Es indudable que se vienen tiempos aún más difíciles
para nuestra América. Pero, como bien señala el vicepresidente boliviano García
Linera, la generación de latinoamericanos de la que somos parte todavía tiene
fuerza, experiencia y esperanza suficiente para reorganizarse e impulsar un
nuevo flujo, una nueva oleada transformadora.
Los frentes de batalla política, social, económica y cultural se multiplican
por todas partes en América Latina, mientras nos adentramos en lo que el
vicepresidente de Bolivia, Álvaro
García Linera, en una entrevista para el diario argentino Página/12, definió
como un momento de “retoma” parcial
del poder y la iniciativa política por parte de la derecha en varios países, y
de repliegue de las izquierdas y del progresismo latinoamericano en general, en
medio de una crisis económica que se prolonga sin soluciones a corto plazo.
En este escenario, la disputa por la hegemonía y la
definición de los horizontes de futuro, en la que hasta hace un par de años los
procesos nacional-populares lograron posicionar con éxito una diversidad de
proyectos posneoliberales, que a su vez expresaban un clima de época caracterizado por la búsqueda de alternativas al
dominio de los organismos financieros internacionales, al ideario del Consenso
de Washington, y al sentido común
arraigado en las sociedades neoliberales, poco a poco va cediendo posiciones al
proyecto de la restauración conservadora, que no es otra cosa sino el regreso
al pasado de subordinación y humillación de la dignidad nacional de nuestros
pueblos.
Viejos y nuevos peligros emergen a la esfera pública, amenazando
la continuidad de las conquistas sociales de los últimos 15 años, y en algunos
casos, infligiendo heridas profundas en
el tejido institucional de las democracias que, hacia finales del siglo XX,
emergieron del oscurantismo de las dictaduras militares, mas hoy se revelan
frágiles y precarias ante la acción concertada de los poderes fácticos.
La nueva variante de golpes de Estado aplicada en Honduras,
Paraguay y Brasil, perpetrados desde los poderes legislativo y judicial, y ya
no desde los cuarteles; la guerra económica y las maniobras de
desestabilización permanente en Venezuela; el ajuste económico neoliberal y el guiño
oficialista -con pretensiones de reconciliación- a los represores y genocidas en Argentina; o las estrategias
diplomáticas para desmantelar el MERCOSUR como primer paso para descarrilar la
integración regional nuestroamericana,
en beneficio de la Alianza del Pacífico, son solo algunos ejemplos del arsenal
que despliega la derecha latinoamericana, y que el imperialismo estadounidense
apoya y promueve desde las sombras, como el tigre “que viene con zarpas de terciopelo”, al decir de José
Martí.
Y ese tigre, que ya tenemos encima, no duda en mostrar
con ferocidad sus garras al mundo. Mientras el candidato del Partido Republicano
a la presidencia de los Estados Unidos insiste en levantar un muro en la
frontera con México, y hacer pagar a este país el costo de su construcción, la
candidata del Partido Demócrata proclama sin sonrojo la excepcionalidad estadounidense: “Estoy
convencida de que somos la última esperanza de la Tierra”, “Somos la ciudad que brilla en lo alto
de la colina”, fueron algunas de las frases que usó en acto de campaña en Ohio.
Ambas tesis son tributarias de uno de los supuestos ideológicos fundamentales
del imperialismo: la supremacía de una nación sobre la barbarie que deben
civilizar como destino manifiesto.
Es indudable que se vienen tiempos aún más difíciles
para nuestra América. Pero, como bien señala el vicepresidente García Linera, la
generación de latinoamericanos de la que somos parte todavía tiene fuerza,
experiencia y esperanza suficiente para reorganizarse e impulsar un nuevo
flujo, una nueva oleada transformadora: “Entre otras cosas depende de lo que tú puedes hacer hoy
en tu barrio, en tu universidad, en tu medio de comunicación, en tu poema o en
tu teatro para articular sentido común, para impulsar ideas de lo colectivo o
de lo comunitario. Si en algún momento eso, por algo no calculado, se articula
con otras iniciativas comunitarias, puede dar lugar a otro flujo. En una semana,
en un año, en 10 años. Lo importante es que tú luches y te organices. Si no te
alcanza la vida, vendrá el siguiente que se sumará a lo que hiciste, para que
él sí pueda ver que viene un flujo. Las revoluciones son así”.
Resistir para vencer parece el destino inexorable de
América Latina.
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