, eludiendo de ese modo las
zonas más conflictivas al sur del mar Caspio como Afganistán, Irán y Turquía.
Está destinada a ser la mayor ruta comercial del mundo, cuya línea férrea ya
recorta el tiempo de transporte marítimo de cinco semanas a sólo quince días.
Se prevé que China se convertirá en el primer socio comercial de Alemania, lo
que supone un dislocamiento geopolítico de gran trascendencia.
Se está trazando además
la Ruta de la Seda Marítima, que atraviesa el océano Índico, y el Cinturón
Económico de la ruta terrestre. La ruta marítima es, de algún modo, la
reactivación del “collar de perlas”, un sistema de puertos que rodeaba a la
India y aseguraba el comercio chino hacia Europa.
Pero es también la
respuesta a la Asociación Transpacífico (TPP por sus siglas en inglés),
iniciativa de los Estados Unidos que excluye a China e incluye a Japón,
Australia, Nueva Zelanda, más cuatro miembros de la AEAN (Brunei, Malasia,
Singapur y Vietnam) y los países de la Alianza del Pacifico (Perú, México,
Chile y probablemente Colombia). La estrategia de Washington consiste en aislar
a China generando conflictos a su alrededor (con Japón y Vietnam
principalmente), excusa para militarizar los mares de China, cerrando así el
cerco comercial, político y militar en torno a una potencia que en 2012 se
convirtió en la principal importadora de petróleo del mundo, superando a
Estados Unidos.
Esto explica el acuerdo
energético con Rusia, que es el único modo como China puede asegurarse un
abastecimiento seguro. Pero también explica el trazado de la nueva Ruta de la
Seda, tanto la terrestre como la marítima. El 80 por ciento del petróleo que
importa China pasa a través del Estrecho de Malaca (un angosto corredor de 800
kilómetros que une los océanos Pacífico e Índico entre Indonesia y Malasia),
fácilmente obstruible en caso de guerra.
Para eso China va
construyendo una red portuaria, que incluye puertos, bases y estaciones de
observación en Sri Lanka, Bangladesh y Birmania. Entre ellas un puerto
estratégico en Pakistán, Gwadar, la “garganta” del Golfo Pérsico, a 72
kilómetros de la frontera con Irán y a unos 400 kilómetros del más importante
corredor de transporte de petróleo, muy cerca del estratégico estrecho de
Ormuz. El puerto fue construido y financiado por China y es operado por la
empresa estatal China Overseas Port Holding Company (COPHC).
“El puerto es visto por
los observadores como el primer punto de apoyo de China en Oriente Medio”,
estimaba la prensa occidental el día de la inauguración (BBC News, 20 de marzo
de 2007). La región circundante al puerto de Gwadar, contiene dos tercios de
las reservas mundiales de petróleo. Por allí pasa el 30 por ciento del petróleo
del mundo (pero el 80 por ciento del que recibe China) y está en la ruta más
corta hacia Asia.
China gana espacios,
también, en el corazón de Occidente. El gobierno británico ha dado pasos para
reforzar a Londres como centro de comercio mundial y de inversiones en yuanes,
la moneda china. Más aún, “el gobierno británico se convertirá en el primer
país occidental en emitir un bono soberano en la moneda china” en lo que debe
interpretarse como “el apoyo a las ambiciones de China a utilizar su moneda a
escala global” (Market Watch, 15 de setiembre de 2014).
Potencia militar
“Las sanciones a Rusia
son un acto de guerra”, razona redactor jefe de la revista Executive
Intelligence Review, Jeff Steinberg (EIR, 19 de setiembre de 2014). En tanto,
The Economist considera a la OCS como “una especie de OTAN liderada por China”.
Es evidente que la guerra
entre las grandes potencias ya no es visualizada como una posibilidad remota.
Cada uno hace, por tanto su juego. China e Irán realizan sus primeros
ejercicios navales conjuntos en el Golfo Pérsico, donde participan “buques de
la Armada china involucrados en la protección de la navegación en el golfo de
Adén” (Russia Today, 22 de setiembre de 2014). China es ahora el primer
comprador de crudo saudí y no va a permitir que las rutas que la abastecen
queden en manos de fuerzas enemigas.
