Mientras Bolívar
combate a los realistas, otro enemigo infinitamente más peligroso ataca desde
las propias filas de la República. Para subsistir, la Patria liberó esclavos,
confiscó bienes, pidió préstamos, pagó a sus soldados con bonos. Las tropas
hambreadas han revendido esos bonos por centavos a la oligarquía, y ésta se
propone cobrar por su valor nominal hasta el último céntimo de esos créditos a
la República. Desde que nace la Patria revolotean los buitres.
Luis Britto García / http://luisbrittogarcia.blogspot.com
Para pagar esas deudas,
la República debería cobrar impuestos a quienes tienen con qué pagarlos, los
oligarcas. Pero únicamente el Congreso autoriza impuestos, y sólo pueden ser
elegidos para él quienes tienen bienes de fortuna: los menos dispuestos a pagar
por la Independencia que les abre el comercio con el mundo. Este Congreso de
ricos sanciona la ley de 7 de julio de 1823, que autoriza al gobierno para
“emitir y poner en circulación en Europa o en otra parte, vales, obligaciones o
pagarés sobre el crédito de la República por vía de empréstito”. La oligarquía
cobrará sus créditos a costas del irredimible endeudamiento del Estado, es
decir, de todos.
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El vicepresidente
Francisco de Paula Santander nombra a los comerciantes Arrubla y Montoya en la
doble condición de representantes de la Gran Colombia y de comisionistas que
recibirán 1% del empréstito. El ministro Hurtado también cobra comisión y se
asocia a las empresas prestamistas. En Londres estos funcionarios comisionistas
o comisionistas funcionarios contratan el empréstito con la banca que presenta
peores condiciones para la República, la Casa Goldsmich, y la habilitan como
“agente del gobierno de la República de Colombia para la transacción de todos
los negocios de dicha República en Inglaterra”. A través de ella debían los
grancolombianos realizar todas sus compras en las islas británicas, pagándole sabrosas
comisiones. Como resultado, los puertos del Caribe quedaron abarrotados de
pertrechos, armas, aparejos e implementos deteriorados o inútiles. Antes de
culminar su Independencia, quedaba la República ahogada en importaciones
fantasmas, que debía pagar a precio de oro.
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A estas raterías se
añade la triquiñuela de permitir a la oligarquía convertir los devaluados pesos
grancolombianos en libras esterlinas para financiar sus importaciones y
operaciones comerciales. Los 30 millones de libras del empréstito se fueron así
en pagar deudas sobrevaluadas, falsas importaciones o compras suntuarias a la
oligarquía, sin aplicarse a la agricultura ni a la cancelación de la deuda
externa, para lo cual se contrajo.
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Bolívar, sin recursos,
sin hombres, se empantana enfermo en Pativilca mientras la oligarquía peruana y
el traidor marqués de Torre Tagle entregan el país a los realistas. Al
solicitar una vez más recursos para culminar la Independencia, Santander le
contesta el 10 de mayo de 1824 que “El Congreso prevé un nuevo empréstito a
favor del Perú, pues el tan decantado de los 30 millones no es disponible para
ésta, según las órdenes terminantes que ha dado el Congreso”. Y luego, que “Sin
una ley del Congreso no puedo hacer nada, porque no tengo poder discrecional,
sino el que pueda ejercer conforme a las leyes, aunque se lleve el diablo a la
República”.
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El diablo no se lleva a
la República porque Bolívar triunfa en Junín y Sucre sella la Independencia
americana en Ayacucho. Bolívar parte a Venezuela en 1826 a reducir la rebelión
de Páez, juega una rápida partilla de tresillo con Santander, gana algunos
pesos y los embolsilla diciendo con terrible ironía: “Por fin me toca mi parte
del empréstito”. Santander resiente la alusión; de allí arranca la enemistad
que culmina en el atentado contra Bolívar de 1828. Dos años después muere quien
nos libertó de las cadenas de la dependencia política; los que nos remacharon
las de la usura y la deuda alientan todavía.
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