De
confirmarse el pronóstico de las encuestas, un triunfo de Vázquez –en primera o
segunda vuelta- consolidaría a la centroizquierda en el poder revalidando la
condición del Frente Amplio de partido mayoritario, y reafirmando, por lo
demás, la reconfiguración del sistema político uruguayo que ha dejado atrás el
bipartidismo tradicional de blancos y colorados.
Agustín Lewit / NODAL
Tabaré Vázquez, candidato del Frente Amplio. |
Al
margen de las distintas coyunturas locales, la atención de la región se posa
por estos días en la campaña presidencial brasileña. Sin embargo, no sólo
Brasil está en tiempo de definiciones políticas. Uruguay –al igual que Bolivia-
también se encuentra en pleno proceso eleccionario y allí también, además de
los propios uruguayos, la región latinoamericana en general y los países del
Cono Sur en particular parecen jugarse cosas importantes.
Si
bien son ocho los candidatos que aspiran a la presidencia charrúa el 26 de
octubre próximo, la tensión se concentra entre el candidato oficialista, Tabaré
Vázquez, que busca retornar a la presidencia tras su período 2004-2009, y el aspirante
por el Partido Nacional –junto con el Partido Colorado, las dos fuerzas
tradicionales del sistema político uruguayo- Luis Alberto Lacalle Pou.
Analizando
las candidaturas, saltan a la vista varios elementos interesantes que grafican
las particularidades de un sistema político que se ha transformado fuertemente
en la última década, pero que sigue evidenciando en algunos sectores en
particular poca propensión a los cambios.
Encabezando
todas las encuestas, se ubica el candidato frenteamplista Tabaré Vázquez, quien
ganó su lugar tras vencer en las internas de junio pasado por un amplísimo
margen a Constanza Moreira, una académica que representaba una tendencia más
claramente de izquierda al interior del Frente Amplio (FA). Pese a las
expectativas de renovación que había generado inicialmente Moreira entre muchas
filas del FA, desencantadas frente a la excesiva “moderación” de Vázquez, lo
cierto es que el médico logró imponerse finalmente con un contundente respaldo
de sus correligionarios. La seguridad de lo conocido, aun con el peso de sus
indefiniciones, parece haber primado en la inclinación frenteamplista
mayoritaria.
Por
su parte, el centenario Partido Nacional –los “blancos”, en la jerga política
uruguaya- llevan como candidato a Luis Alberto Lacalle Pou, hijo del homónimo
expresidente que gobernó Uruguay entre 1990 y 1995 en base a un programa
abiertamente neoliberal. Como estrategia para despegarse tanto de su padre como
de las experiencias de gobierno de su partido, Lacalle Pou hijo se vende como
“lo nuevo”, apelando insistentemente a las virtudes de la “gestión eficiente”,
pragmática y desideologizada. Es –en definitiva- un claro exponente de la nueva
derecha regional: discursos notoriamente antipolíticos donde las tensiones y
las disputas –elementos inherentes a la política- aparecen diluidas y se
insiste, por el contrario, con un persistente llamado al diálogo y al consenso.
“No hablemos más de giros ideológicos. La nueva ideología es la gestión”, dijo
hace poco en un acto de campaña.
El
otro partido tradicional, el Partico Colorado, postula a Pedro Bordaberri, otro
“hijo de”, en este caso de Juan María Bordaberry, quien presidió el golpe de
Estado de 1973. Posicionándolo en un relegado tercer lugar, las encuestas
confirman la sistemática decadencia del Partido Colorado desde el ciclo
iniciado en 2004. Por otra parte, además de evidenciar la fuerza de los
apellidos –que a su vez denota una práctica política en gran parte reservada a
ciertas castas- la postulación del hijo del ex dictador habla de la amplia
tolerancia de la democracia uruguaya respecto a personajes vinculados
directamente con sus años de plomo.
En
relación a las promesas de campaña, Vázquez ha prometido seguir y profundizar
el rumbo iniciado por su gobierno en 2004 -y ratificado luego con el triunfo de
José Mujica en 2009-, esto es: fuerte atención estatal a los sectores más
postergados, crecimiento económico con inclusión por la vía del empleo, aumento
de los presupuestos de salud y educación; en suma: continuar por la vía del desarme
de las tramas neoliberales, reparando sus graves consecuencias. Por su parte, y
con pocas diferencias internas, tanto el candidato blanco como el colorado han
centrado su campaña en afrontar la inseguridad, principalmente en torno a una
iniciativa de gran envergadura que busca bajar la edad de imputabilidad de los
menores que cometen delitos y que será sometida a votación junto con las
elecciones presidenciales.
La
cuestión regional también se ha colado en la campaña. A diferencia de sus más
próximos contrincantes, Tabaré Vázquez ha defendido la adhesión de Uruguay al
Mercosur, aunque planteó también la necesidad de rectificar el rumbo del bloque
regional. Por el contrario, Lacalle Pou y Bordaberry han manifestado
públicamente su intención de buscar nuevos rumbos internacionales, ya sea en la
Alianza del Pacífico o en vínculos bilaterales con los países centrales,
aduciendo –no sin justeza- a los obstáculos que ha significado la lógica del
Mercosur para la economía uruguaya.
Respecto
a la proyección internacional, el diario El Observador reveló que la embajadora
de EEUU en Uruguay –Julissa Reynoso- viene sosteniendo reuniones con todos los
candidatos para comprometer a los mismos a que, si se convierten en gobierno,
firmen la incorporación del país al Acuerdo Transpacífico (TPP, por sus siglas
en inglés), ese mega-tratado de libre comercio promovido por la potencia
estadounidense. Blancos y Colorados ya adelantaron que lo firmarán, incluso si
ello significa abandonar el Mercosur.
De
confirmarse el pronóstico de las encuestas, un triunfo de Vázquez –en primera o
segunda vuelta- consolidaría a la centroizquierda en el poder revalidando la
condición del Frente Amplio de partido mayoritario, y reafirmando, por lo
demás, la reconfiguración del sistema político uruguayo que ha dejado atrás el
bipartidismo tradicional de blancos y colorados. Este nuevo “pluripartidismo
moderado”, sin embargo, parecería funcionar, al igual que en otros países de la
región, sobre una lógica que tensiona dos bloques: uno de centroizquierda y
otro de centroderecha.
Así
las cosas, en un escenario que, más allá de las particularidades, presenta
fuertes similitudes con el resto de las contiendas regionales, la elección
uruguaya se tensiona entre una “consolidación con profundización” del rumbo
posneoliberal abierto hace una década, que se ha traducido en mejoras
sustanciales para millones de uruguayos provocando, entre otras cosas, una
reducción de la pobreza del 40% a menos del 10%, o el triunfo de un bloque restauracionista
que, renovado en lo discursivo, anhela sin embargo la vuelta de los años
neoliberales.
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