A fines de agosto
trascendió que Rusia y China están negociando un “acuerdo militar histórico”
que incluye la compra por el país asiático de submarinos diesel furtivos con
“intercambio de tecnologías”, a la vez que siguen negociando la venta de cazas
Sukhoi-35 y sistemas de defensa antiaérea S-400, considerados los más avanzados
del mundo (Russia Today, 19 de agosto de 2014). Hasta ahora los rusos se han
mostrado reticentes a vender ciertas armas a China porque ésta las clona y
termina fabricando sus propios prototipos. A su vez, India y Rusia, que
mantienen una extensa cooperación militar que incluye submarinos nucleares y
portaaviones, se disponen a fabricar conjuntamente un caza de quinta
generación.
Estamos ante un punto
muy sensible, en el que Washington tiene algunas dificultades. Aunque sigue
teniendo el mayor presupuesto de defensa del mundo (unos 600 mil millones de
dólares anuales, frente poco más de cien mil de China y algo menos de cien mil
de Rusia), ese presupuesto es declinante mientras el de sus adversarios crece.
China pasó de poco más de 5 mil millones de dólares anuales de inversión
militar en 1990 a 110 mil millones en 2012.
“Pero lo importante no
es cuánto se gasta sino cómo se gasta”, sostiene un periódico estadounidense
(The Fiscal Times, 16 de setiembre de 2014). Según la publicación, los enormes
gastos militares del Pentágono se destinan a mantener su costosa flota de once
portaaviones, a la modernización de antiguos sistemas y a proyectos fallidos
como el caza F-35. En tanto, China y Rusia invierten en modernos submarinos
nucleares y en guerra cibernética. Las armas antibuque chinas son mucho más
baratas que un portaaviones, pero pueden hundirlo o inutilizarlo aunque el
Pentágono los considere inexpugnables.
Contrastes
Múltiples denuncias
aquejan a las autoridades de defensa de los Estados Unidos de malversación de
los presupuestos. En julio pasado la flota de F-35 no pudo volar por fallas en
un motor, luego de varios percances en los sistemas de software, armas y
aviónica. Tras dos décadas de concepción y desarrollo, el coste del proyecto se
ha disparado a 400.000 millones de dólares, el proyecto armamentístico más caro
de la historia del Pentágono, pese a lo cual ha sido cancelado el debut del
caza en dos exhibiciones aéreas en el Reino Unido (El Periódico, 11 de julio de
2014).
La otrora poderosa
Boeing es una buena muestra de los problemas defensivos del Pentágono. La
apuesta a que el F-35 lo desarrollara Lockheed Martin, está drenando los fondos
del Pentágono fuera de la Boeing, que era la empresa insignia de la fuerza
aérea. De hecho, la franja de defensa de la Boeing se estrechó del 56 por
ciento de su producción total en 2003, a apenas el 38 por ciento en 2013 y se
estima que en pocos años ya no producirá aviones de combate, al haber fracasado
en su búsqueda de mercados alternativos en Brasil, India y Corea del Sur (Wall
Street Journal, 20 de setiembre de 2014). Boeing cerrará su fábrica de
cargueros C-17 en Long Beach y puede cerrar la de F-18 en Saint Louis en 2017
si no consigue más encomiendas.
Finalmente, la política
exterior de la Casa Blanca es errática, mientras la de sus competidores tiene
un horizonte definido. El periodista Robert Parry analiza cómo los
neoconservadores lograron bloquear la “estrategia realista” de Obama, consistente
en colaborar con Vladimir Putin para desenredar el caos geopolítico en Oriente
Medio. Los neocon siguen apostando a la caída de Bachar al Assad y se inclinan
por crear situaciones caóticas, como la que vive Libia, antes que tolerar la
existencia de regímenes adversos (Consortiumnews.com, 19 de setiembre de 2014).
Diversos analistas
sostienen que la fabricación de crisis es lo que mejor sabe hacer la
superpotencia y que puede ser el único modo de contener su decadencia. El
conflicto en Ucrania, donde forzaron la caída de un presidente electo, apunta a
aislar a Rusia de Europa. El ataque al Estado Islámico, busca empujarlo cada
vez más hacia el norte. Ambas operaciones atentan contra el trazado de la Ruta
de la Seda, considerada una de las vigas maestras del nuevo orden mundial.
- Raúl Zibechi,
periodista uruguayo, escribe en Brecha y La Jornada y es colaborador de ALAI.
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