Los acontecimientos que han
tenido lugar en Brasil y México en la semana que termina pintan de cuerpo
entero a nuestras clases dirigentes: mediocres, corruptas, entreguistas y sinvergüenzas.
Rafael Cuevas Molina/ Presidente AUNA- Costa Rica
Donald Trump en la residencia oficial de Los Pinos en México. |
Lo ocurrido en México con la
invitación a visitar México del presidente Enrique Peña Nieto al impresentable
candidato republicano a la Casa Blanca, Donald Trump, es el colmo de la miopía
política. Es como invitar al patán de barrio a una íntima fiesta familiar;
ofende con su sola presencia arrogante y obtusa; con sus gestos chabacanos y
burdos; con su engolamiento nacido de la ignorancia.
Para colmos, el señor
presidente de México lo trató como si fuera otra cosa; preparó un discurso
leguleyo, lo colocó en el podio de la casa presidencial y soportó que le
repitieran en su cara, frente a todo el mundo, las sandeces que el candidato
republicano viene diciendo sobre los mexicanos.
Fue una gran humillación para
el presidente mexicano, para el pueblo de México y para toda América Latina.
Enrique Peña Nieto ha
cometido, seguramente, una de las mayores metidas de pata de su administración,
pero no es la única. Desde que era candidato por el PRI se ha caracterizado no
solo por mostrarse como una persona y un político de pocas luces, sino que su
administración ha estado tachonada de escándalos de corrupción e impulso de
medidas antinacionales.
Pero Peña Nieto no es una
excepción si lo comparamos con los presidentes que lo han antecedido. Vicente
Fox y Felipe Calderón protagonizaron mandatos condimentados con los mismos
ingredientes. No se trata, pues, de un hecho casual o aislado, ni de una
característica exclusiva de México, sino de una constante de nuestras clases
dirigentes latinoamericanas que se viene manifestando desde lo albores de
nuestras repúblicas.
En una sola semana,
simultáneamente, hemos podido constatarlo. Es como si se hubieran puesto de
acuerdo para exponerse ante nuestros ojos en toda su dimensión. Nos referimos a
lo acaecido en Brasil con el circo montado para destituir a la presidenta Dilma
Rousseff, una política en las antípodas de quienes hemos venido nombrando hasta
aquí.
El senado brasileño culminó el
largo proceso de su destitución en medio de un desmadre propio de un pleito de
plaza pública, protagonizado por políticos-delincuentes que antes que estar en
una curul deberían estar en la cárcel.
Fue un espectáculo vergonzoso
para todos los latinoamericanos. Tanto lo que hizo Peña Nieto como lo que
acaeció en el senado brasileño nos alcanzan y nos ensucia a todos, porque ellos
han llegado hasta donde están aupados por procesos en los que los hemos
legitimado a través de los votos.
Por eso, la suciedad nos
salpica a todos, y todos pagaremos las consecuencias. Por eso, también, no hay
forma de que avancemos. Los Estados Unidos han encontrado siempre una clase,
que erigimos como dirigente, presta a hacer cualquier barrabasada y a postrarse
lacuyanamente. ¿Somos tontos, manipulables, indiferentes, corruptos? Cualquiera
que piense en su propio país encontrará a los políticos que forman parte de la
caterva a la que pertenecen estos que hemos mencionado.
Simón Bolívar murió
decepcionado y dijo: “He arado en el mar”; José Martí pidió en su opúsculo Nuestra América, refiriéndose a ellos,
que nos deshiciéramos de esa mala hierba: “Hay que
cargar los barcos de esos insectos dañinos, que le roen el hueso a la patria
que los nutre”. Debemos hacerlo lo antes posible.
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