A veces cuesta entender
que procesos sociales gastadores de toneladas de neuronas y ríos de sudor se
quiebren al menor golpe de viento sin que el sílice que los compone llegue a
pedernal, verbigracia el Brasil de Dilma Rousseff y la Argentina de los
Kirchner.
Luis Manuel Arce Isaac / Prensa Latina
Inmersos en esa
agotadora calistenia de descubrir la lógica a lo ocurrido en uno y otro país en
los que las conquistas sociales aparentan haber sido diluidas como la sal en el
agua, el avance de la derecha puede aparecer como un espejismo dañino lo mismo
por exceso que por defecto a la hora de evaluar los hechos.
Hay que ver el problema
en su contexto para no exagerar las conquistas pírricas de la derecha y los
retrocesos circunstanciales de la izquierda, ni correr el riesgo de tergiversar
el rumbo de lo que todavía calificamos de una nueva Latinoamérica.
Decía mi egregio amigo
Guillermo Castro en una de sus reflexiones que con independencia de factores
subjetivos como los resultados electorales, el hecho es que persiste -y se
agrava- una situación en la que los de arriba ya no pueden, y los de abajo ya
no quieren, mantener el estado de cosas imperante.
Así, el momento
neodesarrollista del ciclo de crisis da evidentes muestras de agotamiento
coyuntural, mientras el neoliberal no logra recuperar la hegemonía de que
alguna vez disfrutó, y debe recurrir cada vez más a la dominación sin hojas de
parra.
A tales aseveraciones
Guillermo añade una observación muy singular: me parece cada vez más necesario
distinguir entre la contradicción principal cuyo desarrollo anima el proceso, y
el aspecto principal de esa contradicción en cada etapa de su desarrollo.
En un siglo XXI que
transcurre como si volara en naves cósmicas, descubrimientos como aquel de
Carlos Marx de que la contradicción fundamental del sistema capitalista es la
que existe entre el carácter social de la producción y la forma privada de
apropiación, es decir, entre el capital y el trabajo, o la burguesía y los
obreros como clases sociales, parecen lejanos meteoritos de poca o muy lejana
importancia y peligrosidad.
Puede suceder que esa
contradicción este opacada por el brillo fatuo de un nuevo proletariado con
aspiraciones burguesas o una burguesía desplazada hacia filas proletarias por
una desmesurada concentración del capital cada vez en menos manos y eso haga,
como alerta Guillermo, que no se alcance a expresar con claridad la
contradicción principal, que se ubica en el desarrollo del capitalismo a escala
mundial.
El mayor ocultamiento
de esa contradicción está en la propia evolución del capitalismo hacia un
momento postrero de su fase imperialista, donde se ubica en la actualidad, en
la que el sector financiero dejó de servir al industrial para abocarse de
manera enloquecida a la especulación que quintuplica los niveles de rentabilidad
en detrimento del sector productivo o no financiero, con lo cual terminó
modificando al capitalismo real estudiado por nuestros clásicos.
Como estiman muchos
economistas, el desplome del sistema de tipos de cambio fijos y controles sobre
los flujos de capital abrió nuevos espacios de rentabilidad en los mercados de
divisas y se comenzó a vivir en un mundo de burbujas que aún persiste y que
explica en buena medida por qué los ciclos de crisis ya no son como en la época
de Marx y Lenin, ni se les puede calificar de crisis cíclicas de producción,
sino sistémicas o de raíz.
No es lógico que una
operación bursátil de 10 segundos en cualquier bolsa de valores del mundo tenga
mayor impacto que la apertura de una fábrica de tractores para crear alimentos,
pero es lo que sucede.
El poder mediático
neoliberal habla de la derecha actual como si fuese algo nuevo, aunque no es
así. Son las mismas fuerzas que actuaban antes de la ola de gobiernos
progresistas sudamericanos y solo se distinguen de aquella del siglo pasado
porque no hay sonido de sables y botas.
Pero, aunque con otro
maquillaje y nuevos troqueles tecnológicos, es la parte sustantiva a confrontar
en la contradicción principal capital-trabajo que sigue siendo antagónica e
irreconciliable pese a que a veces no lo aparente.
Solo que esa derecha
está en otro estadio en relación con el siglo XX, carece de proyecto político
como se observa bien claro en Argentina y Brasil y eso la inhibe de la
consolidación obligada para sobrevivir. Sus fortalezas no están en sí misma,
sino en las debilidades y errores de la izquierda, que no son permanentes.
Un claro ejemplo es que
los gobiernos progresistas no han logrado derrotar la hegemonía del capitalismo
en el plano cultural, que es una base específica de la ideología política y una
columna de carga en las nuevas relaciones de producción posneoliberales.
En ese sentido, la
crisis no es exclusivamente de pertinencia capitalista, sino también de las
fuerzas posneoliberales y forma parte del camino empedrado que recorren desde
la irrupción del comandante Hugo Chávez en la escena política, y que ya tiene
como víctimas a Manuel Zelaya en Honduras, Fernando Lugo en Paraguay, Cristina
Fernández en Argentina, Dilma Rousseff en Brasil, y en la salmuera de la
derecha Luiz Inacio Lula Da Silva, Evo Morales y Rafael Correa, sus verdaderos
trofeos de guerra.
Aunque parezca
contradictorio, ese escenario supuestamente pesimista o negativo para la
izquierda, en ningún momento debe calificarse de derrota en tanto y cuanto es
una concreción de lo que en términos de la filosofía marxista se conoce como
unidad y lucha de contrarios, y un resultado específico de la batalla que se
libra en torno al aspecto principal de la contradicción capital-trabajo en el
que el neodesarrollismo muestra su agotamiento coyuntural en medio de un
esfuerzo de reimplantación neoliberal casi imposible de lograr por las buenas.
Lo que sucede es que el
capitalismo con su crisis sistémica permanente -lo cual incluye a los países
matrices como Estados Unidos- ya no tiene nada que ofrecer ni en América ni en
el mundo más que violencia dinamitera, parlamentaria o financiera para sostener
un modo de producción insostenible desde el punto de vista económico, social y
climático.
Esa no es una verdad de
Perogrullo como tampoco lo es el vaticinio de que el neoliberalismo reciclado
carece de futuro.
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