La crisis sigue develando
todo aquello que permanecía oculto en los periodos de normalidad. Esto incluye
los proyectos estratégicos de la clase dominante, su forma de ver el mundo, la
apuesta principal que hacen para seguir siendo clase dominante. Este es, a
grandes rasgos, su objetivo central, al que subordinan todo lo demás,
incluyendo los modos capitalistas de reproducción de la economía.
Puede pensarse que la
crisis es apenas un paréntesis luego del cual todo seguiría, más o menos, como
funcionaba antes. No es así. La crisis no es sólo un revelador, sino el modo en
que los de arriba están remodelando el mundo. Porque la crisis es, en gran
medida, provocada por ellos para mover de lugar o hacer desaparecer lo que
limita sus poderes. Básicamente, los sectores populares, indígenas, negros y
mestizos en nuestro continente.
Por otro lado, una crisis
de esta envergadura (se trata de un conjunto de crisis que incluyen crisis/caos
climático, ambiental, sanitario y, lo que atraviesa todo, crisis de la
civilización occidental) significa mutaciones más o menos profundas de las
sociedades, de las relaciones de fuerzas y de los polos de poder en el mundo,
en cada una de las regiones y países. Me parece necesario abordar tres
aspectos, que no agotan todas las novedades que aporta la crisis pero son, a mi
modo de ver, los que más pueden influir en las estrategias de los movimientos
antisistémicos.
En primer lugar, lo que
llamamos economía ha sufrido cambios de fondo. Un cuadro elaborado por la
economista Pavlina Tcherneva, con base en los estudios sobre la desigualdad de
Thomas Piketty, revela cómo está funcionando el sistema desde la década de
1970, agravado por la crisis de 2008 (www.vox.com/xpress/2014/9/25/6843509/income-distribution-recoveries-pavlina-tcherneva ).
El cuadro abarca 60 años
de la economía estadunidense, desde 1949 hasta la actualidad. Describe qué
parte del crecimiento de los ingresos es apropiada por el 10 por ciento más
rico, y cuánto le corresponde al 90 por ciento restante. En la década de 1950,
por ejemplo, el 10 por ciento rico se apropiaba de entre el 20 y el 25 por ciento
de los nuevos ingresos anuales. Así funciona una economía capitalista “normal”,
que consiste en una apropiación mayor por los empresarios del fruto del trabajo
humano, que Marx denominó plusvalor. Es la acumulación de capital por
reproducción ampliada.
A partir de 1970 se
produce un cambio importante que es bien visible en la década de 1980: el 10
por ciento rico empieza a apropiarse del 80 por ciento de la riqueza y el 90
por ciento se queda apenas con 20 por ciento de lo que se genera cada año. Este
periodo corresponde a la hegemonía del capital financiero, lo que David Harvey
ha llamado “acumulación por desposesión” o despojo.
Pero algo extraordinario
se produce desde 2001. Los ricos se quedan con todos los nuevos ingresos y,
desde 2008, arrebañan además una parte de lo que tenía el 90 por ciento, como
ahorros o bienes. ¿Cómo denominamos a este modo de acumulación? Es un sistema
que ya no es capaz de reproducir las relaciones capitalistas porque consiste en
el robo. El capitalismo extrae plusvalor y acumula riqueza (aún por
desposesión), pero expandiendo las relaciones capitalistas, por eso se asienta
en el trabajo asalariado y no en el trabajo esclavo (debo estas reflexiones a
Gustavo Esteva, quien las formuló en los días de la escuelita zapatista y en
posteriores intercambios).
Es probable que estemos
ingresando en un sistema peor aún que el capitalismo, una suerte de economía de
robo, más parecida a la forma como funcionan las mafias del narcotráfico que a
los modos empresariales que conocimos en la mayor parte del siglo XX. Es
probable, también, que esto no haya sido planificado por la clase dominante,
sino sea el fruto de la búsqueda desmesurada de lucros en el periodo financiero
y de acumulación por desposesión, que ha engendrado una generación de
buitres/lobos incapaces de producir otra cosa que no sea destrucción y muerte a
su alrededor.
En segundo lugar, que el
sistema funcione de este modo implica que los de arriba han decidido salvarse a
costa de la entera humanidad. En algún momento hicieron una ruptura afectiva
con los demás seres humanos y están dispuestos a producir una hecatombe
demográfica, como sugiere el cuadro mencionado. Lo quieren todo.
Por lo mismo, el modo en
que está funcionando el sistema es más apropiado denominarlo “cuarta guerra
mundial” (como el subcomandante insurgente Marcos) que
“acumulación por desposesión”, porque el objetivo es la humanidad entera.
Parece que la clase dominante decidió que con el actual grado de desarrollo
tecnológico puede prescindir del trabajo asalariado que genera riquezas, y ya
no depende de consumidores pobres para sus productos. Más allá de que esto sea
un delirio inducido por la soberbia, parece evidente que los de arriba no
pretenden ordenar el mundo según sus viejos intereses, sino generar regiones
enteras (y a veces continentes) donde reine el caos absoluto (como tiende a
suceder en Medio Oriente) y otras de seguridad absoluta (como partes de Estados
Unidos y Europa, y los barrios ricos de cada país).
En suma, han renunciado a
la idea de “una” sociedad, idea que es sustituida por la imagen del campo de
concentración.
En tercer lugar, esto
tiene enormes repercusiones para la política de los de abajo. La democracia es
apenas un arma arrojadiza contra los enemigos geopolíticos (empezando por Rusia
y China), que no se aplica a los regímenes amigos (Arabia Saudita), pero ya no
es aquel sistema al que alguna vez otorgaron alguna credibilidad. Lo mismo debe
decirse del Estado-nación, apenas un obstáculo a superar como lo demuestran los
ataques en Siria violando la soberanía nacional.
No nos cabe otro camino
que organizar nuestro mundo, en nuestros espacios/territorios, con nuestra
salud, nuestra educación y nuestra autonomía alimentaria. Con nuestros poderes
para tomar decisiones y hacerlas cumplir. O sea, con nuestras propias
instituciones de autodefensa. Sin depender de las instituciones estatales.
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